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COVID-19

Llegar a Wuhan: una odisea de burocracia, recelos e incertidumbre

Viajar a Wuhan significa a día de hoy pasar por la odisea de incertidumbres que dejan a su paso las trampas burocráticas o los recelos de sus propios residentes, que no acaban de entender por qué un extranjero querría entrar en la ciudad cuando todos allí están esperando para poder salir.

Desde el pasado sábado es posible llegar desde Pekín a la cuna del brote por tren, aunque no se podrá salir de ella hasta el próximo 8 de abril, cuando se levantará oficialmente la estricta cuarentena impuesta en la ciudad hace ya más de dos meses.

Será el momento en que los wuhaneses puedan abandonar la ciudad, aunque ya pueden pisar las calles si justifican un buen estado de salud.

Los trenes bala que completan el trayecto en poco más de 4 horas (1.151 kilómetros separan ambas ciudades) circulan prácticamente vacíos y las medidas de control y de prevención son constantes a bordo de los vagones y en las propias estaciones ferroviarias.

"¿De dónde viene? ¿Y qué va a hacer allí? ¿Cuándo entró en China la última vez? Enséñeme su pasaporte", pregunta durante el trayecto un guardia uniformado que llama a otro superior para verificar los datos mientras se miran recelosos y suspicaces.

Pero la incertidumbre que rodea al viaje comienza en el mismo momento de consultar a las autoridades pertinentes qué documentos harán falta para poder entrar, alojarse y moverse por la ciudad.

Las políticas emitidas por las autoridades son contradictorias y sólo coinciden en un aspecto: parece necesario mostrar un código móvil de reconocimiento rápido (QR) de color verde o un justificante médico de que se ha hecho cuarentena en otra ciudad china, lo cual puede resultar paradójico dado que muchas de ellas no han tenido políticas de aislamiento como las aplicadas en Wuhan.

No haber hecho cuarentena recientemente impide activar un código verde en Pekín -a pesar de haber entrado por última vez en la capital hace varios meses-, y para obtener un justificante uno se adentra en una maraña burocrática que, dependiendo del funcionario de turno, podrá (o no) desembocar en un documento que tampoco tiene la garantía de que será valido en Wuhan.

MUY POCOS HOTELES ACEPTAN EXTRANJEROS

Algunos hoteles, de hecho, cancelan la reserva pese haberla confirmado pocos minutos antes, alimentando las sospechas de que la ciudad no está todavía dispuesta a admitir extranjeros.

El personal del alojamiento se escuda en que siguen las políticas de las autoridades, pero, misterio, algunos sí aceptan a huéspedes foráneos y otros no.

Al igual que ha sucedido en otras ciudades chinas, muchos en Wuhan temen que los extranjeros no estén tomando las medidas que ellos consideran las adecuadas para protegerse del coronavirus, como llevar siempre mascarilla o mantener una más que prudente distancia de seguridad con otras personas.

El virus azotó Wuhan con especial crueldad en sus inicios, antes de que el Gobierno central dictara una medida entonces considerada drástica para la mayoría: cuarentenas estrictas para todos y la imposibilidad de abandonar la ciudad.

"Hay mucho respeto al virus. Estamos saliendo de la enfermedad aquí en Wuhan, pensamos que no se puede bajar la guardia a ningún precio", comenta a Efe un wuhanés que prefiere mantenerse anónimo.

Explica también que los propios residentes de Wuhan son los primeros en sufrir discriminación en otras regiones de China, que los miran con lupa y los critican por el hecho de que la enfermedad comenzara a propagarse en esta ciudad.

LA INCREDULIDAD DE LOS WUHANESES

Una vez en la estación de tren de la ciudad, llega la siguiente prueba: usar el metro con el documento finalmente conseguido en Pekín, sin tener la posibilidad de activar un código QR verde local, ya que aparentemente en Wuhan los extranjeros no lo pueden conseguir.

La primera reacción de los trabajadores del suburbano de Wuhan al ver ese papel es de asombro: el revisor no acaba de entender por qué iba un extranjero querer visitar la ciudad cuando lo que todo el mundo desea ahora allí es poder salir.

La segunda es llamar a un superior, práctica habitual en el país, que asiente pensativo tras consultar en una hojarasca de documentos oficiales y permite continuar la travesía en metro hasta el hotel, que será, momentáneamente, la parada final.

Allí, avisados de la llegada, se muestran más comprensivos: la recepcionista observa el documento, sonríe para sus adentros y accede a la reserva, aunque establece que existen reglas: desinfección obligatoria al entrar, toma de temperatura varias veces al día y se ofrecen servicios limitados.

No en vano, pocos se hospedan ahora en el recinto y pocos usan el transporte público, algunos porque aún no tienen permisos para salir, otros convencidos de que quizá es mejor esperar un tiempo a que la situación se estabilice y sentirse más seguros.

"La propagación del virus va más allá de lo que el ser humano se pueda imaginar", comentó hoy a Efe un dependiente de una tienda de Apple, una de las pocas firmas comerciales que ya preparan su vuelta a la tan ansiada normalidad en la ciudad.