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POBREZA

La casa de la pobreza guatemalteca: sin baño ni agua

Sin agua ni baño. Así son las casas de los pobres más pobres en Guatemala, uno de los países más desiguales del mundo. Estas viviendas, como la de Isaías y su mujer Silvia, son la muestra de la pobreza que no se quiere ver.

Una letrina a la orilla de un barranco, a 100 metros de su hogar, y el agua que recogen de la lluvia o de un nacimiento en un bosque cercano suplen unas necesidades básicas de las que carecen casi la mitad de los guatemaltecos, como evidenciaron los datos del último censo poblacional y de vivienda. SIN AGUA Y SIN BAÑO El 41 por ciento de los hogares guatemaltecos no tiene agua corriente. Una tubería afuera, un chorro público, un pozo o la lluvia suplen una de las necesidades básicas de estas personas. Albañil de profesión y cuando el duro mercado laboral se lo permite, Isaías Juárez tiene 39 años y hace nueve que vive en esta vivienda en la ciudad colonial de Antigua junto a su mujer. No tienen agua municipal y recogen la que pueden de la lluvia. ¿Y si no llueve? "Vamos a un nacimiento a la montaña", dice. Allí la recogen y la traen acuestas. Si tampoco la encuentran, entonces la compran a unos camiones cisternas que vienen al pueblo a distribuirla, un gasto extra al que cuesta hacerle frente. El 44,4 por ciento de los hogares guatemaltecos no tiene un inodoro. Estos son los que van al bosque o los que usan un "excusado lavable, una letrina o un pozo ciego". Y aunque el porcentaje se ha ido reduciendo con el paso de los años, sigue siendo un dato alto para el país. Isaías y Silvia son el ejemplo de ello. En su casa, donde viven con su hija pequeña, no hay sanitario. En su lugar tienen una letrina a unos 100 metros de su vivienda, casi a la orilla de un barranco. CON LEÑA Esta pareja camina entre 30 y 45 minutos a una aldea cercana para conseguir leña en un bosque. Su casa es como el 54,4 por ciento de los más de 3 millones hogares censados en Guatemala, donde la leña sigue siendo el combustible más usado para cocinar. La usan para calentar agua y para comer, incluso para preparar las tortillas que venden de forma improvisada en su patio para ajustar el presupuesto. Aunque el empleo de leña se redujo tres puntos porcentuales en comparación con el censo de 2002, este material sigue siendo el más usado, seguido del gas propano, con un 43,7 por ciento (cinto puntos porcentuales más) y el 1,1 por ciento, que usan electricidad. Y aunque la cobertura de luz eléctrica en los hogares es del 88,1 por ciento, y el de Isaías y Silvia pertenecen a este grupo, aún hay un 6,89 por ciento que usa candelas, mientras que el 1,18 usa gas corriente y el 3 por ciento panel solar. ¿CÓMO SON LAS CASAS? Hace unos años que una organización social echó cemento en el piso del hogar de esta pareja (el 37,8 por ciento de las casas en Guatemala son así), pero antes era de tierra, como el 26,5 por ciento. Las viviendas particulares, como esta, son en su mayoría de ladrillo, block y concreto (un 64,7 por ciento), aunque todavía quedan las de adobe (un 15,3 por ciento), las de madera (un 12,1) y las de lámina metálica (un 4,1 por ciento). Las 14,9 millones de personas censadas viven en 3,2 millones de hogares, lo que supone 4,5 personas por casa. Y en promedio hay cuatro que comparten un mismo dormitorio, aunque en el caso de Isaías y Silvia son tres: ellos dos y su pequeña hija. LA HUELLA DE LA POBREZA Estas características son la muestra de la pobreza en el país, considerado como uno de los diez más desiguales del mundo y donde esta lacra afecta a casi el 60 por ciento de su población. Además, el país centroamericano, en donde el salario mínimo es de 388 dólares mensuales y el costo de la canasta básica alimentaria supera los 467 dólares, tiene a uno de cada dos niños menores de cinco años con desnutrición crónica, la tasa más alta de toda América Latina. De hecho, el Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales asegura que el uno por ciento de los habitantes más ricos de Guatemala suma el 40 por ciento de los ingresos de los más pobres y que esta desigualdad social priva de servicios esenciales como agua potable, salud y electricidad a los más vulnerables, especialmente a los pueblos indígenas.