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Aunque residen en Brasil, las juezas afganas siguen temiendo a los talibanes

Una jueza afgana, que pidió no ser identificada por su nombre real, durante una entrevista con The Associated Press en Brasilia, Brasil, el 1 de diciembre de 2021. Siete juezas afganas se han refugiado en Brasil por miedo a las represalias del Talibán. (AP Foto/Raul Spinasse)

Una jueza afgana, que pidió no ser identificada por su nombre real, durante una entrevista con The Associated Press en Brasilia, Brasil, el 1 de diciembre de 2021. Siete juezas afganas se han refugiado en Brasil por miedo a las represalias del Talibán. (AP Foto/Raul Spinasse)

Una jueza, Muska, se escondía con su familia de los recién empoderados milicianos talibanes en Afganistán cuando un aparente error de lectura a más de 11,000 kilómetros (7,000 millas) de distancia le ayudó a cambiar drásticamente su vida.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, abrió las puertas de su país a posibles refugiados de la nación asiática durante su discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas el pasado 21 de septiembre.

“Concederemos visas humanitarias a cristianos, mujeres, niños y jueces afganos”, dijo Bolsonaro mientras leía el “teleprompter”, un apuntador electrónico que permite dar lectura a un texto preparado. Al parecer hubo una confusión con la última palabra, que era “jovens” (jóvenes en portugués) en su discurso impreso, no “juizes” (jueces).

Con error o sin él, su gobierno cumplió su oferta.

Muska y su familia fueron llevados en autobús hasta la ciudad de Mazar-i-Sharif, en el norte del país, desde donde volaron a Grecia con otras seis juezas.

A finales de octubre estaban en Brasil, un país con muy poco en común con Afganistán más allá de su afición por el fútbol.

En su primera entrevista con medios internacionales, Muska contó a The Associated Press esta semana que ella y las otras magistradas siguen temiendo las represalias de los talibanes, algunos de cuyos miembros fueron condenados por varios delitos en sus tribunales.

Pidió que no se publicase su nombre real ni su ubicación precisa, en una instalación militar brasileña. Sus compañeras rechazaron hablar con la prensa.

Muska fungió como jueza durante casi 10 años antes de que el Talibán tomase el poder en agosto y dijo que su casa en la capital, Kabul, había sido registrada recientemente.

En Afganistán había aproximadamente 300 magistradas, apuntó, y muchas están escondidas y sus cuentas bancarias fueron congeladas.

“Sabíamos que ellos (el Talibán) no dejarían trabajar a las juezas. Tendríamos amenazas serias a nuestras vidas”, afirmó. “Liberaron a todos los delincuentes de la cárcel. Esos eran los delincuentes a los que sentenciamos”.

Las que siguen allí “están muy asustadas, ocultas. Tienen graves problemas económicos, no tienen un salario, perdieron el trabajo y sus cuentas bancarias están bloqueadas. Siguen estando en peligro”, añadió la magistrada. “La situación no es buena en Kabul”.

Los talibanes lograron un amplio apoyo en el país en parte porque el derrocado gobierno, que tenía el respaldo de Estados Unidos, era ampliamente considerado como corrupto.

“Pero las mujeres juezas fueron las funcionarias más valientes, más fuertes y más honestas del gobierno anterior”, apuntó Muska, añadiendo que la decisión de Washington de poner fin a su presencia militar en el país significó que tenían que marcharse rápido.

“Todo ocurrió de pronto”, dijo.

La jueza Renata Gil, presidenta de la Asociación de Magistrados de Brasil que patrocina a los refugiados, afirmó que las afganas llegaron “con mucho miedo, sintiéndose todavía amenazadas”.

“Están siendo perseguidas porque condenaron a combatientes talibanes”, apuntó señalando que ella misma recibió amenazas de muerte “porque condené a narcotraficantes. Para las mujeres esto es mucho más difícil”.

“Espero que puedan vivir su vida de forma independiente, pero mientras lo necesiten, estaremos aquí para ayudar”, añadió en la sede del colectivo en la capital, Brasilia.

Las juezas y sus 19 familiares —que aparentemente son los únicos refugiados afganos que han llegado a Brasil desde el regreso de los talibanes al poder— tienen ahora cuentas en bancos brasileños y atención médica. Y quienes pueden están tomando clases de portugués.

Por el momento no está claro qué les deparará el futuro en Brasil, donde al menos están protegidas, pero Muska dijo que le gustaría regresar a casa algún día.

“Espero poder reunirme con mis familiares en Kabul. Tengo el sueño de estar en mi casa. Lo hecho todo de menos”, añadió.

Muska no ha visto mucho de su país de acogida por motivos de seguridad, las dificultades con el idioma y sus propios miedos, pero ha encontrado a gente que empatiza con su situación.

“Lloran con nosotros, sabemos que pueden percibir nuestros sentimientos”, afirmó la magistrada con lágrimas en los ojos.

A sus hijos, uno de ellos pequeño, también les cuesta adaptarse. Muska solía tener la ayuda de sus padres o de niñeras, pero en Brasil está prácticamente sola mientras se preocupa por su futuro y el de ellos.

Los niños parecían contentos y llenos de energía mientras corrían y saltaban en un parque infantil público, hablando en dari entre ellos, pero la jueza informó que su hija mayor le plantea cuestiones que ella no puede resolver.

“Siempre me pregunta por mis padres, sus amigos, sus primos”, contó. “Siempre nos pregunta sobre los talibanes, sobre si nos van a matar”.

A pesar de las dificultades, Muska dijo que cree que el futuro será mejor para sus hijos que para quienes siguen en Afganistán.

“Tengo esperanzas para ellos. Que tengan estudios en una buena situación, en un buen sistema educativo”, agregó. “Podrán elegir qué hacer”.

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