Rusia niega haber pagado recompensas, pero algunos dicen que Estados Unidos se lo tenía bien merecido
“Todo se basaba en el dinero”, dijo Vasily Kravtsov, quien fue agente de la KGB durante la guerra soviética.
Transcurridos tres años de una agotadora guerra en el este de Ucrania, el gobierno de Trump, en una brusca ruptura con las políticas de la era de Obama, propuso proveer al ejército ucraniano de potentes armas estadounidenses y misiles antitanques Javelin para ayudarle en su lucha contra los separatistas respaldados por Rusia.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, respondió con una advertencia amenazante: que las armas en las regiones separatistas podrían fácilmente enviarse “a otras zonas de conflicto”, lo que muchos interpretaron como Afganistán.
Desde hace décadas, Rusia se ha quejado de lo que considera intimidación y expansión estadounidense en sus zonas de influencia, empezando por el hecho de que la CIA proporcionó armas a los combatientes muyahidines que, tras la invasión soviética de Afganistán en 1979, dieron un golpe mortal no solo al Ejército Rojo invasor, sino a toda la Unión Soviética.
Una profunda fuente de amargura generada por conflictos pasados y actuales en Afganistán, Ucrania y más recientemente en Siria, donde las fuerzas estadounidenses mataron a muchos mercenarios rusos en 2018, ayuda a explicar por qué Rusia, según los funcionarios de inteligencia estadounidenses, se ha relacionado tan estrechamente con los talibanes. En Ucrania, el gobierno de Trump envió misiles antitanques Javelin, pero con la condición de que no se usaran en la guerra.
Funcionarios y comentaristas rusos se enfurecieron a causa de un informe publicado la semana pasada por The New York Times, según el cual los funcionarios de inteligencia de Estados Unidos habían llegado a la conclusión de que la agencia de inteligencia militar rusa había llegado a pagar recompensas a los talibanes y a elementos criminales vinculados a ellos para matar a soldados estadounidenses en Afganistán.
Según funcionarios estadounidenses, datos electrónicos interceptados mostraron grandes transferencias financieras de la agencia de inteligencia militar rusa, conocida como GRU, a una cuenta vinculada al Talibán. Los funcionarios también identificaron a un contratista afgano como el intermediario clave entre la GRU y los militantes vinculados al Talibán que llevaron a cabo los ataques.
Los funcionarios rusos se han mofado de la idea de que contrataron como asesinos a integrantes de un grupo islamista radical que está prohibido en Rusia por estar catalogado de “terrorista” y que comparte muchas posturas de los combatientes afganos que mataron a muchos soldados del Ejército Rojo y de los militantes islámicos que tanto dolor le causaron a Moscú en Chechenia durante las dos guerras que se desarrollaron en ese lugar.
El 29 de junio, en declaraciones para una agencia de noticias estatal, Zamir Kabulov, enviado especial de Putin para Afganistán y exembajador en Kabul, desestimó el informe sobre las recompensas pagadas a los talibanes diciendo que eran “viles mentiras” generadas por “fuerzas de los Estados Unidos que no quieren salir de Afganistán y quieren justificar sus propios fracasos”.
Sin embargo, en medio del torrente de negaciones indignadas, ha habido recordatorios puntuales de que, en opinión de Rusia, Estados Unidos, debido a su injerencia excesiva en el extranjero, merece probar algo de su propia medicina.
En un programa de entrevistas en la televisión estatal, donde abundan las teorías conspirativas sobre los planes de los rivales demócratas del presidente Donald Trump, Alexei Zhuravlyov, un miembro del Parlamento ruso, recordó a los espectadores que, en lo que respecta a Rusia, Estados Unidos se lo tenía bien merecido desde hace mucho tiempo.
Zhuravlyov, quien hizo alusión a la Operación Ciclón, el programa secreto de la CIA para armar a los enemigos de Moscú en Afganistán durante la década de 1980, dijo que Estados Unidos había gastado miles de millones de dólares en armas que “mataron a miles y miles” de rusos. “Esto es un hecho médico”, afirmó.
