Un académico marxista negro quería hablar sobre raza y desató la ira.
“La obsesión con la disparidad de raza ha colonizado el pensamiento de la izquierda y de los liberales”, señaló Reed. “Se insiste en que la raza y el racismo son factores decisivos fundamentales en la existencia de todas las personas de raza negra”.
Adolph Reed se crio en el sur segregado y es nativo de Nueva Orleans; Reed organizó a la gente negra pobre y a los soldados que estaban en contra de la guerra a finales de la década de 1960 y llegó a ser un académico socialista importante en tres universidades de prestigio.
A lo largo del camino, desarrolló la convicción, ahora controvertida, de que la izquierda le otorga demasiada importancia a la raza y no la suficiente a las clases. Reed creía que las victorias perdurables se alcanzaban cuando la clase trabajadora y la gente pobre de todas las razas luchaban hombro con hombro por sus derechos.
A fines de mayo, Reed, quien ahora tiene 73 años y es profesor emérito de la Universidad de Pensilvania, fue invitado a hablar ante el cabildo de Nueva York de los Socialistas Democráticos de Estados Unidos (DSA, por su sigla en inglés). El encuentro sonaba lógico. Dotado de un ingenio mordaz, el hombre que hizo campaña para el senador Bernie Sanders y que tachó al presidente Barack Obama de tener una política que iba de “frívola a neoliberal represiva” se dirigiría al cabildo más grande de esta organización, el crisol de donde surgieron la representante Alexandria Ocasio-Cortez y una nueva generación de activistas de izquierda.
El tema que eligió fue despiadado: planeaba argumentar que la atención extrema de la izquierda a la afectación desproporcionada del coronavirus sobre las personas negras perjudicaba la organización multirracial, la cual él considera primordial para la salud y la justicia económica.
Surgieron advertencias y la ira se desató. ¿Cómo podemos invitar a hablar a alguien que le resta importancia al racismo en un momento de pandemia y manifestaciones?, se preguntaron los miembros. El Caucus de Afrosocialistas y Socialistas de Color de la organización afirmó que dejarlo hablar era “reaccionario, reduccionista de clase y, en el mejor de los casos, insensible”.
“No podemos tener miedo de hablar sobre la raza y el racismo porque los racistas puedan manejarlo mal”, sostuvo el caucus. “Eso es cobarde y cede poder a los capitalistas raciales”.
Entre rumores de que los opositores podrían bloquear su charla en Zoom, Reed y los dirigentes de DSA decidieron cancelarla, lo cual fue algo sorprendente debido a que quizás la organización socialista más poderosa del país había rechazado la charla de un profesor marxista negro por sus ideas sobre la raza.
“Que Dios nos ampare, Adolph es el teórico democrático más importante de su generación”, señaló Cornel West, profesor socialista de Filosofía de la Universidad de Harvard. “Ha adoptado algunas posturas muy impopulares sobre la política de identidad, pero tiene una trayectoria de medio siglo. Si renuncian al debate, su movimiento se volverá más limitado”.
La decisión de silenciar a Reed llegó en un momento en que los estadounidenses debaten qué papel desempeñan la raza y el racismo en la vigilancia policial, la atención a la salud, los medios de comunicación y las empresas. Casi siempre dejan al margen de ese discurso a los izquierdistas y liberales que han sostenido que se presta demasiada atención a la raza y no la suficiente a la clase en una sociedad profundamente desigual. Reed forma parte del grupo de historiadores, politólogos e intelectuales que argumentan que la raza, como constructo, está sobrevalorada.
Este debate es especialmente intenso puesto que los activistas sienten que tienen una oportunidad única en esta generación para avanzar en temas que van desde la violencia policial hasta la desigualdad, pasando por el encarcelamiento masivo y la atención médica. Además, llega cuando el socialismo en Estados Unidos —que desde hace mucho tiempo es un movimiento predominantemente blanco— atrae a partidarios más jóvenes y diversos.
Muchos académicos izquierdistas y liberales sostienen que las desigualdades actuales en temas como la atención médica, la brutalidad policial y la mala distribución de la riqueza se deben principalmente a la historia de racismo y supremacía blanca de este país. Afirmaron que la raza es la herida primigenia de Estados Unidos y que las personas negras, después de siglos de esclavitud y leyes de segregación, deben tomar el mando en una lucha multirracial para eliminarla. Es absurdo dejar de lado esa batalla para buscar una solidaridad de clase transitoria, alegan.
“Adolph Reed y los de su tipo creen que si hablamos demasiado sobre la raza, alejaremos a demasiadas personas, y eso evitará que construyamos un movimiento”, comentó Keeanga-Yamahtta Taylor, profesora de Estudios Afroestadounidenses en la Universidad de Princeton y miembro de DSA. “No es lo que deseamos; queremos lograr que los blancos entiendan cómo el racismo ha trastornado de manera fundamental la vida de los negros”.
