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AGUA

Los comerciantes de la sed

Dos mujeres cargan botellas y frascos de agua de un grifo tradicional conocido como Rani Devi Dhunge Dhara hasta sus casas en Katmandú, Nepal. (Purnima Shrestha/The New York Times)

Dos mujeres cargan botellas y frascos de agua de un grifo tradicional conocido como Rani Devi Dhunge Dhara hasta sus casas en Katmandú, Nepal. (Purnima Shrestha/The New York Times)

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The New York TimesKatmandú, Nepal

Habían pasado once días desde que una válvula rota redujo el suministro de su sistema de agua a un chorrito, y los teléfonos del negocio de camiones cisterna de Pradeep Tamanz no paraban de sonar.

La residencia de la Embajada de Malasia tenía muy poca agua, y los diplomáticos querían ducharse. Pagarían más si podían llevarles agua rápidamente. Una planta de procesamiento de café estaba a punto de cerrar su producción después de haber vaciado su tanque de almacenamiento. También pagarían la cantidad de dinero que fuese necesaria. En todo el vecindario y otras partes de la ciudad, llegaban llamadas de manera tan ferviente que Sanjay, conductor de un camión cisterna, se preguntó en broma si le robarían el vehículo de manera violenta. “Es como oro líquido”, comentó, mientras daba un manotazo a su valiosa carga, por lo que el líquido se desbordó por todas las compuertas. “Quizá es mejor que el oro”.

Apresurándose desde las estaciones de carga hasta las casas y fábricas, y de regreso, Tamanz trató de satisfacer la demanda. Las tres tripulaciones de sus camiones cisterna dormían durante períodos de tres o dos horas, a menudo en las incómodas cabinas de los camiones que tienen el tamaño de un refrigerador, y se la pasaban recorriendo las carreteras hasta diecinueve horas al día. Les delegó algunos pedidos a sus competidores, una práctica poco común en el mundo implacable de los trabajadores de los camiones cisterna en Katmandú, e incluso le preguntó a un mecánico si podía convertir un camión de remolque en un camión cisterna. Con las enormes ganancias que llegaban, los jóvenes empresarios pensaron que pronto recuperarían su costo.

No obstante, sin importar cuánto trabajaran las tripulaciones o con cuánta ferocidad avanzaran con sus enormes vehículos por los caminos llenos de baches, la demanda de la ciudad no cesaba. Todo el proceso era muy lento. La escasez de agua era demasiado severa. Para cuando el servicio se restableció por completo, algunos hogares habían subsistido solo con pequeños bidones durante casi un mes. “Ni siquiera es temporada alta, pero esto es lo que ocurre aquí”, comentó Tamanz. “Tan solo hay que imaginar cómo serían las cosas si no existiéramos”. Una llamada de su celular lo interrumpió.

En Katmandú, como en gran parte del sur de Asia y regiones del Medio Oriente, Suramérica y África subsahariana, estos hombres y sus camiones cisterna a veces evitan que ciudades enteras queden secas. Sin ellos, millones de hogares no tendrían suficiente agua para cocinar, limpiar o lavar. O quizá no tendrían ni una gota. Y sin ellos, una infraestructura de por sí deteriorada podría desintegrarse por completo, como bien lo saben estos trabajadores.

“La ciudad depende de nosotros”, dijo Maheswar Dahal, un empresario que tiene seis camiones en el distrito de Jorpati en Katmandú. “Sería un desastre si no hiciéramos nuestro trabajo”.

Sin embargo, también se les puede observar desde otro ángulo que no es nada halagador y, a veces, es directamente atroz. Los trabajadores de los camiones cisterna con frecuencia entregan agua de mala calidad que puede provocar enfermedades. Generalmente cobran mucho más que el Estado, lo cual resulta devastador para los pobres. El agua de los camiones cisterna cuesta en promedio diez veces más que el agua que suministra el gobierno, según un estudio del Instituto de Recursos Mundiales sobre el acceso al agua en quince ciudades en vías de desarrollo de todo el mundo, una cifra que aumenta 52 veces más en Bombay.

Codiciosos, intransigentes y temerosos de que los bajen de su pedestal, algunos operadores de camiones cisterna conspiran entre sí para reforzar las condiciones que contribuyeron a esa emergencia. Los lugareños cuentan relatos indignantes de frecuentes acuerdos por debajo de la mesa, sabotaje del servicio de agua potable y destrucción medioambiental. “Todos son ladrones, descarados rateros, y deberían ahorcarlos”, dijo Dharaman Lama, una casera que renta habitaciones a lo largo del río Bagmati en la capital nepalí. “Lo que nos hacen es asqueroso”.

