Un brote del virus provoca un choque generacional en Francia

ARCHIVO - En esta imagen de archivo del 28 de julio de 2020, gente disfrutando del buen tiempo en tumbonas colocadas junto al río Sena en París. Un brote de coronavirus en una zona turística de Francia se está convirtiendo en un ejemplo de manual de cómo el virus enfrenta generaciones entre sí. En una semana se han descubierto 72 casos, la mayoría en veraneantes y trabajadores de temporada entre 18 y 25 años. (AP Foto/Kamil Zihnioglu, Archivo)

ARCHIVO - En esta imagen de archivo del 28 de julio de 2020, gente disfrutando del buen tiempo en tumbonas colocadas junto al río Sena en París. Un brote de coronavirus en una zona turística de Francia se está convirtiendo en un ejemplo de manual de cómo el virus enfrenta generaciones entre sí. En una semana se han descubierto 72 casos, la mayoría en veraneantes y trabajadores de temporada entre 18 y 25 años. (AP Foto/Kamil Zihnioglu, Archivo)

Al caer el sol crecía la fiesta, con un invitado indeseado: el coronavirus. Un brote entre jóvenes de entre 18 y 25 años en un destino turístico de la costa bretona está avivando el temor a una nueva oleada del virus en Francia, impulsada por veraneantes que dejaron en casa sus precauciones contra el COVID-19.

En una semana de frenético rastreo de contactos se habían identificado 72 casos hasta el miércoles, la mayoría en esa horquilla de edad. Se cree que el origen del núcleo de contagios de la península de Quiberon es un trabajador de supermercado contratado para el verano, que salió con otras personas a un club nocturno.

Se está convirtiendo en un ejemplo de manual de cómo el virus enfrenta generaciones entre sí.

El representante del gobierno de más categoría en la región, un exmilitar y agente de inteligencia en la cincuentena, no se ha andado con rodeos a la hora de condenar la “irresponsabilidad de los jóvenes que viven o veranean aquí, reuniéndose en grandes números para celebraciones por la noche, ignorando el peligro”.

El funcionario, Patrice Faure, prefecto de la región bretona de Morbihan, entregó personalmente una orden de cierre por dos meses en una discoteca de Quiberon, la Hacienda Cafe. Estaba entre los clubes nocturnos donde se reunieron los infectados, y había bordeado la ilegalidad bloqueado su pista de baile con mesas y banquetas para convertirse en bar y eludir la orden nacional de cierre a los clubes nocturnos.

Los propietarios dijeron al periódico regional Ouest-France que habían instado a los clientes a llevar mascarillas, aunque añadieron: “Son jóvenes, de vacaciones o con trabajos de verano, y estaban bebiendo. No escucharon”.

Aunque las autoridades insisten en que el brote está bajo control, la península antes conocida por la pesca de sardinas se ha convertido en un ejemplo del temor a que Francia esté recayendo en una epidemia que infectó a más de 185.000 personas y mató al menos a 30.200 en el país. Las tasas de contagio están subiendo y las autoridades advierten que la gente está ignorando las llamadas al sentido común mientras millones de personas disfrutan de las vacaciones en julio y agosto.

En París, el enfermero Damien Vaillant-Foulquier teme que una segunda oleada de infecciones frustre los planes que había hecho con su esposa, también enfermera, para unirse al éxodo a mediados de agosto. Su hospital, que logró vaciar sus unidades de UCI tras capear la primera oleada, ya está recibiendo nuevos pacientes de COVID-19 y preguntando a estudiantes de enfermería si estarán disponibles para trabajar en verano, señaló.

“En el hospital percibimos la llegada de la segunda ola”, dijo. “Estoy deprimido porque mi impresión es que la gente no ve el peligro y ha olvidado por qué estábamos confinados en casa”.

Durante su ruta en bicicleta por la capital francesa, señaló, “vi que los bares de los grandes bulevares se han convertido en locales nocturnos, tanto dentro como fuera, todo el mundo estaba bailando, sin mascarillas, nada, absolutamente ningún respeto por el distanciamiento social”, dijo Vaillant-Foulquier.

“Se acusa a los jóvenes de no ser responsables, pero no son sólo los jóvenes”, dijo.

Romain Arnal, un estudiante de 20 años, es uno de los que se está relajando -y sus precauciones también- en Quiberon. Veranea allí todos los años, y ha retomado un romance de verano con una persona a la que conoció allí hace tres años.

Preocupado por la oleada de contagios, Arnal dijo haber ido a un puesto improvisado de pruebas instalado en Quiberon para contener el brote, pero que la fila era demasiado larga. Las autoridades han instado a todo el mundo a hacerse la prueba, especialmente los asistentes a Hacienda. En una tarea descomunal para la península, que pasa de 5.000 a 60.000 habitantes en verano.

Quiberon ha impuesto las mascarillas obligatorias en algunas de sus calles más transitadas, sumándose a otras localidades turísticas que han endurecido el requisito nacional de llevar mascarillas en espacios públicos bajo techo. También impuso toques de queda nocturnos en playas y parques públicos, temiendo que jóvenes asintomáticos pudieran contagiar a personas con peor salud.

“Confío, o al menos imagino que no tienen deseo de pasar el virus a sus padres, sus abuelos, sus vecinos, tíos y tías”, dijo Faure, el prefecto. “Es extremadamente inoportuno salir de fiesta hoy como en 2019”.

Alexandre Lesage, guía de pesca de 39 años, dijo sentirlo por una generación a la que ve intentando divertirse en los mismos lugares y playas donde él pasó la juventud, libre del futuro incierto que ahora enfrentan los jóvenes en un mercado laboral sacudido por el virus.

“Se les está tratando como a apestados, como si fueran totalmente irresponsables cuando en realidad sólo son jóvenes”, dijo. “No me gustaría estar en su lugar”.