REPORTAJE

Una nueva manera de patinar sobre hielo… en los techos o los sótanos

Viktor Meier, a la izquierda, y Mark Winter, los ejecutivos de Glice en Lucerna, Suiza, donde se encuentra la sede de la compañía, el 22 de enero de 2020. (Franca Pedrazzetti/The New York Times)

Viktor Meier, a la izquierda, y Mark Winter, los ejecutivos de Glice en Lucerna, Suiza, donde se encuentra la sede de la compañía, el 22 de enero de 2020. (Franca Pedrazzetti/The New York Times)

Era una encantadora escena invernal, como de postal.

Una tarde de fin de semana, en el techo del William Vale, un hotel de Brooklyn, Nueva York, familias, amigos y parejas ataviadas con parkas, gorros y guantes reían mientras patinaban sobre una pista. Algunos se caían; otros iban a toda velocidad. Cuando sentían demasiado frío, se refugiaban en un rincón con calefacción para beber chocolate y tragos calientes.

Pero algo resultaba extraño en ese lugar maravilloso: los patinadores estaban deslizándose sobre paneles de polímero que simulan la textura y el deslizamiento del hielo. Básicamente, es plástico.

“La pista llegó en un camión gigantesco”, dijo David Lemmond, gerente general del hotel.

Esta pista, fabricada por Glice, una compañía con sede en Lucerna, Suiza, no requiere clima frío, patines especiales, electricidad ni agua (más que para limpiarla). Cuando la temporada de patinaje se acaba, es posible apilar y almacenar los paneles. De hecho, Glice logra que el patinaje estacional sea una actividad que puede realizarse todo el año.

También es resbalosa, pero Glice tiene un poco más de flexibilidad que el hielo, así que las caídas fuertes son menos dolorosas. “Jamás habíamos patinado sobre hielo, así que para nosotros es mejor”, dijo Bibi Haniff, una turista de Guyana que estaba visitando Nueva York y la pista de William Vale con su hijo y su hija pequeños. “Se siente más seguro aunque no es hielo de verdad”.

Cerca de ahí, un grupo de milénials entusiasmados coreaban “Glice, Glice, baby” mientras patinaban.

’Me pareció triste’

Fundada en Europa hace ocho años, Glice tiene 1800 pistas en todo el mundo, de acuerdo con la compañía. A mediados de diciembre, antes de que se inaugurara la pista del William Vale, el gobierno de la Ciudad de México instaló una en el Zócalo capitalino, su plaza principal, donde pueden patinar 1200 personas (en el Rockefeller Center, la célebre pista turística de hielo, caben aproximadamente 150). Hace algunos años, pusieron una en la embajada canadiense en Rabat, Marruecos, para que los diplomáticos pudieran sentirse cerca de casa. Viktor Meier, fundador y director ejecutivo global de Glice, dijo que un centro comercial en el norte de Irak encargó una hace poco. “Estamos tratando de averiguar a quién enviar como supervisor”, comentó. “Nadie quiere volar para allá en este momento”.

Glice llegó haciendo poco ruido en Estados Unidos en 2017, cuando el zoológico de Detroit instaló una pista. Ahora hay 22 más en centros comerciales, hoteles y parques públicos en todo el país. El hotel Mark en el Upper East Side de Manhattan ofrece una privada en su suite de penthouse, la cual tiene aproximadamente 21 metros de largo y tres metros de ancho. Además, más de 300 hogares estadounidenses, la mayoría en el medio oeste, tienen pistas de Glice, que tienen un precio inicial de 1200 dólares por una pequeña, en cocheras, sótanos o patios. Solo el cinco por ciento de las operaciones comerciales de Glice se encuentran en Estados Unidos, pero Meier dijo que esperaba que esa cifra aumente al 30 o 40 por ciento en los próximos años.

Glice presumiblemente tiene más conciencia ecológica y, en efecto, es más práctica que las pistas de hielo tradicionales, que requieren grandes cantidades de agua y electricidad, así como máquinas engorrosas y ruidosas que incluyen sistemas de refrigeración y compresores.

“Trabajé para un hotel que tenía una pista de hielo tradicional”, dijo Lemmond. “Es difícil creer la logística que conlleva. Se requiere una cantidad enorme de infraestructura para mantener congelada el agua”. Un tanque de agua, pipas refrigeradas, un compresor que funciona las 24 horas del día y el famoso Zamboni, que recorta la superficie después de que queda marcada y coloca una nueva capa de agua para congelarla. Conforme la temperatura del ambiente aumenta, el hielo se convierte en aguanieve, desde luego, y los turistas sienten más ganas de ir a una piscina.

Sin embargo, así como las piscinas con calefacción pueden hacer que nadar sea atractivo durante los inviernos del noreste, las pistas sintéticas ahora pueden llevar los pasatiempos del patinaje “sobre hielo” y el hockey a zonas más cálidas. “Ahora queremos tener una en Guyana”, dijo Haniff. “Sería divertido tener algo nuevo allá”.

Sin embargo, la desconexión de la naturaleza que es inherente en la creación de ese tipo de biomas de placer artificiales también puede perturbar. Podemos esquiar al interior en un centro comercial en Nueva Jersey, surfear en una piscina de olas artificiales en Lemoore, California, y patinar sobre hielo usando pantalones cortos en Ciudad de México. ¿Ahora todos los lugares, incluso el Caribe, deben ofrecer deportes de invierno?

