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REFUGIADOS

Egipto, entre el hogar y el sueño europeo para miles de sirios

En la ciudad satélite Seis de Octubre, al oeste de El Cairo, el barrio Al Husary es popularmente conocido como la "pequeña Damasco" porque es donde se concentra la mayor parte de la comunidad siria que vive en Egipto. EFE/ Carles Grau

En la ciudad satélite Seis de Octubre, al oeste de El Cairo, el barrio Al Husary es popularmente conocido como la "pequeña Damasco" porque es donde se concentra la mayor parte de la comunidad siria que vive en Egipto. EFE/ Carles Grau

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EFE | Francesca CicardiEl Cairo

Con la nostalgia por el país que han dejado atrás y el sueño de alcanzar Europa en algún momento, decenas de miles de sirios se han afincado en Egipto en los últimos años con la tranquilidad de vivir lejos de las bombas, pero peleando por salir adelante cada día.

Mohamed Alaa abandonó Damasco en 2012, cuando tenía tan sólo 18 años, y ahora trabaja en una tienda de teléfonos móviles llamada "Syria phone", situada en el barrio de Al Husary, donde se concentra una de las comunidades sirias más amplias en El Cairo.

Desde el mostrador de su comercio le dice a Efe que se siente integrado y querido por los egipcios, que conforman la mayor parte de sus clientes y también amigos.

Sin embargo, no puede evitar mirar hacia su país de origen con añoranza y con el pesar de saber que si regresara tendría que servir en el Ejército del presidente, Bachar al Asad, uno de los principales impedimentos para que los jóvenes en edad del servicio militar y sus familias vuelvan a Siria.

"Quiero volver a Siria, claro, pero es complicado ahora mismo. En cuanto a viajar a otro país, la posibilidad de ir a un tercer país es mejor que cualquier país árabe, sobre todo si es europeo", explica.

Como Alaa muchos sirios fueron llegando y quedándose en Egipto desde la explosión de la revuelta siria de marzo de 2011, que degeneró en un cruento conflicto armado y una guerra que aún continúa

Con la "vía del mar" cerrada en Egipto, un país que ha eliminado el tráfico de emigrantes y refugiados desde sus costas, la única forma de emigrar hacia Europa es a través de los programas de reasentamiento da la ONU.

En busca de un trampolín

Egipto era considerado un país de paso para los refugiados, tanto sirios como africanos, pero en los pasados cuatro años las autoridades han endurecido el control de las fronteras marítimas y han detenido casi por completo las salidas de barcos desde sus costas mediterráneas.

Aquellos que consiguen marcharse lo hacen a través del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), que en 2018 reubicó en otros países a 967 de los 132.000 refugiados sirios que el organismo tiene registrados en Egipto, aunque las autoridades locales sitúan esta cifra en torno al medio millón.

A pesar de que con los egipcios comparten idioma, religión y una historia común, ya que Siria y Egipto formaron un único país entre 1958 y 1961 bajo el liderazgo del héroe panarabista Gamal Abdel Naser, muchos refugiados sirios conservan la esperanza de alcanzar algún día Europa.

Para Ubey al Muraby todo es una cuestión de "oportunidades" y por ello hace dos años llegó a Egipto desde Damasco buscando la suya.

Trabaja en la caja de uno de los restaurantes de Al Husary que ofrecen "shawarma", un suculento bocadillo de carne, con salsa de ajo o sésamo y verduras, por el que los establecimientos sirios son especialmente conocidos y atraen a una gran clientela egipcia.

Asegura a Efe que en Egipto los trabajadores sirios son muy demandados.

"Alquilo una casa, tengo mi familia en Siria y les mando dinero, ahorro un poco", explica, reconociendo, no obstante, que no es fácil su situación como migrante.

Al Muraby podría volver a Siria si quisiera, porque dejó algunas asignaturas pendientes de la carrera de Economía para no tener que hacer el servicio militar, pero su problema es otro.

"No tengo problemas con el Gobierno, el problema es el dinero", sentencia.

Un hogar lejos de las bombas

Para algunos sirios, Egipto representa simplemente un lugar seguro lejos de las bombas y la violencia que les empujó a dejar su hogar en los años en los que el conflicto armado alcanzó su punto álgido en Siria, entre 2012 y 2016.

Amira Ibrahim al Baqay, de 50 años, llegó con su familia a Egipto en 2014 huyendo de los ataques gubernamentales contra una zona opositora de Damasco porque temía por la vida de sus tres hijos.

“La vida era muy, muy difícil, los ataques no paraban nunca, contra nosotros y las casas, era una guerra fuera de lo normal”, asegura en una clínica de la organización Cáritas en el centro de El Cairo.

La mujer recibe en este centro el tratamiento que necesita para la diabetes, la hipertensión y problemas cardíacos. Un 50 % lo costea de su bolsillo y el resto lo cubre la organización humanitaria.

Además, su marido recibe una ayuda mensual de ACNUR que sirve para pagar el alquiler de su vivienda en la zona de Faysal, cerca de las pirámides de Guiza, y la familia también se beneficia de la ayuda alimentaria que distribuye la agencia de la ONU.

"La vida es más difícil por la subida de precios en Egipto" en los pasados dos años, admite, pero da gracias a Dos por tener un hogar seguro y porque sus hijos reciben una educación.

Refugiados sin campamentos

Christine Beshay, encargada de comunicación de ACNUR, destaca que los refugiados sirios, así como los yemeníes, sudaneses y sursudaneses, tienen acceso a educación y asistencia médica primaria gratuita en Egipto. Solo sirios hay 32.000 estudiantes en colegios egipcios.

"Pueden vivir fácilmente aquí, pueden alquilar casas, tienen acceso a educación y al sistema sanitario, por lo que no necesitan registrarse" como refugiados, explica a Efe.

"El Gobierno egipcio les proporciona protección" tengan o no el estatus de refugiados, agrega, y no restringe su residencia a un determinada zona, ya que en Egipto no existen campamentos para refugiados.

A pesar de la buena acogida, Beshay señala que los refugiados sufren la subida generalizada de los precios y la disminución de los subsidios a productos básicos, como consecuencia de las políticas pactadas en 2016 entre el Gobierno y el Fondo Monetario Internacional.