PICO DO FOGO

La aldea de Cabo Verde que renació de las cenizas del volcán

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AFP/ Anne-Sophie Faivre Le CadreSanto Domingo

Más de cuatro años después de la erupción, las baldosas todavía están calientes en el Pico do Fogo, en Cabo Verde. "Hemos construido demasiado rápido sobre la lava que no se había enfriado", afirma Marisa Lopes.

"En los primeros meses -dice- el suelo de las habitaciones quemaba tanto que no podíamos caminar descalzos".

Cuando el Pico do Fogo amaneció el 23 de noviembre de 2014, la joven que acababa de abrir su segunda pensión vio cómo la lava engullía la "Casa Marisa".

A los tres meses reconstruyó un hotel, a la sombra amenazante del volcán. No quiso irse del valle del Cha das Caldeiras y abandonar su sueño hotelero.

"Ahora soy consciente de mis fuerzas y capacidades. El volcán me quitó una casa pero me dio otra. Sin él no habría turismo", afirma la treintañera.

El volcán es el sustento principal de los habitantes de Cha das Caldeiras, gracias a los ingresos turísticos que genera. De los 500 habitantes, el valle cuenta con 30 guías y una quincena de pensiones, restaurantes y hoteles.

Los meses posteriores a la erupción de 2014 fueron difíciles: la carretera estaba cortada, faltaba agua, la electricidad tardó semanas en volver.

El establecimiento de Marisa Lopes se halla en la zona siniestrada del valle, un desierto mineral donde el tiempo parece haberse detenido y reina el silencio.

Ríos de lava corrieron por las laderas del volcán arrastrando los cultivos y cubriendo con un manto rojizo las calles y casas.

- Hombres y vino -

Joao, un joven guía de montaña, quedó impresionado por la valentía del ejército caboverdiano que llegó de Praia, la capital, para ayudar a la población local a evacuar el valle.

"Llamaron a la puerta de cada casa cuando la lava se encontraba a 500 metros, para asegurarse de que nadie se encontraba en el interior", recuerda este joven de ojos verdes. Sólo unas cabras murieron calcinadas en los establos.

"Luego salvaron todas las botellas de la cooperativa vitivinícola", precisa Joao. En las faldas del volcán, las vides plantadas en la tierra negra dan un vino tánico, tan fuerte que está prohibido exportarlo.

"Era muy bello, esos ríos de lava que caían del volcán. Pero cuando llega a tu casa...". Se hace el silencio. Joao perdió su hogar y todos sus bienes.

El gobierno distribuyó ayuda durante seis meses pero intentó disuadir a los habitantes de que volvieran. Aquellos que se empeñaron tuvieron que reconstruirlo todo solos, incluidas las carreteras.

- Descendientes de un conde -

Zénita Montrond, una joven madre, volvió a los cuatro meses. Su casa estaba sepultada. "Al comienzo fue difícil. Pero nos ayudábamos los unos a los otros. Hizo falta un año para desescombrar con un martillo, centímetro por centímetro".

En su cocina un imponente bloque de lava desborda sobre la encimera. "Podríamos quitarlo, pero no lo haremos nunca". "Es un testigo de nuestra historia".

Zénita Montrond lleva el apellido del conde francés Armand de Montrond, quien llegó en el siglo XIX para una escala camino de Brasil y se quedó 30 años en los que tuvo decenas de hijos.

La catástrofe de 2014 sigue formando parte de la vida de los habitantes pero "la capacidad de adaptación de la población de Cha es extraordinaria", constata Jorge Nogueira, el presidente del concejo municipal de Sao Filipe, capital de la isla. "En cuanto pudieron, volvieron".

Los habitantes se tranquilizan pensando que el volcán suele entrar en erupción cada 30 o 40 años. Y además "nunca se sabe de qué lado", afirman algunos para restar importancia al peligro.

- Tres erupciones, tres mudanzas -

A sus 99 años, Margarita Lopes Dos Santos, se mudó tres veces, coincidiendo con las erupciones del volcán.

"Me acuerdo de la primera como si fuera ayer", dice esta abuela. Fue el 12 de junio de 1951 y Margarita acababa de dar a luz a su primer hijo.

"Fue mucho más violento" que el de 2014. "Caían piedras del cielo. Había tornados de cenizas y humo".

Delante de su nueva casa, Margarita plantó flores para que fuera como antes. Entre mica y hormigón, las begonias escarlatas dan el único toque de color a un paisaje negro y gris.