“Me pareció triste”, dijo Sydney Mineer, de 27 años, que se dedica a los “castings” y vive en Los Ángeles, acerca de haberse encontrado con una pista de hielo sintética (fabricada por PolyGlide, la competencia de Glice) en el centro comercial de Westfield Century City mientras hacía sus compras de regalos navideños. “Me quedé perpleja porque estaba muy fuera de contexto”.

Sin embargo, las pistas sintéticas han sido parte de la infraestructura del hockey sobre hielo durante al menos 40 años, dijo un portavoz de USA Hockey, el organismo que rige ese deporte. Compañías como Xtraice, que pusieron una pista en el Centro John Hancock en Chicago en 2010, y PolyGlide, que apareció en el programa de telerrealidad “Shark Tank” en 2016, han tratado de lograr que el producto sea más accesible a los consumidores desde entonces.

Hace una década, Toni Vera, ingeniero y jugador profesional de hockey sobre hielo en España, no estaba contento con el estado del hielo sintético. Pasó ocho años probando ingredientes hasta que encontró una superficie que cumplía con sus expectativas.

Meier, quien es de Lucerna pero obtuvo un título de maestría de la Universidad de Dallas, supo sobre Vera por un programa de la BBC acerca de inventores, y lo convenció de emprender un proyecto comercial. Juntos formaron Glice, un nombre compuesto por las palabras en inglés “ice” (hielo) y “glide” (deslizarse). Su primer cliente, en 2012, fue BASE Hockey, una compañía canadiense que opera pequeños centros de entrenamiento de hockey.

Meier es tan hermético como Willy Wonka cuando se trata de la fórmula de Glice. “Sin embargo, puedo revelar que enviamos los ingredientes a Alemania, donde se comprimen mediante un proceso especial de alta presión y altas temperaturas”, comentó. “Después, los paneles se cortan con máquinas numéricas computarizadas para crear conexiones de rompecabezas, lo cual permite armarlos de manera uniforme”. El mayor desafío de limpieza es usar una máquina de lavado a presión para quitarles la mugre a esos espacios.

Esos paneles portátiles hacen que las pistas de Glice sean viables para lugares como Shelby Farms, un parque de 1821 hectáreas en Memphis, Tennessee, donde mantener el hielo congelado incluso durante un periodo limitado resultaría costoso de una manera exorbitante. Una pista de Glice atrajo a cien patinadores al día esta temporada.

Al usar Glice en vez de hielo, el gobierno de la Ciudad de México señala que evitó consumir 49.000 galones de agua y emitir 95 toneladas de dióxido de carbono.

Mark Winter, director ejecutivo de Glice USA en Boulder, Colorado, dijo que estaba teniendo algunas charlas con centros de esquí que quieren pistas para sus alojamientos, pero se han comprometido con la sustentabilidad (y necesitan la mayoría de su volumen de agua para hacer nieve). “Creo que la próxima temporada de invierno tendremos tres pistas de Glice en montañas de esquí estadounidenses”, comentó.

Los detractores argumentan que las pistas de Glice siguen siendo nocivas para el medioambiente porque están hechas de plástico, ni más ni menos. Sin embargo, la compañía responde que este plástico es duradero, con paneles que duran hasta doce años, después de lo cual se pueden voltear y ser usados durante doce años más.

Pistas pequeñas

La asequibilidad relativa de Glice también la vuelve atractiva. Muchas pistas de hielo en todo Estados Unidos se construyeron en las décadas de 1960 y 1970, y necesitan ser reparadas de manera urgente. Las noticias están llenas de ejemplos de pistas locales que se clausuran o ciudades que deben recaudar montones de dinero para rescatarlas. Central Park Conservancy anunció en el otoño que tendría que gastar 110 millones de dólares para arreglar la pista Lasker, que de hecho son dos pistas de 59 por veinte metros, entre otras mejoras, en el extremo norte del parque.

En comparación, las pistas de Glice cuestan de 80.000 a 150.000 dólares por una pista de 186 a 372 metros cuadrados, el rango de tamaños que usan la mayoría de los centros comerciales. Los recintos también pueden rentar una pista de 372 metros cuadrados por 32.000 dólares durante una temporada invernal. “Todas las mañanas la lavamos con una máquina de presión y terminamos con un jalador”, dijo Nathan Moore, de 32 años, un guardia de pista en el William Vale, quien creció jugando hockey sobre hielo en Detroit.

¿Acaso lo nuevo será tener una pista cerca del fregadero de la cocina?

En diciembre, Kimberly Clavin, de 45 años, ingeniera de productos en Columbus, Ohio, le tenía una sorpresa de Navidad a sus hijos de 9 y 12 años: una pista Glice de tres por cuatro metros en su sótano. La familia había visto una pista de hielo sintético en el Woodloch Resort en Pensilvania, y ella creyó que sería el accesorio perfecto para su hogar.

Su hijo más pequeño, que acababa de empezar a ser el “goalie” en un equipo de hockey, la usa para practicar antes y después de la escuela, y no cree que sea muy distinta de la auténtica. Al mayor le gusta jugar ahí con sus amigos. “Cuando se lo menciono a las personas, me ven raro, pero les digo que no cuesta más que una mesa de billar y cuesta mucho menos que un jacuzzi”, comentó Clavin. “La gente comenzará a darse cuenta de que solo es otra opción recreativa”.