Los niños hambrientos no lloran

Abdo Sayid, un niño de 4 años tan demacrado que solo pesaba 6,4 kilos, no lloraba cuando recientemente lo llevaron a un hospital.

Niños pidiendo comida, foto de archivo. / Listín

Niños pidiendo comida, foto de archivo. / Listín

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The New York TimesSanto Domingo

La inanición es agonizante y degradante. Pierdes el control de tus intestinos. Se te cae la piel y el cabello, alucinas y es posible que quedes ciego por la falta de vitamina A. Mientras te consumes, tu cuerpo se canibaliza a sí mismo: consume sus propios músculos, incluso el corazón.

A pesar de eso, Abdo Sayid, un niño de 4 años tan demacrado que solo pesaba 6,4 kilos, no lloraba cuando recientemente lo llevaron a un hospital en Adén, Yemen. Eso es porque los niños que están muriendo de hambre no lloran, ni siquiera arrugan la frente. En cambio, están extrañamente tranquilos; parecen apáticos, con frecuencia sin expresión alguna. Un cuerpo que está muriendo de hambre no gasta energía en lágrimas. Utiliza cada caloría para mantener en funcionamiento los órganos principales del cuerpo.

Abdo murió poco después de llegar al hospital. Giles Clarke, un fotógrafo y amigo mío a quien conocí durante mi último viaje a Yemen, estaba allí y captó el momento.

Es doloroso observar sus fotografías, pero muchas familias, incluida la de Abdo, permiten que se fotografíe —de hecho, quieren que las fotografías se divulguen— porque esperan que el mundo comprenda que los niños están muriendo innecesariamente de hambre y que se necesita ayuda con urgencia para evitar más muertes infantiles.

Hasta 2020, el mundo había logrado vencer, en buena medida, a la hambruna. La última hambruna declarada por las autoridades de Naciones Unidas ocurrió durante algunos meses, en 2017, en una pequeña parte de Sudán del Sur; pero ahora la ONU advierte que una hambruna se avecina en Yemen, Sudán del Sur, Burkina Faso y al noreste de Nigeria, con otros dieciséis países ligeramente rezagados en esa trayectoria hacia la catástrofe.

“Las hambrunas regresaron”, aseguró Mark Lowcock, secretario general adjunto de Asuntos Humanitarios de la ONU. “En las próximas décadas, esto será una mancha horrible para la humanidad si nos convertimos en la generación que tenga que supervisar el regreso de un flagelo tan terrible. Todavía se puede evitar”.

Hemos tenido el privilegio de vivir en una época emocionante de la historia en la que la mortalidad infantil se ha desplomado, las enfermedades y el hambre han retrocedido, la alfabetización se ha elevado y el bienestar humano se ha disparado.

Normalmente, en esta época del año, contrarresto todas mis columnas pesimistas escribiendo que el año anterior fue el mejor en la historia de la humanidad, tomo como indicador la proporción de niños que mueren a la edad de 5 años. Pero el 2020 no fue el mejor año en la historia de la humanidad. Fue un año horrible y la UNICEF advierte que como consecuencia podrían morir de hambre otros 10.000 niños cada mes.

El retroceso en los países en vías de desarrollo se ha visto agravado por la pasividad, la parálisis y la indiferencia de los Estados Unidos y Europa, así como de organizaciones internacionales como el Banco Mundial.

La mayor causa de la crisis global es la pandemia del coronavirus, pero solo indirectamente. Afuera del mundo opulento, las muertes no son de octogenarios con el virus, sino de niños que mueren de hambre a causa de perturbaciones económicas o adultos de mediana edad que mueren de sida porque no pueden obtener medicamentos.

Posiblemente, hoy la capital del sufrimiento humano es Yemen, a la que Naciones Unidas define como la peor crisis humanitaria del mundo. Mientras celebramos el año nuevo, niños yemeníes como Abdo mueren de hambre.