Bestias que gotean

En algunos aspectos, estos camiones cisterna solo son otra fase en un proceso global de privatización del agua que ha llevado décadas. Muchas autoridades creen que el sector privado puede dar mejores resultados a partir de servicios abrumados y han cedido el control de recursos clave. Los camiones cisterna han aprovechado esta tendencia para asegurar contratos o simplemente para participar en el mercado, a lo largo de decenas de ciudades, aunque los funcionarios de otros lugares hayan concluido que el agua se conserva mejor en manos públicas por lo que han limitado los servicios corporativos.

La flota de camiones cisterna en Karachi, Pakistán, quizá se haya duplicado durante la última década. La cantidad de este tipo de vehículos en Lagos, Nigeria, se ha cuadriplicado durante este período, según calcularon dos investigadores de ahí, aunque, como en muchas otras ciudades, sus camiones cisterna operan bajo densas sombras administrativas, por lo que ni siquiera existen cálculos aproximados. En Yemen, los camiones cisterna han dominado gran parte del mercado urbano desde que comenzó la intervención encabezada por los sauditas en 2015. Y a lo largo del subcontinente indio, sobre todo, los grandes y pequeños negocios de camiones cisterna han prosperado conforme han crecido las ciudades de la región. Estas bestias que gotean, están cubiertas de óxido y a menudo llegan en medio de nubes de humo negro y acre, se han convertido en una imagen omnipresente desde Bangladés hasta Bolivia.

Sin embargo, la industria de los camiones cisterna quizá también sea una ilustración temprana de cómo partes del sector privado pueden generar ganancias a partir de un mundo cuyas temperaturas aumentan y que se urbaniza a paso veloz. Se proyecta que tan solo la población urbana del sur de Asia casi se triplicará hasta alcanzar los 1200 millones de habitantes para 2050, y conforme decae la infraestructura y las ciudades siguen extendiéndose en áreas que no cuentan con servicios, los camiones cisterna están en buena posición para absorber parte de la escasez. Según el Banco Mundial, hasta 1900 millones de habitantes urbanos podrían experimentar escasez de agua por temporadas para mediados de siglo.

“Los camiones cisterna satisfacen una necesidad a corto y mediano plazo”, dijo Victoria Beard, profesora de planeación citadina y regional en la Universidad Cornell. “Podemos funcionar sin electricidad, pero no sin agua. Además, donde no hay alternativas, surgirán todo tipo de actores que llenan ese vacío”.

Para las autoridades de la ciudad que ya están teniendo problemas para mantener el suministro actual a medida que el cambio climático provoca estragos, ya ni hablar de obtener agua adicional, los camiones cisterna parecen ser una red de seguridad a la que, impotentes, no pueden resistirse. Cuando una sequía grave vació las reservas de Ciudad del Cabo en 2017 y 2018, los residentes adinerados evadieron las restricciones comprando agua adicional obtenida de operadores informales. Cuando Chennai, una de las ciudades más grandes de India, casi se quedó seca en medio de las escasas lluvias del verano pasado, más de 5000 camiones cisterna privados transportaron agua del exterior hasta ese lugar. A medida que estos impactos se intensifican y afectan a más ciudades, parece que los operadores de camiones cisterna vivirán un apogeo.

Ubicada en las faldas del Himalaya, rico en agua, y bendecida con un monzón feroz, Katmandú jamás debió haberse convertido en un ejemplo de los peligros de la dependencia de los camiones cisterna. Sin embargo, años de malas gestiones por parte del Estado y de la inmigración floreciente desde el campo, sobre todo durante la insurgencia maoísta, han sobreextendido su red de tuberías. Entrevistas con decenas de empresarios, funcionarios y residentes revelan el nivel al que la industria de los camiones cisterna se ha aprovechado al máximo de la situación.

