Después de 99 años, los habitantes de Tulsa están desenterrando la historia silenciada de una masacre
Brown, quien ahora tiene 80 años, recuerda cómo comenzó. “¿Sabes de esa revuelta que hubo?”, le preguntó. Para ese entonces, ella llevaba varios años viviendo en Tulsa, pero no tenía idea de lo que le estaba hablando.
Una noche de verano a principios de la década de 1980, Maria Brown, una asistente de enfermería negra en un asilo de ancianos de Tulsa, pasó a la habitación de uno de sus residentes preferidos. Era un hombre blanco que había viajado mucho, de unos setenta y tantos años, y ella casi siempre se sentaba a escuchar sus anécdotas. Ese día, le preguntó cómo fue haberse criado en Tulsa.
Brown, quien ahora tiene 80 años, recuerda cómo comenzó. “¿Sabes de esa revuelta que hubo?”, le preguntó. Para ese entonces, ella llevaba varios años viviendo en Tulsa, pero no tenía idea de lo que le estaba hablando.
“Me dijo que me contaría lo que sucedió”.
Durante décadas, esta fue la manera en que se preservó el recuerdo de una de las masacres raciales más letales en la historia de Estados Unidos: mediante remembranzas personales y conversaciones en voz baja. En las escuelas no se enseñaba lo que ocurrió el primero de junio de 1921, cuando miles de mujeres y hombres blancos, enfurecidos porque personas de raza negra de Tulsa llegaron armadas al centro para evitar un linchamiento, atacaron a la que había sido una de las comunidades negras más prósperas del país.
La muchedumbre de blancos saqueó decenas de comercios, quemó más de mil casas y mató a una cantidad incalculable de residentes del distrito de Greenwood. Los cálculos de la cifra de muertos van de 36 a 300, y hay historias que se cuentan desde hace mucho tiempo acerca de cuerpos apilados como leña, arrojados a fosos o tirados en el río Arkansas.
Durante gran parte del siglo XX, cuando se contaba la historia oficial de Tulsa, era como si la masacre nunca hubiera ocurrido.
Esto ha comenzado a cambiar poco a poco a lo largo del último cuarto del siglo gracias a un informe encargado en 2001 por el estado acerca de la masacre, al interés cada vez mayor por parte de los historiadores y a una mayor disposición de los descendientes de los sobrevivientes a hablar sobre el suceso.
Sin embargo, hasta esta semana, la ciudad no se había dado a la tarea de buscar las pruebas más fehacientes de la matanza: los restos de los fallecidos. El lunes, comenzó la primera excavación de sondeo en un posible sitio identificado por los arqueólogos en el terreno del cementerio Oaklawn, el panteón más antiguo de Tulsa.
El alcalde de raza blanca de Tulsa, G. T. Bynum, anunció que iniciarían las excavaciones programadas en 2018, casi dos décadas después de que se suspendiera una iniciativa similar antes de ponerla en marcha. El alcalde escribió en el momento de su anuncio que descubrir la verdad, era “una cuestión de dignidad humana elemental”.
Para descubrir la ubicación de posibles fosas comunes se ha necesitado recurrir a la ciencia forense, al igual que a registros dispersos y a “relatos que hayan pasado de una generación a otra”, como lo señaló un informe encargado por el estado en 2001. En uno de los casos, se recurrió a los recuerdos de infancia de un hombre de 88 años que recordaba haber visto cuerpos de personas negras en contenedores de madera.
El área del pueblo que fue invadida llevaba el sobrenombre de “Black Wall Street”, debido a que la comunidad negra de esa zona solía ser próspera. Hoy en día, el distrito de Greenwood es testimonio de la indiferencia del gobierno. Este distrito fue reconstruido poco a poco para luego ser arrasado por un paso a desnivel de la autopista y por el tipo de proyectos de “remodelación urbana” que devastaron los vecindarios de la clase trabajadora negra de todo el país. Algunas partes de Greenwood, que solían ser sinónimo de la prosperidad de las personas negras, ahora están casi vacías, lo cual sorprende mucho porque es un vecindario que está junto al rico centro de la ciudad.
“Escuchábamos historias acerca de lo que sucedió”, afirmó Egunwale Amusan, presidente de la Sociedad de Ancestros Africanos de Tulsa. Su abuelo huyó de Greenwood durante la masacre y regresó a Tulsa solo para que su casa fuera expropiada décadas más tarde. Cuando le preguntaba a su abuelo qué había sucedido con todos los comercios, la respuesta era escueta: “Simplemente ya no existen”.