Reed y algunos académicos y activistas prominentes, muchos de los cuales son negros, ofrecen una idea contraria. Consideran que el énfasis actual en la cultura de la política que toma como base la raza es un callejón sin salida. Entre ellos está West, los historiadores Barbara Fields, de la Universidad de Columbia, y Toure Reed (el hijo de Adolph Reed), de la Universidad Estatal de Illinois, y Bhaskar Sunkara, fundador de la revista socialista Jacobin.
Ellos aceptan de buena gana la burda realidad de la historia racial de Estados Unidos y de los estragos del racismo. No obstante, sostienen que los problemas que ahora aquejan a Estados Unidos —como la mala distribución de la riqueza, la brutalidad policial y el encarcelamiento masivo— afectan a estadounidenses negros y latinos, pero también a una gran cantidad de estadounidenses blancos pobres y de clase trabajadora.
Dicen que los movimientos progresistas más poderosos tienen su origen en la lucha por los programas universales. Eso sucedió con las leyes que fortalecieron la organización sindical y establecieron los programas de empleo masivo durante el Nuevo Trato, y también sucede en las luchas actuales para que las universidades públicas no cobren colegiatura, para que el salario mínimo sea más alto, para que se renueven las fuerzas policiales y para que haya sistemas de salud de pagador único.
Reed y sus aliados sostienen que esos programas ayudarían de manera desproporcionada a las poblaciones negras, latinas y de nativos estadounidenses, quienes tienen, en promedio, menos riqueza familiar y sufren de mala salud en mayor porcentaje que los estadounidenses blancos. Si nos obsesionamos con la raza corremos el riesgo de dividir una coalición potencialmente poderosa y hacer lo que quieren los conservadores.
“La obsesión con la disparidad de raza ha colonizado el pensamiento de la izquierda y de los liberales”, señaló Reed. “Se insiste en que la raza y el racismo son factores decisivos fundamentales en la existencia de todas las personas de raza negra”.
Estas batallas no son nuevas: a fines del siglo XIX, los socialistas lucharon con su propio racismo y debatieron hasta qué punto debían intentar construir una organización multirracial. Eugene Debs, quien contendió cinco veces a la presidencia, era enérgico en su insistencia de que su partido defendía la igualdad racial. Temas parecidos enturbiaron los movimientos por los derechos civiles y del Poder Negro en la década de 1960.
No obstante, este debate ha vuelto a aparecer con la propagación del virus letal y con el asesinato de George Floyd en Minneapolis a manos de la policía. También ha adoptado un carácter generacional, ya que el socialismo —que en la década de 1980 era el reducto de los izquierdistas envejecidos— ahora atrae a muchos jóvenes ansiosos por rediseñar las organizaciones como la de los Socialistas Democráticos de Estados Unidos, misma que ha existido en diversas combinaciones desde la década de 1920. (En una encuesta de Gallup del año pasado, se vio que ahora el socialismo es tan popular como el capitalismo entre las personas de 18 a 39 años).
La organización DSA ahora tiene más de 70.000 miembros a nivel nacional y 5800 en Nueva York, y la edad promedio de sus miembros ahora es de 30 años. Aunque el partido es mucho más pequeño que, digamos, el demócrata o el republicano, se ha convertido en un insólito poder en la sombra que ayuda a impulsar las victorias de los candidatos del Partido Demócrata, como Ocasio-Cortez y Jamal Bowman, quien derrotó a un antiguo titular demócrata en unas elecciones primarias de junio.
Reed y sus compatriotas creen que la izquierda se entrampa con demasiada frecuencia en batallas por símbolos raciales, desde las estatuas hasta el lenguaje, en vez de concentrar la atención en un cambio económico fundamental.
“Si te dijera: ‘Estás despedido, pero hemos logrado que se cambie el nombre de Yale por el de otra persona blanca’, me verías como si estuviera loco”, comentó Sunkara, el editor de Jacobin.
Alegan que es mejor hablar de coincidencias. Pese a que existe una gran disparidad con respecto a la riqueza entre los estadounidenses blancos y negros, la gente blanca pobre y de clase trabajadora se parece muchísimo a la gente negra pobre y de clase trabajadora cuando se trata de ingresos y riqueza, es decir que en ambos aspectos los dos grupos están muy desfavorecidos. Según Reed y sus aliados, los políticos del Partido Demócrata esgrimen el tema racial para evitar abordar los temas económicos importantes que llegan más profundo, como la redistribución de la riqueza, puesto que eso molestaría a sus bases de donantes ricos.
“Los liberales usan la política de identidad y la raza como una forma de contrarrestar los reclamos de que existan políticas de redistribución”, observó Toure Reed, quien aborda estos temas en su libro “Toward Freedom: The Case Against Race Reductionism” (Hacia la libertad: argumentos contra el reduccionismo racial).