Aunque afirmó que los informes de recompensas rusas a cambio de cabezas estadounidenses son noticias falsas, dijo: “Supongamos que pagamos” a los talibanes, y luego preguntó cuántos estadounidenses era posible que hubieran sido asesinados como resultado. “A lo sumo 22”, respondió.
A la fecha no hay evidencia de que Putin aprobara un programa para asesinar soldados estadounidenses en Afganistán y hasta los expertos independientes dicen que dudan mucho que lo haya hecho.
A pesar de ello, desde hace años, la Rusia de Putin ha padecido palpitantes dolores reales e imaginarios por el daño infligido por Estados Unidos, en especial por el colapso de la Unión Soviética, y alberga el deseo de que dicho país pague por ello.
Moscú ha tenido contacto con los talibanes durante años, desde que en 1995 Kabulov viajó a Kandahar, un bastión talibán en el sur de Afganistán, para negociar la liberación de unos pilotos rusos tomados como rehenes.
Los pilotos lograron huir con sus aviones en lo que se describió en ese momento como un escape audaz. No obstante, no se sabe con claridad lo que realmente ocurrió. Sin embargo, una cosa que parece segura es que hubo dinero de por medio en esta primera negociación rusa con los talibanes.
“Todo se basaba en el dinero”, dijo Vasily Kravtsov, quien fue agente de la KGB durante la guerra soviética y diplomático ruso en Kabul hasta 2018, sobre las negociaciones para liberar a los rehenes.
Kravtsov negó que Rusia hubiera pagado recompensas a los talibanes por dar muerte a soldados de la coalición después de ese incidente, aunque recordó que una cantidad importante de soldados soviéticos había muerto a causa de las armas estadounidenses suministradas a los muyahidines. El exagente de la KGB dijo que él mismo había resultado herido en dos ocasiones por armas “compradas con dinero estadounidense”.
Igor Yerin, quien luchó en Afganistán como joven recluta del Ejército Rojo en los años ochenta, dijo que nunca vio a ningún estadounidense en el campo de batalla, pero que “estaban en todas partes con sus Stingers”.
Los Stingers eran misiles antiaéreos que Estados Unidos les proporcionaba a los combatientes muyahidines como parte de un programa encubierto de la CIA. Así fue como los muyahidines pudieron derribar cientos de aviones y helicópteros soviéticos y cambiaron el curso de esta guerra que duró una década.
Yerin, quien ahora es curador de un pequeño museo en Moscú que conmemora la infame guerra de Afganistán, mostró una gama de minas terrestres y otras armas enviadas para asesinar rusos como parte del programa de la CIA.
Durante años, Putin ha aprovechado esta y otras fuentes de dolor para los rusos.
Poco después de llegar al poder hace dos décadas, Putin prometió apoyar al presidente George W. Bush en su guerra de “si no están con nosotros, están en nuestra contra” para combatir el terrorismo en 2001 y cooperó con la campaña de Estados Unidos para expulsar a los talibanes. Pero de inmediato comenzó a rechazar la idea de que Washington pudiera ser un socio fiable y empezó a culparlo de la mayoría de los problemas del mundo.
Putin, dando muestras de orgullo herido, denunció en 2007 en un ardiente discurso en Múnich la existencia de un “mundo de un amo, un soberano” y se quejó de que “Estados Unidos ha sobrepasado sus fronteras nacionales, en todas las áreas”.
Desde entonces, comenzó un ajuste de cuentas, a menudo con la ayuda de la GRU, que incluso antes de que Putin llegara al poder ya había confirmado su destreza para poner en su lugar a Estados Unidos. Desde que Putin asumió el cargo, la agencia de inteligencia militar ha sido acusada de estar involucrada en jugarretas de amplio espectro, desde un intento de golpe de Estado en Montenegro en 2016 para impedir la entrada de la nación balcánica en la OTAN hasta la intromisión ese mismo año en las elecciones presidenciales de Estados Unidos.