Asia

Talibán enfrenta grandes desafíos económicos y de seguridad

Afganos hacen fila durante horas en un intento para retirar dinero en un banco en Kabul, Afganistán, el lunes 30 de agosto de 2021. Los talibanes limitaron los retiros semanales a un equivalente a 200 dólares. (AP Foto/Khwaja Tawfiq Sediqi)

Los nuevos gobernantes del Talibán en Afganistán enfrentan grandes desafíos económicos y de seguridad tras regresar al poder en un país totalmente distinto al que dejaron hace 20 años.

Cuando gobernaron la vez anterior a finales de la década de 1990, Afganistán era una nación agrícola pobre, y el Talibán estaba preocupado por imponer su estricta versión del islam a una población muy tradicionalista y principalmente sumisa.

Esta vez están heredando una sociedad más desarrollada con una pequeña clase media educada, pero también una economía devastada por la guerra y la corrupción. Incluso antes de que el Talibán capturara Kabul el 15 de agosto, la tasa de desempleo rebasaba 30%, y más de la mitad de los afganos vivían en la pobreza, a pesar de las dos décadas de intervención de Estados Unidos y miles de millones de dólares en asistencia.

Los talibanes han intentado tranquilizar a los afganos diciéndoles que han cambiado desde 1996, cuando gobernaban con mano dura. Los hombres debían dejarse crecer la barba y las mujeres debían usar burka, una prenda que les cubre de la cabeza a los pies. Las niñas estaban excluidas de la educación, y se debía evitar el entretenimiento como la música y la televisión.

El pasado persigue a muchos afganos, y persiste el temor de que los talibanes de antaño acechen atrás de la fachada de los nuevos gobernantes del país. Ese temor hace que muchas personas no quieran regresar a sus empleos, a pesar de las garantías del Talibán, y miles han optado por buscar su futuro fuera de Afganistán.

“El mayor desafío del Talibán es… incorporar a otros en el gobierno de Afganistán”, declaró Torek Farhadi, exasesor del derrocado gobierno que tenía el apoyo de Occidente.

“Sienten que obtuvieron una victoria militar y podría extrañar a sus filas que ahora tengan que obsequiar puestos de poder a otros”, señaló Farhadi.

Pero, agregó, un nuevo gobierno sólo podrá consolidarse si todos los afganos, incluidas las mujeres, pueden sentirse representados.

Varios de los líderes talibanes que ahora están a cargo en Kabul fueron parte del estricto régimen de la década de 1990, pero parecen haber cambiado durante sus años en el exilio.

En 1996, el mulá Abdul Ghani Baradar difícilmente quería viajar a Kabul; se sentía satisfecho de permanecer en la localidad provincial de Kandahar. Pero en los últimos años se convirtió en el principal negociador político y vive en Qatar, donde se abrió una oficina política del Talibán. Baradar ha aparecido al lado de líderes políticos de alto nivel de Rusia, China e incluso Estados Unidos.

El Talibán de hoy se ha mostrado conciliador, y ha exhortado a sus antiguos oponentes a que regresen al país y ha prometido no cobrar venganza.

Su primera gran prueba es la formación de un nuevo gobierno. Prometieron incluir figuras ajenas al Talibán, pero no está claro si están dispuestos de verdad a compartir el poder.

Un gobierno incluyente podría lograr que disminuya el éxodo de afganos, en particular de personas jóvenes y educadas, y persuadir a la comunidad internacional para que continúe enviando la tan necesitada asistencia.

El Talibán tiene exigencias y partidarios contrapuestos a los cuales satisfacer. Incluso entre los líderes talibanes hay puntos de vista contrastantes sobre cómo gobernar. Además, los ancianos tribales en Afganistán son otro grupo poderoso que no puede ser ignorado.

Después están los miles de combatientes cuyos años de formación los pasaron en el campo de batalla y ahora tienen una sensación de victoria sobre una superpotencia. Muchos combatientes jóvenes están embriagados de lo conseguido, y convencerlos de que concertar un acuerdo es para el bien común podría ser difícil, si no es que imposible.

En el pasado, grupos de combatientes del Talibán que consideraban que el movimiento había traicionado sus creencias radicales originales desertaron para integrarse al grupo Estado Islámico, que ahora es una importante amenaza para la seguridad del país. La semana pasada, un atacante suicidad del EI detonó sus explosivos afuera del aeropuerto de Kabul, donde mató a 169 afganos y 13 militares estadounidenses, además de afectar las acciones del Talibán para facilitar la evacuación de Estados Unidos.

El tiempo tampoco está a favor de los talibanes.

La economía ha estado alicaída durante años. Si la paz llega a Afganistán, la población aumentará sus demandas de asistencia económica, algo casi imposible si la comunidad internacional —que financiaba 80% del gobierno del presidente Ashraf Ghani— retira su apoyo.

Un nuevo gobierno debe tener logros pronto y aliviar la crisis económica, dijo Michael Kugelman, analista del Centro Wilson, un grupo de expertos con sede en Estados Unidos.

Si fracasa, “tienes que comenzar a contemplar la posibilidad de protestas a gran escala contra el Talibán, lo que claramente le representaría un gran desafío mientras intenta consolidar su poder”, agregó.

Pero qué tanto esté dispuesto el Talibán a ceder a las preocupaciones internacionales mientras se mantiene fiel a sus creencias podría ampliar aún más las divisiones entre los dirigentes, en particular en aquellos con una ideología más rígida.

Farhadi señaló que el Talibán podría echar mano de numerosos expertos entre los afganos expatriados, pero mucho de ello depende de la imagen del nuevo gobierno.

Kugelman señaló que el Talibán necesita esa experiencia.

“Tienes un régimen que no tiene experiencia alguna en política en un momento en que tienes una gran crisis política, agravada por el hecho de que la comunidad internacional va a interrumpir el acceso a los fondos a este gobierno talibán”, señaló.

“Y como siempre, es el pueblo, el pueblo afgano, el que más va a sufrir”, agregó.

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