Los carros son el último refugio para algunos españoles

IRURE LABORABA COMO LIMPIADOR PROFESIONAL CUANDO AZOTÓ LA PANDEMIA, LO QUE LO DEJÓ SIN FUENTES DE INGRESOS

Juan Jiménez, de 60 años, descansa en su carro, donde actualmente es su hogar, en Pamplona, España. Jiménez vive en su Ford de segunda mano desde hace casi un año después de que la desaceleración económica provocada por la pandemia de coronavirus destruyera su estabilidad financiera. Foto: AP/Alvaro Barrientos.

Juan Jiménez, de 60 años, descansa en su carro, donde actualmente es su hogar, en Pamplona, España. Jiménez vive en su Ford de segunda mano desde hace casi un año después de que la desaceleración económica provocada por la pandemia de coronavirus destruyera su estabilidad financiera. Foto: AP/Alvaro Barrientos.

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Álvaro Barrientos/APPamplona, España

Cuando el trabajador social le llamó a Javier Irure para decirle que iba a ser desalojado, el español de 65 años no podía imaginarse que acabaría sin hogar tras cinco décadas de trabajo manual.

“Agarré una sábana, puse ahí lo que pude de ropa, unos pocos libros y algo más, y me dije a mí mismo: ‘Tengo un techo donde estar, mi coche’”, señaló Irure desde su viejo Renault Clio en el que se ha refugiado los últimos tres meses.

Irure está entre una multitud de víctimas indirectas de la pandemia. No se ha contagiado de COVID-19, pero la desaceleración económica provocada por las restricciones al movimiento y a la interacción social implementadas por las autoridades para controlar la propagación del coronavirus resultaron letales para su estabilidad financiera.

Irure, que comenzó a trabajar a los 13 años de botones en un hotel, laboraba como limpiador profesional cuando azotó la pandemia, lo que lo dejó sin fuentes de ingresos. No pasó mucho tiempo antes de que fuera desalojado del apartamento que rentaba.

Intentó obtener ayuda de los servicios sociales del Estado, pero sin buenos resultados. Actualmente recibe apoyo del grupo local de asistencia humanitaria Ayuda Mutua.

“Como un péndulo, que va y viene de ventana en ventana, de llamadas que nunca contestan, de promesas vagas”, dijo Irure, refiriéndose a sus intentos por obtener ayuda de la burocracia oficial.

España ha sido golpeada especialmente duro por la pandemia debido a su gran dependencia del turismo y del sector de servicios.

El gobierno izquierdista del país ha mantenido un programa de licencias temporales para disminuir el impacto, pero de todas formas se han perdido más de un millón de empleos.

Aunque la unidad familiar en España ha sido un sostén para muchos que de otra forma hubieran pasado desapercibidos, los intentos por mantener a la gente confinada han provocado tensiones en las relaciones familiares y la tasa de divorcios se ha elevado. El hecho de que muchos hogares se hayan desbaratado ha dejado a más individuos solos que tienen que arreglárselas como puedan.

La organización católica de ayuda humanitaria Cáritas Española dijo este mes que aproximadamente medio millón de personas más, el 26% de todas a las que ayuda, se han acercado en busca de apoyo desde que comenzó la pandemia hace un año.

Cáritas ha abierto 13 nuevos centros con capacidad para atender a 1.400 personas dedicados a apoyar a la gente sin hogar desde que el coronavirus llegó al país.

Juan Jiménez también se ha visto forzado a vivir en su Ford de segunda mano durante casi un año.

Jiménez, de 60 años, vio cómo su vida se derrumbaba cuando él y su esposa adquirieron una casa más grande, pero los pagos de la hipoteca se salieron fuera de control y su matrimonio se fue a pique. Los 620 euros que ha recibido en ayuda gubernamental en los últimos meses se los dio a sus siete hijos.

“Sueño con tener a todos mis hijos bajo el mismo techo, pero es más prudente estar aquí”, señaló. “Tienen sus vidas hechas y yo sería un estorbo”.

Jiménez e Irure mueven sus automóviles de un sitio para estacionarse a otro en las afueras de la ciudad norteña de Pamplona, donde alguna vez tuvieron viviendas. Lo hacen así con el fin de evitar llamar la atención y convertirse en una molestia para los residentes.

“Cuando me despierto por la mañana me pregunto: ‘¿qué hago aquí?’”, dijo Jiménez desde su automóvil, el cual está lleno de ropa, mantas y bolsas atestadas con todo lo que posee.

“Somos como seres invisibles. Nadie quiere mirarnos. Nadie quiere saber de nosotros. No existimos”, se lamentó.