Francia, donde la raza es un tema tabú, abre los ojos frente al racismo

Ese ideal a menudo se ha quedado corto en la realidad, en especial a medida que la sociedad francesa se ha vuelto más diversa y la discriminación sigue arraigada, lo cual genera dudas sobre el posible deterioro del modelo universalista.

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The New York TimesParís, Francia

Mientras crecía en Francia, Maboula Soumahoro nunca se consideró negra.

En casa, sus padres inmigrantes remarcaban la cultura de los diulas, un grupo étnico musulmán de Costa de Marfil, en África occidental. En su vecindario, se identificaba como marfileña frente a otros hijos de inmigrantes africanos.

Apenas de adolescente —años después de que el descubrimiento de Whitney Houston, Michael Jackson, “The Cosby Show” y el hiphop la hiciera “soñar con estar en onda como los afroestadounidenses”— comenzó a sentir una afinidad racial con sus amigos, relató.

“Todos éramos hijos de inmigrantes de Guadalupe, Martinica, África, y todos éramos un poco distintos a nuestros padres”, recordó Soumahoro, de 44 años y experta en temas raciales que vivió una década en Estados Unidos. “Éramos franceses a nuestra nueva manera y no éramos franceses blancos. En nuestras casas era diferente, pero a pesar de todo nos encontramos los unos a los otros, y en ese momento te conviertes en negro”.

Además de estimular acalorados debates sobre el racismo, el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis ha enfatizado la urgencia de encontrar una nueva forma de pensar sobre la raza en el discurso público de Francia, una nación donde tradicionalmente se han silenciado los temas raciales y la religión para elevar un ideal sin prejuicios raciales en el que toda la gente comparte los mismos derechos universales.

Ese ideal a menudo se ha quedado corto en la realidad, en especial a medida que la sociedad francesa se ha vuelto más diversa y la discriminación sigue arraigada, lo cual genera dudas sobre el posible deterioro del modelo universalista.

En la actualidad, quienes tal vez lo cuestionan más son muchos de los negros franceses que en décadas recientes han abierto los ojos frente al racismo, con la ayuda de la cultura pop de Estados Unidos, sus pensadores e incluso sus diplomáticos radicados en París, quienes hace una década detectaron y alentaron a jóvenes líderes negros en Francia.

Para sus oponentes, negros y blancos, cuestionar la tradición universalista se percibe como parte de la más amplia “americanización” de la sociedad francesa. Según su visión, el riesgo de este cuestionamiento es la fragmentación de Francia, y representa una amenaza mucho más crucial para los principios fundacionales de la república moderna que las quejas familiares sobre la invasión de los McDonald’s o las películas taquilleras de Hollywood.

Incluso aquellos franceses negros que se han sentido inspirados por Estados Unidos también consideran que la sociedad estadounidense tiene fallas profundas y es violenta en términos racistas. En Francia, la gente de distinta ascendencia se mezcla con más libertad y, aunque las personas negras ocupan menos puestos de alto perfil que en Estados Unidos, disfrutan de acceso universal a la educación, la atención médica y otros servicios como todos los ciudadanos franceses.

“Cuando pienso en los dos países, no creo que uno sea mejor que el otro”, opinó Soumahoro, quien fue profesora de estudios afroestadounidenses en la Universidad de Columbia y ahora da clases en la Universidad de Tours. “Para mí, son dos sociedades racistas que manejan el racismo a su manera”.

En Francia, la mayoría de la gente que está repensando la raza son los hijos de inmigrantes del otrora imperio colonial. Tras crecer en familias con un fuerte conocimiento de sus identidades étnicas independientes, con el tiempo comenzaron a desarrollar un sentimiento compartido de conciencia racial en sus vecindarios y escuelas.

Pap Ndiaye —un historiador que lideró los esfuerzos para introducir los estudios sobre la cultura negra como una disciplina académica en Francia con la publicación de su libro de 2008 “La Condition Noire” (La condición de ser negro)— comentó que se percató de su raza tan solo después de estudiar en Estados Unidos en la década de 1990.

“Es una experiencia que viven todos los franceses negros cuando van a Estados Unidos”, mencionó Ndiaye, de 54 años, quien da clases en el Instituto de Estudios Políticos de París. “Es la experiencia de un país en la que se refleja el color de la piel y no se oculta detrás de un discurso sin prejuicios raciales”.

Ndiaye, de padre senegalés y madre francesa, es un “métis” en el contexto francés (una persona de raza mixta), aunque se identifica como negro.

Sus perspectivas del mundo y de sí mismo fueron un desafío radical para el Estado francés. Desde hace tiempo, el universalismo francés, con sus orígenes en la Ilustración y la Revolución Francesa, ha sostenido que todas las personas gozan de derechos fundamentales como la igualdad y la libertad. Como persiste la creencia de que ningún grupo debería tener preferencia, sigue siendo ilegal recabar datos sobre la raza en los censos y casi para cualquier otro propósito oficial.

Sin embargo, el trato desigual hacia las mujeres en Francia y hacia la gente de tez distinta a la blanca en todas sus colonias contradijo ese ideal universalista.

“La universalidad podría funcionar con bastante facilidad si no hubiera tantos inmigrantes o si fueran católicos blancos”, comentó Gérard Araud, exembajador de Francia en Estados Unidos. “Pero frente al islam por un lado y los africanos negros por el otro, es evidente que este modelo ha llegado a su límite. Así que, por un lado, el debate gira en torno a este universalismo, que es un hermoso ideal, pero por otro lado, también se trata de expresar que, en efecto, no está funcionando”.

Tania de Montaigne, una autora francesa que ha escrito sobre asuntos raciales, señaló que los franceses negros solo lograrán integrarse por completo mediante el Estado de derecho y la ciudadanía. Según ella, enfatizar la identidad racial haría que los franceses negros fueran siempre marginados en una sociedad en la que la abrumadora mayoría aspira a un universalismo sin prejuicios raciales.

“Dicen, sin importar el lugar del mundo donde estés, la lengua que hables, tu historia, hay algo en la naturaleza de la raza negra que perdura”, comentó De Montaigne, de 44 años, cuyos padres emigraron de Martinica y la República Democrática del Congo. “Pero esto es precisamente lo que imposibilita la obtención de la ciudadanía, porque siempre habrá algo en mí que nunca será incluido en la sociedad”.

Para los jóvenes negros en Francia, la conciencia sobre la raza en parte surgió a partir del trabajo de la vieja generación. Binetou Sylla, de 31 años y coautora de “Le Dérangeur”, un libro sobre la raza en Francia, mencionó que recuerda con claridad cuando compró la primera edición de “La Condition Noire” de Ndiaye, una obra que sirvió para fundar los estudios sobre la cultura negra en Francia, y “lo devoré”.

Otra autora, Rhoda Tchokokam, de 29 años, creció en Camerún antes de migrar a Francia a la edad de 17 años. Aunque su conciencia racial surgió en Francia, evolucionó en Estados Unidos, donde estudió dos años, vio todas las películas de Spike Lee y descubrió las obras de Toni Morrison y las feministas negras como Angela Davis y Audre Lorde.

“Cuando comencé a conocer gente negra en Francia, empecé a ampliar un poco mi visión”, admitió Tchokokam. “Todavía no me consideraba negra porque es un proceso largo, gracias al cual ahora me defino como negra en términos políticos. En ese entonces, comencé a concientizarme y, cuando llegué a Estados Unidos, fue cuando pude expresarlo en palabras”.