Adolescentes cavan trincheras en la línea del frente en Ucrania
"CUANDO NUESTRO PADRE, EL PASTOR, DIJO QUE PUTIN NOS PODÍA INVADIR, EMPECÉ A TENER PESADILLAS, PENSABA EN ELLO ANTES DE DORMIRME"
Mikhailo, un joven de 15 años, cava trincheras en una colina que domina el mar de Azov, en el sureste de Ucrania, para proteger a sus soldados en caso de invasión rusa.
Con uniforme de camuflaje de la OTAN prestado por su padre adoptivo, Mikhailo Anopa es alumno de un centro de rehabilitación para huérfanos, chicos callejeros o de entornos desfavorecidos en Chervone, cerca del importante puerto de Mariúpol.
"Cuando nuestro padre, el pastor, dijo que Putin nos podía invadir, empecé a tener pesadillas, pensaba en ello antes de dormirme", explica. "Si Rusia invade Ucrania, puede empezar por Mariúpol", añade.
Esta ciudad portuaria de 450.000 habitantes se encuentra cerca del frente que separa el territorio controlado por el gobierno ucraniano de la zona dominada por los separatistas prorrusos, respaldados por Moscú, en la región oriental de Donetsk.
En 2014, la ciudad sufrió repetidos ataques en los primeros meses del conflicto entre Kiev y los rebeldes, que trataban de hacerse con el puerto.
En los días soleados, desde Chervone se pueden ver los navíos rusos maniobrar en el mar de Azov, casi cerrado y cuyo acceso está controlado por Moscú desde la anexión de la cercana península de Crimea en 2014.
"Estas trincheras serán útiles para los militares ucranianos", dice Mikhailo.
"Las hemos cavado para ayudar a los soldados, ahora las estamos reforzando. Es nuestro deber", añade el adolescente mientras deja su pala tras haber allanado las paredes del foso.
Dirigidos por el director del centro y padre adoptivo de algunos de ellos, el pastor Guennadi Mokhnenko (53 años), los adolescentes empezaron a levantar estas defensas hace dos años, después de que en noviembre de 2018 las fuerzas armadas rusas dispararan sobre navíos ucranianos que intentaban ir a Mariúpol.
Ventanas con vista a la guerra
"Estamos todos aquí, en Mariúpol, en el filo de la navaja", declara Stanislav Kabanov, capellán del ejército ucraniano de 41 años, responsables del centro de niños donde vive Mikhailo.
Detrás suyo, una decena de adolescentes limpian una trinchera a línea de mar.
"Los niños ríen, juegan, pero en el fondo tienen mucho miedo. Toda su infancia la pasaron a espaldas de los soldados. Desde hace ocho años ven desde su habitación la línea de frente", dice Mokhnenko.
En total, el centro de rehabilitación "Respublika Piligrim" (República Peregrina) acoge 40 jóvenes.
Los pastores aseguran que, en caso de hostilidades, serán evacuados los primeros. Pero mientras, siguen cursos de primeros auxilios y ayudan a los militares a construir las fortificaciones.
En la gran sala del centro, decorada con banderas ucranianas y estadounidenses colgadas junto a casquillos de obuses, el pastor Mokhnenko da instrucciones a los chavales.
"Hoy vamos a reforzar los sótanos, comprar bombonas de gas y elaborar un plan de evacuación. Cada uno debe preparar una pequeña bolsa con los artículos de primera necesidad y documentos. Los controlaré esta noche", anuncia.
"La situación es muy grave, pero estaremos listos", añade el hombre, con una sudadera negra con capucha y el lema "Freedom" (Libertad).
Terminado el discurso, los jóvenes se levantan, forman una redonda, se toman de las manos y rezan por la paz. Después de un último "amén", se dispersan para prepararse nuevamente para la guerra, reforzando ventanas con sacos de arena o cavando más trincheras.