Luego de que se cancelaron los planes de excavación en el cementerio Oaklawn en el año 2000, las autoridades dejaron de hablar acerca de la búsqueda de fosas comunes.
Sin embargo, algunas personas mantuvieron viva esa idea, como Vanessa Hall-Harper, integrante negra del ayuntamiento cuyos ancestros fueron testigos de la masacre y quien lleva mucho tiempo presionando para que se lleven a cabo las excavaciones. Al final de una reunión habitual de la comunidad en 2018, el reverendo Robert Turner, quien acababa de mudarse a Tulsa, se puso de pie y le pidió al alcalde que reiniciara la búsqueda.
Bynum dijo que lo haría.
Turner se sumó al pequeño grupo de Tulsa que había estado presionando para exigir una explicación pública, en el que se encontraban Hall-Harper y J. Kavin Ross, un historiador local cuyo padre, ex legislador estatal, había sido durante décadas una de las pocas personas de Tulsa que hablaban abiertamente acerca de lo ocurrido en 1921.
Presionaron para que se iniciaran las excavaciones, para que se hiciera una reparación de daños a los descendientes de las víctimas y a los sobrevivientes, y para que se condenara a los perpetradores, entre los que se incluían potencialmente a las autoridades locales que habían designado como representantes a cientos de hombres blancos antes del ataque y habían ayudado a llevar a miles de residentes negros a los campos de reclusión después de lo sucedido. Turner comenzó a peregrinar en solitario al ayuntamiento, donde, a través de un megáfono, leía pasajes del libro de Isaías que hablaban de curar a los afligidos y reparar las ciudades destruidas.
El miércoles, Turner llegó al sitio donde solía colocarse y encontró a un grupo de personas blancas que ya estaban reunidas para manifestarse contra la prescripción del cubrebocas para combatir el coronavirus. Cuando comenzó a hablar, los manifestantes se burlaron de él, le arrojaron agua y le lanzaron dinero a la cara cuando habló sobre la reparación de los daños. “Empezaron a corear ‘Estados Unidos’ frente a mí como si yo no fuera estadounidense”, comentó Turner visiblemente afectado. “Soy tan estadounidense como ellos. Mis antepasados construyeron este país”.
Las autoridades habían programado la excavación de sondeo para abril, pero la pandemia hizo que se pospusiera. Así que, después de haber esperado 99 años, los descendientes de Black Wall Street esperaron un poco más: toda la primavera y hasta un mes de junio que estuvo entre los meses más agitados de toda la historia estadounidense. Un día después del Día de la Emancipación, con una pandemia causando estragos y en medio de una ola de protestas a nivel nacional por la brutalidad policiaca, el presidente Donald Trump fue a la ciudad. En un foro a menos de un kilómetro y medio de Greenwood, el presidente calificó las protestas de Black Lives Matter (Las vidas negras importan) como una “multitud trastornada de izquierdistas” que intentaba borrar la historia del país.
La ironía no pasó desapercibida en la Tulsa negra.
“Ser de raza negra y ser de Tulsa”, comentó Tiffany Crutcher, cuyo hermano fue asesinado por un oficial de policía de Tulsa en 2016, “significa que han borrado tu historia”.
Esa tarde de hace aproximadamente 40 años, Brown escuchó en el asilo la narración del día en que incendiaron Greenwood. El hombre le contó que se quedó varado en las afueras de una ciudad envuelta en humo y cómo un hombre negro que pasaba a toda prisa se compadeció de él, lo subió a su camioneta y lo dejó en la casa de una familia blanca camino arriba.
En su vecindario, ubicado más o menos a un kilómetro y medio de Greenwood, nadie quería hablar al respecto; pasaron varios años antes de que Brown conociera toda la historia. Ahora, su hija Mechelle trabaja en el Centro Cultural de Greenwood, el cual se encarga de documentar la historia del vecindario. Brown se siente alentada por la excavación, misma que, según ella, es un buen comienzo para desentrañar años de encubrimiento. Pero comentó que también es desesperante. Esto ha tardado casi un siglo.
“Apenas están excavando para encontrar tumbas”, señaló Brown. “Ahora se habla de ir a Marte y se han hecho muchísimas exploraciones en los océanos. Pero esto es lo más lejos que nosotros hemos llegado. Por el amor de Dios”.