Preocupa creciente uso de gases lacrimógenos por la policía
“Por Dios”, se le escucha decir a LaFrancois en un video en el que se lo ve jadeante y tosiendo por el gas. “Siento como que se me quema la cara, los ojos”.
El 2 de junio, Justin LaFrancois participó en una manifestación contra la violencia policial y el racismo en el centro de Charlotte, Carolina del Norte, que planeaba transmitir en vivo por el portal del periódico alternativo para el que trabaja.
A poco de iniciada la marcha, la policía, que dijo que le habían tirado botellas y piedras, empezó a lanzar gases lacrimógenos hacia todos los integrantes de la marcha, incluidos los que desfilaban pacíficamente. Los manifestantes trataron de salir corriendo. Pero se vieron arrinconados en un sector de grandes edificios y pudieron escapar a los balines de gas pimienta y a las granadas aturdidoras levantando la cortina de un garage.
“Por Dios”, se le escucha decir a LaFrancois en un video en el que se lo ve jadeante y tosiendo por el gas. “Siento como que se me quema la cara, los ojos”.
La de Charlotte fue una de decenas de manifestaciones llevadas a cabo en todo el país en los últimos meses en las que la policía lanza gases lacrimógenos a manifestantes pacíficos. Normalmente, esas granadas son una herramienta defensiva usada para dispersar a la gente.
Pero durante la ola de protestas asociadas con el movimiento Black Lives Matter, organismos policiales municipales, estatales y federales las han empleado como arma ofensiva, a veces contra manifestantes pacíficos, niños y mujeres embarazadas, sin dejar una ruta de escape o empleando cantidades excesivas de gas, según testigos y activistas defensores de los derechos humanos.
Las autoridades dicen que los gases lacrimógenos son una herramienta efectiva para controlar a los manifestantes si se los usa debidamente.
Sin los gases, “lo único que queda es la fuerza física: escudos y bastones”, dijo el subjefe de la policía de Charlotte-Mecklenburg Jeff Estes. Agregó que estuvo expuesto a gases lacrimógenos y de pimienta varias veces.
“Conozco los efectos. Prefiero eso a lo que hemos visto en otros sitios donde personas que agreden a otros tienen que ser golpeadas con palos y escudos”, expresó.
Pero entrevistas de la Associated Press con investigadores médicos, organismos reguladores y una revisión de estudios científicos financiados por el gobierno plantean interrogantes acerca de los gases, sobre todo cuando se usan en espacios confinados, en cantidades excesivas y cuando son disparados directamente hacia los manifestantes. Profesionales de la medicina entrevistados por la AP dijeron que el uso de gases lacrimógenos en plena pandemia del COVID-19 es especialmente preocupante. La AP comprobó asimismo que el gobierno no supervisa la producción y el uso de los gases lacrimógenos. Deja que los fabricantes se autorregulen.
“Eso es muy problemático porque no hay transparencia en torno a la producción y venta de estar armas”, dijo Rohini Haar, médica de la sala de emergencia e investigadora de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de California en Berkeley, quien ha publicado estudios sobre los gases lacrimógenos. “El gobierno tiene la obligación de proteger a sus ciudadanos. Regulamos tantas otras cosas. Esto es de hecho un arma química”.
Haar dijo que sus investigaciones revelan que los gases lacrimógenos son cada vez más potentes y que le inquietan los efectos de la silicona que a veces se incorpora a estos gases para que duren más tiempo en el aire y en las superficies.
La AP contactó a cinco de los principales productores de gases lacrimógenos en Estados Unidos. Cuatro no respondieron a reiterados pedidos de comentarios. El quinto, el Safariland Group, declinó ofrecer entrevistas.
Los gases lacrimógenos empezaron a ser usados en la Primera Guerra Mundial y fueron prohibidos como arma de guerra por la Convención de Armas Químicas, ratificada por casi todos los países del mundo, incluido Estados Unidos. La Convención, no obstante, admite el empleo de sustancias químicas para controlar disturbios, incluidos los gases lacrimógenos.
Lo que no hace es aclarar qué constituye un agente para control de disturbios, de acuerdo con Anna Feigenbaum, autora del libro “Tear Gas: From the Battlefields of World War I to the Streets of Today” (Gases lacrimógenos: De los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial a las calles de hoy).
“E ignora, o no aborda el uso ofensivo de estos agentes por parte de la policía”, declaró Feigenbaum a la AP.
Los gases lacrimógenos contienen una serie de sustancias químicas que irritan los ojos, la boca, la garganta, los pulmones y la piel.
A pesar de su uso generalizado por la policía, expertos del campo médico dicen que hay pocos estudios sobre los efectos de estos gases y que los que hay se enfocan mayormente en su impacto en personal militar, el cual tiende a ser más saludable y a estar en mejor estado físico que el público en general.
Un estudio del 2014 financiado por la Agencia de Protección Ambiental, el Departamento de Defensa y la Academia Nacional de Ciencias trató de fijar las concentraciones del gas que pueden causar daños irreversibles e incluso la muerte.
Pero Sven Eric Jordt, profesor adjunto e investigador de la Facultad de Medicina de la Duke University, que estudia desde hace tiempo los gases lacrimógenos, dice que el estudio simplemente recomienda niveles máximos y se basa en buena medida en información de hace medio siglo, si no más.
Thor Eells, director ejecutivo de la Asociación Nacional de Oficiales Tácticos, dijo en una entrevista telefónica que las sustancias empleadas son tan seguras que, incluso si un departamento de policía usase todo su inventario de una vez, no mataría ni provocaría lesiones serias a nadie.
“Ningún organismo (policial) tendrá suficientes agentes químicos en sus inventarios como para ni siquiera acercarse a ser peligrosos”, aseguró.
La Sociedad Torácica Estadounidense (American Thoracic Society) pide que se declare una moratoria de un año para el uso de gases lacrimógenos, mencionando la “falta de investigaciones vitales, la escalada en el uso de gases lacrimógenos por parte de los organismos policiales y la probabilidad de que se dañen los pulmones y se promueva el contagio de COVID-19”.