A partir de fines de la década de 1990, los camiones cisterna comenzaron a extenderse de un vecindario a otro, haciéndose de clientes ricos y pobres. Al principio, les dieron la bienvenida como una solución a las interrupciones interminables del servicio por tubería de la ciudad. Eso cambió rápidamente conforme los menos adinerados comenzaron a sufrir por sus altos precios y prácticas deshonestas. Actividades que antes eran cotidianas, como lavar, comenzaron a requerir cuidadosos cálculos financieros. “Antes, no pensaba en la frecuencia con la que podía ducharme o cuándo podía limpiar la casa”, comentó Laxmi Magar, ama de casa y madre de seis. “Pero ahora el agua es tan costosa que vigilo cada gota”.

Muchas familias se han visto obligadas a cambiar lo que cocinan, la manera en que lo hacen y a quién reciben. Los platillos que requieren mucha agua, como las espinacas, están fuera del menú para muchos. Suele verse con malos ojos a la gente que hacen hogueras en bloques de departamentos viejos, pues no hay suficiente agua para apagarlos si se extienden. En un país donde se atesora la hospitalidad, a veces los invitados son vistos como no deseados, o casi temidos, porque son personas adicionales que deben ser atendidas. Con un precio de aproximadamente 1800 rupias nepalíes (15,60 dólares) por 5000 litros, el agua de los camiones cisterna es casi 40 veces más costosa que el agua de la llave.

Entre los más pobres y más vulnerables de la ciudad, las mañas de los camiones cisterna han provocado que se tenga uno de los peores accesos urbanos al agua en el mundo. Debido a que los barrios de Katmandú están conectados a la red hidráulica, son completamente dependientes de la asistencia del exterior durante la temporada seca. Los camiones cisterna aumentan sus tarifas en consecuencia. Además, como muchas de estas zonas tienen calles estrechas donde solo caben bicitaxis extendidas a través de colinas empinadas que a menudo se inundan de barro durante el monzón, los camiones más grandes no pueden llegar ahí, lo cual implica que los residentes deben comprar cantidades más pequeñas a intermediarios que tienen precios excesivamente inflados. Como consecuencia, incluso las familias de la clase media están sufriendo.

Los camiones cisterna llegan a acuerdos con funcionarios corruptos para limitar el flujo del servicio por tuberías y así maximizar sus ganancias, mientras también hacen campañas en contra de proyectos de obras públicas que podrían acabar con su dominio. En Lalitpur, al lado de Katmandú, los residentes que viven alrededor de la histórica plaza Patan Durbar dijeron que los operadores de camiones cisterna les pagaban a los funcionarios para que no arreglaran muchas de las tomas de agua públicas que solo están de adorno y fueron derribadas por el mortífero terremoto de 2015. Ocurre lo mismo en Bangalore, India, donde, según informes, algunos trabajadores estatales de las compuertas están conspirando con empresarios.

La competencia entre los aproximadamente 400 empresarios de negocios de camiones cisterna de Katmandú es tan feroz que con frecuencia destruyen los vehículos de la competencia y les piden favores a sus amigos políticos para clausurar a sus rivales. “La competencia simplemente no es sana en absoluto”, comentó Dharmanda Shresthra, quien tiene tres camiones cisterna y una planta de embotellado de agua. “Todos siempre se están atacando y van tras las ganancias, lo cual afecta la calidad del agua”.

Además, de manera crucial, los capos tienen pocas inhibiciones sobre el tema de sobreexplotar recursos hídricos, poniendo en peligro al medioambiente y la vitalidad a largo plazo de sus ciudades. Los camiones cisterna están extrayendo aguas subterráneas de manera tan incansable que muchos pozos cuentan con hasta un veinte por ciento menos de agua cada año. Decenas de pozos de perforación y manantiales profundos ya han quedado secos. A menos que haya un cambio drástico, los expertos en materia de agua —y muchos de los operadores de camiones cisterna— temen que pronto haya pocos recursos locales que extraer.

Parado al lado de la estación de carga de agua que opera en Khahare, en las colinas al sur de Katmandú, Krishna Hari Thapa se mostró reflexivo en octubre. Durante gran parte de una década, ha visto —y ha generado ganancias— conforme el número de camiones cisterna en su manantial han aumentado de casi 30 a 80 al día. También ha visto cómo del manantial local, que alguna vez fue abundante, ahora solo se obtiene un chorrito nada impresionante.

“Hace veinte años, parecía un río, y ahora ya no”, dijo. “Solo podemos adivinar cómo lucirá dentro de veinte años más”. Sin embargo, Thapa dice que no se detiene, sin importar cuánto se reduzca el flujo. El dinero que gana es demasiado bueno. Además, “¿de dónde más obtendrá agua la gente?”.