El padecimiento de Yemen es complicado. Siempre pobre, el país ha sido destrozado por una guerra y un bloqueo por parte de Arabia Saudita, con el apoyo de Estados Unidos bajo las administraciones de Barack Obama y Donald Trump. (Funcionarios de Obama han reconocido, no tan sinceramente como deberían, que eso fue un error). El mal gobierno de los hutíes, apoyado por Irán, ha agravado el sufrimiento, al igual que el cólera y el coronavirus, y los países contribuyentes están centrados en sus propios problemas y evitan mirar hacia Yemen.

Por todo eso, Abdo murió.

Si revisas únicamente las cifras del coronavirus, podrías pensar que los países pobres se salvaron del daño. Por lo general, los países en desarrollo han evitado una alta letalidad por COVID-19, particularmente en África.

Pero eso podría estar cambiando con una ola de nuevas infecciones y en todo caso los efectos indirectos han sido devastadores, por lo que a una pandemia de coronavirus le han seguido epidemias de hambre, enfermedad y analfabetismo. Los confinamientos han significado que los obreros informales no tienen manera de generar ingresos y los pacientes de tuberculosis no pueden conseguir medicinas. Las campañas para combatir la malaria, el polio, el sida y la deficiencia de vitamina A quedaron en caos.

Las repercusiones no tienen fin. Las Naciones Unidas advierten que la pobreza y los trastornos causados por la pandemia podrían empujar a trece millones de niñas más al matrimonio infantil. Las campañas interrumpidas contra la mutilación genital femenina podrían hacer que otros dos millones de niñas sufran la ablación genital, según explicó la ONU, mientras que el acceso limitado a métodos anticonceptivos podría conducir a quince millones de embarazos no deseados. El Banco Mundial dice que otros 72 millones de niños podrían convertirse en analfabetos.

“Cada vez más, hablamos de una generación perdida cuyo potencial podría ser aniquilado permanentemente por esta pandemia”, así lo aseguró Angeline Murimirwa de Camfed, una organización sin fines de lucro que patrocina la educación de niñas en el África subsahariana.

Un panel de expertos procesó los datos y estima que incluso bajo un escenario “moderado” de lo que se avecina, un adicional de 168.000 niños morirán de desnutrición debido a las consecuencias del coronavirus. Piensa en eso: Abdo multiplicado por 168.000 veces.

Muchos otros sobrevivirán, pero con una discapacidad intelectual de por vida o en algunos casos ceguera permanente, causadas por las carencias en 2020 y 2021. Este daño se agrava por la indiferencia del mundo rico.

“La magnitud del problema es indignante, pero es aún más indignante que existan soluciones comprobadas y poderosas que no se estén implementando a gran escala”, aseguró Shawn Baker, jefe nutricionista de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional.

Algunos países pobres podrán vacunar, como máximo, a la quinta parte de su población en 2021, lo que sugiere que la pandemia continuará existiendo en todo el mundo y asfixiando a los países pobres. Esto se debe, en parte, a que Estados Unidos y otros países ricos, a instancias de la presión por parte de las empresas farmacéuticas, se niegan a exonerar a las patentes de sus protecciones para permitir que los países pobres accedan a vacunas más baratas.

Gayle Smith, del movimiento global One Campaign, hace un llamado para tomar tres medidas que ayudarían: mayores esfuerzos para distribuir la vacuna en todo el mundo, alivio de la deuda y asistencia de países ricos.

La paradoja es que 2020 puede ser todavía uno de los mejores cinco años en la historia de la humanidad, tomando en cuenta la proporción de niños que mueren o la proporción de personas que viven en la pobreza extrema. Si el mundo se moviliza enérgicamente para abordar la crisis, el año podría recordarse como un bache. Pero la pesadilla es una crisis prolongada en los países pobres y un punto de inflexión, bajo nuestra supervisión, que pone fin a la marcha hacia el progreso de la humanidad.