España

La ruta migrante a Europa se ve empujada hasta el Atlántico

A diferencia de los 60 adultos a bordo, solo Noura ignoraba los riesgos de cruzar las aguas abiertas del Océano Atlántico en una lancha de goma abarrotada.

Una persona toma la temperatura a un niño a su llegada con otros migrantes al puerto de Arguineguin en la isla de Gran Canaria, en España, después de que fueran rescatados en el Océano Atlántico por servicios de emergencias el jueves 20 de agosto de 2020. Cada vez más migrantes atraviesan una traicionera zona del Océano Atlántico para llegar hasta las Islas Canarias, un archipiélago español cercano a África Occidental, en lo que se ha convertido en una de las rutas más peligrosas para llegar a territorio europeo. (AP Foto/Emilio Morenatti)

Cada vez más migrantes atraviesan una traicionera zona del Océano Atlántico para llegar hasta las Islas Canarias, un archipiélago español cercano a África Occidental, en lo que se ha convertido en una de las rutas más peligrosas para llegar a territorio europeo.

Unas 4.000 personas han sobrevivido el peligroso viaje este año. Más de 250 murieron o han desaparecido, según la Organización Internacional para las Migraciones. Ya son más que todos los fallecidos intentando cruzar el Mediterráneo occidental en todo el año pasado.

En la semana que pasaron reporteros de The Associated Press en Islas Canarias trabajando en este despacho se recuperaron al menos 20 cuerpos.

El aumento del tráfico a las Canarias llega después de que la Unión Europea enviara fondos a Marruecos en 2019 para impedir que los migrantes llegaran al sur de España cruzando el Mediterráneo. Las llegadas al territorio continental español cayeron un 50% en comparación con el mismo periodo del año anterior, mientras que las llegadas a las Islas Canarias subieron en un 550%. Más de 850 personas llegaron a las Canarias en agosto, según un conteo de AP a partir de los datos del Ministerio español del Interior, reportes en medios locales y Organizaciones No Gubernamentales.

Hawa Diabaté huyó de su Costa de Marfil natal con su hija de 2 años, Noura, a lo que creía era la Europa continental. La única persona que no lloraba en el bote era Noura.

A diferencia de los 60 adultos a bordo, solo Noura ignoraba los riesgos de cruzar las aguas abiertas del Océano Atlántico en una lancha de goma abarrotada.

Conforme las olas se hacían más grandes y la gente se iba asustando, Noura dijo a su madre “¡Calla, mamá! ¡Boza, mamá, Boza!”, recordó Diabaté. Los migrantes subsaharianos utilizan esa palabra para celebrar un cruce con éxito.

Después de varias horas en el océano, por fin llegó “boza”. El servicio español de Salvamento Marítimo les puso a salvo en una de las Islas Canarias.

Las cifras de este año siguen estando por debajo de los 30.000 inmigrantes que llegaron al archipiélago en 2006. Pero son las más altas en más de una década en la que España redujo las llegadas por mar a apenas unos cientos a través de acuerdos con países del África Occidental.

El brusco desvío de las rutas migratorias a las Canarias han hecho sonar las alarmas en la cúpula del gobierno español. El primer viaje al extranjero del presidente del gobierno, Pedro Sánchez, desde el inicio de la pandemia fue a Mauritania, uno de los principales puntos de salida. El Ministerio del Interior anunció hace poco una donación de 1,5 millones de euros en equipo de vigilancia de fronteras a seis países del África occidental.

Pero los grupos de derechos humanos dicen que los que llegan a las costas españolas son solo una parte de los que abandonan sus hogares.

“Sólo vemos la punta del iceberg”, dijo Sophie Muller, representante en España del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que visitó hace poco el archipiélago. “Están tomando rutas imposibles”.

Llegar a las islas españolas puede llevar entre uno y 10 días desde el punto de salida más cercano, en Tarfaya, Marruecos (100 kilómetros, o 62 millas). La travesía más larga registrada este año comenzó en Barra, Gambia (más de 1.600 kilómetros, o 1.000 millas). Es habitual que los migrantes se queden sin comida, agua y combustible tras unos pocos días.

El 19 de agosto, un avión español avistó un bote de madera con 15 malienses sin vida a 148 kilómetros, o 92 millas, de la isla de Gran Canaria. Fueron remolcados a puerto. Al anochecer, varios trabajadores retiraron los cadáveres hinchados uno a uno con una grúa. Al día siguiente, la policía recogió lo que quedaba como prueba: una cartera, una docena de celulares, cortavientos y botas impermeables.

Menos de 24 horas más tarde, reporteros de AP vieron cómo se remolcaba a la isla otro bote migrante con 12 personas vivas y cuatro muertas. Los sobrevivientes habían visto morir a sus compañeros de viaje por el camino.

“Casi ni hablan,” dijo José Antonio Rodríguez, responsable del equipo de respuesta inmediata de emergencia en Cruz Roja Canarias. “Estaban en estado de shock.”

Uno de los 12 rescatados murió antes de llegar al hospital.

A las organizaciones no les preocupa sólo el alto número de muertes.

“Ha habido un cambio en el perfil”, dijo Muller, la representante de ACNUR en España. “Vemos más llegados del Sahel, de Costa de Marfil, más mujeres, más niños, más perfiles que necesitarían protección internacional”.

El Ministerio español del Interior rechazó las peticiones de Associated Press de conocer las nacionalidades de las llegadas recientes a Canarias, indicando que la información podría afectar a las relaciones internacionales con sus países de origen. Pero ACNUR estima que en torno al 35% de los llegados por mar procede de Mali, un país en guerra con extremistas islámicos y donde un reciente golpe de Estado derrocó al presidente Ibrahim Boubacar Keita. En torno al 20% de los llegados son mujeres y el 12% menores de 18, dijo Muller.

Kassim Diallo huyó de Mali después de que su padre muriera en un ataque extremista contra una base militar cerca de su pueblo en Sokolo a finales de enero.

El 29 de febrero, el joven de 21 años se subió a un bote de goma en Laayoune, en el Sáhara Occidental, con otros 35 hombres, mujeres y niños. Tras casi 20 horas en el agua, su grupo fue rescatado y llevado a la isla de Fuerteventura.

“No es normal. Un ser humano no debería tener que hacer esto. ¿Pero cómo podemos hacerlo si no?”, dijo Diallo.

Como la mayoría de los que llegaron por mar al archipiélago este año, Diallo lleva meses atrapado en las Canarias. Aunque la pandemia ha dejado en suspenso los vuelos de regreso forzoso a Mauritania, el gobierno español también ha prohibido a los recién llegados viajar al territorio continental español, incluso después de levantar las restricciones a los viajes de españoles y turistas. Solo unos pocos grupos, sobre todo mujeres y niños, han sido trasladados en operaciones puntuales a través de Cruz Roja.

“El bloqueo, el que las personas no podían salir desde las Islas Canarias, convirtió a las islas en una cárcel a cielo abierto,” Txema Santana, portavoz en Canarias de la Comisión Española de Ayuda a Refugiados.