Una alcaldesa afgana pensaba que la matarían; en cambio, perdió a su padre

Zarifa Ghafari, una de las primeras alcaldesas de Afganistán, preside una reunión con funcionarios municipales en la ciudad de Maidan Shar, al suroeste de la capital, Kabul, el 7 de abril de 2019. (Jim Huylebroek/The New York Times)

Zarifa Ghafari, una de las primeras alcaldesas de Afganistán, preside una reunión con funcionarios municipales en la ciudad de Maidan Shar, al suroeste de la capital, Kabul, el 7 de abril de 2019. (Jim Huylebroek/The New York Times)

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The New York TimesKabul, Afganistán

Zarifa Ghafari, una de las primeras alcaldesas en Afganistán, había estado en espera de ser asesinada. Sin embargo, la noche del jueves, fue su padre quien fue ejecutado por hombres armados frente a su casa en Kabul, la capital.

Ghafari, de 27 años, ha sobrevivido varios intentos de asesinato. Su posición como una mujer con ideas reformistas en un cargo público (es la alcaldesa de Maidan Shar, una ciudad en la provincia de Wardak, que colinda con Kabul) la ha expuesto a un gran peligro en la sociedad predominentemente patriarcal de Afganistán.

No obstante, la razón del homicidio de su padre, Abdul Wasi Ghafari, un coronel del Ejército afgano, no queda clara. ¿Fue tan solo uno más de una serie de asesinatos anónimos y dirigidos en Kabul? ¿O fue en represalia de que hace poco Zarifa Ghafari despidió a varios subordinados (algo que causó la más reciente serie de amenazas de muerte en contra de ella?)

Ghafari cree saber la razón. “Fueron los talibanes”, dijo el viernes. “No me quieren en Maidan Shar; por eso mataron a mi papá”.

“Estoy tan dolida”, dijo. “No sé en quién puedo confiar. Pero no pararé ahora, incluso si vienen por mí de nuevo. Ya no tengo miedo de morir”.

Un vocero de los talibanes dijo que él “todavía estaba buscando información” sobre el ataque y declinó hacer comentarios.

Aunque ha habido otras alcaldesas en Afganistán, sus cargos fueron en áreas generalmente vistas como más tolerantes en términos culturales. Sin embargo, en Wardak, una provincia de tradición conservadora, Ghafari fue colocada a una posición casi insostenible. Los talibanes, conocidos por su dura interpretación del islam que prohíbe que las mujeres desempeñen la mayoría de los trabajos, tienen un apoyo extendido en la provincia.

“He sido amenazada varias veces”, dijo Ghafari entre lágrimas. “Me amenazaron. Sobreviví y continué con mi trabajo. Querían verme dolida, así que mataron a mi padre”.

No obstante, Ghafari también había recibido amenazas provenientes de su propia oficina. Como parte de una serie de reformas en Maidan Shar, una ciudad de apenas 35.000 habitantes, ella despidió a varios de sus empleados, lo que generó condenas y amenazas, afirmó ella.

Su padre, de 53 años, era un comandante en el Cuerpo de Operaciones Especiales, un puesto de alto rango en una unidad que era especialmente odiada por los talibanes debido a su eficacia. Los oficiales militares habían advertido a Abdul Ghafari que estaba en la mira debido a su hija, dijo Zarifa Ghafari, quien agregó que él sirvió durante años en la milicia y sobrevivió ileso.

Ghafari está acostumbrada a los obstáculos e incluso a los ataques (casi muere en un intento de asesinato el mes pasado), pero nunca algo tan dañino, que ella piensa fue debido a ella.

“Él me cuidaba”, dijo. Sin él, agregó, ella no habría sido capaz de resistir las amenazas de muerte o el acoso constante que ella ha recibido de parte de sus propios electores por ser mujer.

Hombres con palos y piedras atacaron la oficina de Ghafari en su primer día en el cargo en el verano de 2018, después de que fue nombrada al cargo por el presidente Ashraf Ghani. Rescatada por fuerzas de seguridad afganas para su protección, solo pudo regresar nueve meses después y asumir su puesto, esta vez de manera formal. Pronto comenzó a implementar proyectos de obra pública, como reparación de caminos y una campaña para limpiar la ciudad.

La muerte de su padre ocurre a la postre de una semana particularmente sangrienta en Kabul. Menos de una semana antes, un procurador militar fue asesinado por hombres armados desconocidos. Asimismo, el lunes, miembros autoproclamados del grupo del Estado Islámico asesinaron a por lo menos veintidós personas, la mayoría de ellas eran estudiantes, en la Universidad de Kabul, la institución académica más grande de Afganistán, lo que causó que la capital cayera en nuevos niveles de desesperación.

Asesinatos dirigidos, en forma de tiroteos a quemarropa y bombas magnéticas, han perturbado a Kabul en los últimos meses, lo que ha causado la indignación pública. Los talibanes se han rehusado a reivindicar los ataques, pero los han usado para propósitos de propaganda, al señalar la incapacidad del gobierno de mantener a la capital segura como una señal de su debilidad.

Desde que alcanzaron un acuerdo con Estados Unidos en febrero, el cual generó el inicio de un retiro de tropas estadounidenses y el comienzo de conversaciones de paz con funcionarios afganos, los talibanes han abandonado los ataques de alto perfil en áreas urbanas y los han remplazado con asesinatos, según han dicho funcionarios y expertos.

Desde julio hasta septiembre, los ataques insurgentes en Afganistán de los que nadie se responsabilizó se habían incrementado en más de un 50 por ciento en comparación con el trimestre previo, lo que representa casi la mitad de las muertes civiles, de acuerdo con un informe de vigilancia del gobierno estadounidense dado a conocer el jueves.

Octubre fue el mes más mortal en Afganistán para los civiles desde septiembre de 2019, de acuerdo con datos recopilados por The New York Times. Al menos 212 personas fueron asesinadas a medida que los combatientes talibanes lanzaban ofensivas en el sur y el este del país.