‘No perdona a nadie’: Las funerarias de Texas no pueden escapar al virus
“El virus no perdona a nadie”, dijo Salinas. “Ni siquiera a mi familia”.
Johnny Salinas Júnior, propietario de Salinas Funeral Home, habitualmente se encarga de cinco funerales a la semana. Sin embargo, hace poco, con el coronavirus arrasando en su comunidad, en un solo día atendió a ese número de familias en duelo.
Además, una sexta familia estaba en espera. La de él.
Salinas se cambió de una camiseta polo a un traje negro sin una sola arruga y salió de su oficina hacia la capilla que está al lado. El ataúd azul claro de su tío abuelo, quien murió de COVID-19, estaba al fondo del cuarto, adornado con arreglos de flores blancas y un crucifijo de madera.
“El virus no perdona a nadie”, dijo Salinas. “Ni siquiera a mi familia”.
En el valle del río Grande en Texas, donde un aumento repentino de casos del virus ha causado una serie de muertes este mes, las funerarias —al igual que los hospitales— están saturadas y enfrentan dificultades para brindar los servicios básicos y mantener el ritmo ante la crisis creciente. Las funerarias locales, dijeron los funcionarios, no habían experimentado tal demanda en décadas.
Se sabe que aproximadamente uno de cada sesenta residentes del condado de Hidalgo tiene el virus, y alrededor de una de cada dos mil personas ha muerto debido a él, según muestra una base de datos de The New York Times. El condado de Hidalgo ahora tiene una de las tasas de letalidad per cápita más altas del estado.
A inicios de julio, menos de 50 muertes en el condado de Hidalgo se atribuían al virus, de acuerdo con la base de datos. Para el lunes, habían ocurrido casi 470.
“Es como una pesadilla”, dijo Linda Ceballos, codirectora de Ceballos Funeral Home en McAllen. “Quieres despertar, pero no puedes”.
La cifra de muertos está obligando a los directores de las funerarias a saltarse servicios tradicionales como los velorios, momentos en que familiares y amigos están con el cuerpo presente y que en ocasiones duran días y están llenos de rezos, abrazos y cantos luctuosos en español. En cambio, muchas funerarias ahora están acortando el tiempo de la ceremonia y limitando la asistencia. Algunas han mandado pedir grandes camiones refrigerados para almacenar los cuerpos hasta que sea su turno.
La propagación del virus en el área parecía relativamente bajo control hasta que el estado reabrió la economía a tiempo para el Día de los Caídos (25 de mayo, este año), afirman funcionarios de salud locales. Richard Cortez, juez del condado de Hidalgo, dijo que el virus rápidamente afectó la región, donde las enfermedades crónicas y la pobreza ya eran problemas significativos. Más de 14.000 personas han contraído el virus en el valle, como el área es conocida para sus residentes, en su mayoría latinos.
Desesperado, Cortez instituyó la semana pasada una orden voluntaria de quedarse en casa, con la esperanza de que la gente entendiera.
“Si el 10 por ciento la sigue, será un avance. Necesitamos proteger a nuestros abuelos, a nuestras tías, a nuestros tíos”, dijo Cortez en una entrevista. “Muchas personas están muriendo, muchas personas se encuentran en la miseria”.
En el velorio de su tío abuelo, Salinas, de 30 años, realizaba dos papeles al mismo tiempo: director de la funeraria y familiar en duelo. Antes de que los otros familiares llegaran, Salinas caminaba por el cuarto, asegurándose de que cumpliera con los lineamientos de higiene.
Ese día, alrededor de la capilla, algunos bancos estaban acordonados (en intervalos de uno sí y uno no) con cinta azul para que la gente se sentara con cierta distancia. Una barrera de plexiglás protegía la parte superior del cuerpo de su tío abuelo en el ataúd abierto para evitar que los deudos no se acercaran demasiado.
“La gente tiende a querer abrazar y llorar sobre sus seres queridos”, dijo Salinas.
Poco después, convenció a un familiar de que no colocara un rosario en las manos de Francisco Tafolla sénior, el tío abuelo que Salinas creció llamando simplemente “tío”, que murió del virus a los 85 años.
“Es un instinto humano querer tocar el cuerpo, pero no pueden”, dijo. “Es por su seguridad”.
Los arreglos de flores blancas adornaron un muro junto a una gran fotografía de Tafolla. Su hija, Gloria Tafolla Gomez, permaneció de pie en silencio, asintiendo con la cabeza suavemente al compás de “Un día a la vez” de la banda de música texana Siggno.
“Siempre cumplía lo que prometía, incluso si eso eran unas nalgadas”, le susurró Tafolla Gomez a un familiar. Ambos se rieron. “Le teníamos mucho miedo”.
Francisco Tafolla, quien realizó trabajos manuales en la industria gasera, ahorró dinero para asegurarse de que todos sus doce hijos fueran a la universidad, dijo Tafolla Gomez. Ella es enfermera.
Los familiares todavía no saben cómo se infectó del virus. “Nunca salió de la casa”, dijo Tafolla Gomez, quien tiene 63 años y es tía de Salinas. Incluso antes de esta enfermedad, Francisco Tafolla luchaba contra otros problemas médicos y recientemente había sido sometido a una intervención quirúrgica del corazón, dijo ella. Días después de sus primeros síntomas del virus, falleció.
“De alguna manera sabíamos que si se enfermaba, nos abandonaría pronto”, dijo.
En Ceballos Funeral Home en McAllen, las personas que buscan realizar un funeral durante la pandemia tienen que esperar varios días, a veces una semana, dijo Ceballos. Ella también ha visto a víctimas jóvenes, dijo.
“Nada es como solía ser”, dijo Ceballos.
Aaron Rivera, director funerario y embalsamador en Rivera Funeral Home en McAllen, dijo que ordenó un camión refrigerado con una capacidad de alrededor de cien cuerpos para evitar tener que rechazar servicios. El volumen se ha triplicado en el último mes, mencionó.
“No pueden ver a sus seres queridos cuando se los llevan al hospital”, dijo Rivera. “Deberían verlos en el funeral”.
Salinas ha estado trabajando casi las veinticuatro horas, durmiendo solo unas cuantas horas al día. Es dueño de dos funerarias: una en el condado de Hidalgo y la segunda en el condado vecino de Cameron. Las funerarias más pequeñas le han estado enviando a los deudos cuando ya no tienen espacio.
“Les digo: ‘Dejen de enviarlos’”, expresó. “Estamos cansados. No hemos parado. Necesitamos dormir”.
Para Salinas, los días tan largos empiezan a difuminarse, a confundirse uno con el otro.
En un mediodía reciente recibió una llamada, esta provenía del interior de la funeraria. El virus había causado de nuevo una muerte cercana. El primo de un trabajador de la funeraria había fallecido de COVID-19. Su cuerpo esperaba en la capilla. Salinas se disculpó y desapareció por el pasillo.