Europa

CRECIMIENTO

De patito feo a cisne, así ha sido la década prodigiosa de Portugal

Fotografía del primer ministro portugués, António Costa. Fuente: AP.

Cynthia de Benito/EFELisboa, Portugal

Del rescate al superávit; del abandono del centro histórico de Lisboa a su explosión turística; de levantar dudas por su Gobierno antiausteridad a liderar el Eurogrupo. Todo ha pasado en Portugal, ese pequeño país de la periferia europea, durante una década prodigiosa que ha elevado su prestigio exterior.

¿Qué ha pasado en Portugal? La pregunta se ha repetido en los últimos años, al calor de elogiosos análisis que llegaban a hablar de "milagro", la palabra recurrente para explicar una transformación similar a la del patito feo que muta en cisne.

Y lo cierto es que algo así se ve en las calles de las principales ciudades del país, donde se han acometido renovaciones masivas de edificios abandonados y se han celebrado alegrías desconocidas hasta esta década, como ganar la Eurocopa o Eurovisión.

Son apenas dos pruebas del estado de gracia que vive Portugal, que se encamina al 2020 gustándose más que nunca. Ha demostrado que -aunque no existen milagros sin letra pequeña- se puede salir por la puerta grande de un rescate.

Del rescate al superávit

Portugal ha pasado de pedir un rescate en 2011 a prever el primer superávit de su historia democrática para 2020. Para llegar hasta aquí ha atravesado un camino que ha incluido tres años de un severo programa de austeridad de la troika, varios ciclos económicos en recesión y una remontada épica impulsada por el turismo.

El punto clave es 2015, que divide la década en rescate y posrescate, en opinión de Boaventura Sousa Santos, sociólogo en la Universidad de Coimbra.

Ese año el país vivió unas elecciones que trajeron un terremoto político con la llegada al poder del socialista António Costa. El nuevo primer ministro no había ganado, pero consiguió una alianza en el Parlamento con el Partido Comunista Portugués y el marxista Bloco de Esquerda que le dio una mayoría estable.

Con ella revirtió algunas medidas austeras, paró privatizaciones y elevó las pensiones más bajas. Bruselas miraba atenta al autor de las cuentas portuguesas, un entonces desconocido Mário Centeno que pronto demostró su predilección por limitar el gasto, lo que tranquilizó a las autoridades europeas y a inversores.

Una estrategia para empezar la remontada.

"Portugal aprende de Grecia que no tiene sentido hacer un discurso antieuropeo e intentar enfrentar a Bruselas de una manera poco consecuente, que después lleva a una humillación grande", destaca a Efe Sousa Santos.

Ante ello, "la solución portuguesa es ser un protagonista responsable. Va a intentar aprovechar la capacidad de maniobra que las propias directivas europeas permiten. Esto es una gran innovación", agrega.

Una innovación que no fue siempre bien entendida en casa, donde los socios de izquierda reclamaban más inversión pública y se sucedían las manifestaciones y huelgas de trabajadores, especialmente profesores y médicos.

La divergencia entre la visión de éxito en el exterior, que culminó con el nombramiento de Centeno como presidente del Eurogrupo en 2017, y los recelos dentro de Portugal, han marcado el bautizado por analistas externos como "milagro".

El orgullo de un nuevo cisne... Con cicatrices

"La economía no solo va de números, también de percepciones, de expectativas de futuro. Y nosotros asistimos a que la imagen del país se altera, la inversión extranjera mejora, el desempleo empieza a bajar y hoy está en los niveles más bajos de los últimos 20 años. Esto significa algo", advierte el sociólogo.

Con él coincide Pedro Goulart, profesor de Economía en la Universidad de Lisboa, que cree que "el principal aspecto del milagro portugués fue que las personas volviesen a creer en el país".

"En el pico de la crisis, en 2013, en el pico del desempleo (ese año alcanzó el 18 %), creer era muy complicado. Tuve una clase en la que al menos la mitad me decía que se quería marchar. '¿Para dónde?', les preguntaba yo, y ellos me respondían 'me da igual, quiero salir'", recuerda.

Fueron los años en los que llegaron a marcharse medio millón de personas, todo un golpe para un país de diez millones de habitantes, que además envejece a pasos agigantados: se estima que en 2050 los ancianos representarán el 40 % de su población.

Parte del optimismo volvió con la mejora de la imagen internacional de Portugal, reforzada por un espectacular incremento del turismo -ya supone cerca 15 % del PIB- al elevarse como destino alternativo al norte de África, entonces con problemas de seguridad.

"Sin el turismo no habría sido posible esa salida (de la crisis) y esa creación de empleo", admite Goulart.

La ingente cantidad de visitantes ha dado una nueva imagen internacional a Portugal, ahora nuevo cosmopolita, que contrasta con las cicatrices de la crisis que los lusos ven en su día a día, marcado por los bajos salarios, la amenaza de la burbuja inmobiliaria y los elevados tiempos de espera en la sanidad pública.

"(La recuperación) no es milagrosa no solo porque no repusieron los ingresos al nivel de 2000, sino porque no se ha recuperado todavía la degradación de los servicios públicos, como la educación y la salud, que ocurrió en aquel periodo entre 2011 y 2015", sostiene Sousa Santos.