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RECUENTO

Seis recuerdos simbólicos de la Primera Guerra Mundial

Foto de archivo.

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Una estela, un estuche de cuero o una carta de amor son algunos de los recuerdos más preciados o simbólicos de descendientes de combatientes o de testigos de la Primera Guerra Mundial, con los que la AFP se reunió con motivo del centenario del conflicto.

1. Abdoulaye Ndiaye, el último de los tiradores senegaleses

DAKAR, Senegal - Abdoulaye Ndiaye nació en 1894 en el pueblo de Thiowor, 180 km al norte de Dakar, según su tarjeta de combatiente conservada en el Museo del Ejército de la capital senegalesa.

El 11 de noviembre de 1998, este humilde campesino, último superviviente de los tiradores senegaleses de la Gran Guerra, iba a ser condecorado por Francia con la Legión de Honor, pero murió la víspera, a los 104 años.

Abdoulaye Ndiyae, enrolado con 600.000 soldados más de las colonias francesas, resultó herido en la cabeza en Somme, en el norte de Francia, en 1916, tras haber participado en la batalla de los Dardanelos, en Turquía.

En 1992, contó que había sido alistado cuando transportaba mercancía a camello a un pueblo vecino en el que, durante los combates, permaneció "invicto".

"Es el autor de muchas proezas de armas", afirma un octogenario del pueblo, Babacar Sène, veterano de la guerra de Indochina. "Es el hijo más famoso de Thiowor. A menudo, lo afeitaba. La parte de la cabeza en la que fue herido estaba blanda", cuenta Sène. "Decía que le dolía al tacto", recuerda su sobrino-nieto, Cheikh Diop.

Se ha levantado una estela en su honor en este pequeño pueblo árido de unos 3.000 habitantes, donde los niños todavía cantan en su honor y donde continúa en pie la casa en la que vivió a su vuelta del frente, cuando retornó al campo.

No supo hasta 30 años después que tenía derecho a una pensión, unos 30.000 francos CFA mensuales (45 euros), que no "le permitían vivir" pero que compartía gustoso.

"Toda su vida se resumía a esta cabaña y este árbol", situado en un patio trasero, afirma Diop, enseñando una foto del anciano, apoyado a un tronco y rodeado de niños. En su choza ruinosa se acumulan las teteras oxidadas y las ollas. "Muchos documentos y fotos fueron destruidos en incendios", lamenta su nieto, Babacar Ndiaye.

El museo que estaba previsto montar en su antigua casa se quedó en fase de proyecto y la carretera construida en 2002 por Francia, la "carretera de los tiradores" está llena de baches. Pero el estadio que se está construyendo junto al pueblo llevará el nombre de Abdoulaye Ndiaye.

2. Alvin C. York, el héroe de la Primera Guerra que fundó una escuela

MOUNT VERNON, Estados Unidos - Es un simple estuche de cuero marrón, que lleva la inscripción "Sgt Alvin C. York" en letras doradas. Perteneció a un héroe estadounidense de la Primera Guerra Mundial que a su regreso del frente fundó una escuela rural para chicos pobres.

En 1917, Alvin York, un campesino analfabeto de Tennessee de 30 años, fue llamado para combatir en Francia. "Él siempre había vivido en una zona rural, no sabía nada del mundo exterior. Cuando llegó la guerra, no sabía por qué se peleaban", dice a la AFP su nieto Gerald York, un coronel retirado del ejército, en su casa en Mount Vernon, cerca de Washington.

En octubre de 1918 ya se había convertido en el héroe de la batalla de Meuse-Argonne, cerca de Verdún, la última ofensiva aliada que venció al ejército alemán. Con su grupo, bajo fuego enemigo, este francotirador mató a 25 soldados alemanes e hizo prisioneros a más de cien.

Fue ascendido a sargento y recibió numerosas condecoraciones militares, incluyendo la Medalla de Honor, la más alta distinción estadounidense, y la Croix de Guerre y la Legión de Honor francesas. En total, atesoraba unas cincuenta.

Tras el armisticio, se quedó en Francia unos meses antes de ser recibido como un héroe en Nueva York.

"Por lo que vio en Francia y en Nueva York, y porque había sentido que su falta de educación era un verdadero obstáculo, decidió crear una escuela e infraestructuras de calidad en su comunidad. Quería que todos los chicos en Tennessee tuvieran una oportunidad", cuenta Gerald York.

El sargento York creó una fundación y, siempre acompañado de su estuche marrón, recorrió el país aprovechando su estatus de héroe de guerra para buscar financiamiento para su proyecto escolar, que comenzó en 1926 con una escuela secundaria rural en Jamestown.

Durante diez años y a pesar de la Gran Depresión, pagó a los maestros, los autobuses escolares y las obras para pavimentar los caminos alrededor de la institución.

Este ferviente cristiano, miembro de una pequeña congregación pacifista, afirmó poco antes de su muerte en 1964: "Quiero que se me recuerde por mi contribución a la educación", rememora su nieto.

El Instituto Alvin C. York, ahora una secundaria pública, aún sigue en pie.

3. Yvonne y Maurice, una apasionada pareja de la Primera Guerra Mundial

NANTES, Francia - Durante un año, Maurice e Yvonne Retour se escribieron cada día, contándose sus deberes diarios, los horrores de la guerra y diciéndose palabras de amor de una inusual intensidad. Casi un siglo después, sus nietos descubrieron, emocionados, esas misivas llenas de ternura.

"Mi adorado Maurice, ¿volveré a verte?". Con estas palabras empezaba Yvonne Retour la correspondencia que terminaría brutalmente con la muerte de Maurice, el 27 de septiembre de 1915, cuando ella estaba embarazada de su hija.

"Nunca sabré decirte cuán orgulloso estoy de ti y lo feliz que me haces, eres realmente la mujer con la que soñaba", escribió Maurice, que alternaba los sentimientos amorosos con descripciones sórdidas, en las que le contaba a su mujer que él "llora solo por la noche".

"Te beso con la ternura de la más enamorada de las mujeres", le aseguraba Yvonne, que tenía 23 años cuando empezó la guerra. Nunca volvió a casarse después de su "amado bromista".

Crió sola a su hijo Michel y a su hija Emmanuelle, llamada Mawell, concebida cuando Maurice fue repatriado durante el verano de 1915 para curarse de una herida en la mano. Poco después, falleció.

Patrice Retour, uno de los doce nietos de la pareja, explica sobre su abuela --fallecida en 1971-- que "una de las cosas que lamentamos es no haberla hecho hablar, pero no imaginábamos el fuego increíble que había en esas cartas".

No fue hasta finales de los años 1990, tras el fallecimiento de Mawell, que este jubilado residente en Nantes (oeste de Francia) encontró la caja que encerraba la preciada correspondencia. Hasta entonces, Yvonne había enseñado cartas del soldado Maurice, pero se había cuidado mucho de mantener secretas las apasionadas misivas.

"Hizo falta que pasara una generación", concluye Patrice Retour, quien, ya abuelo, relee con pasión unas epístolas que "descubren la guerra mucho mejor que un reportaje o un curso de historia, porque estás a la vez en el frente y en la retaguardia".

4. Los lienzos de un archiduque pintor y oficial

VIENA, Austria - Ulrich Habsburgo-Lorena, descendiente de los soberanos de Austria-Hungría, conserva con celo las reproducciones de los cuadros pintados por su abuelo, un oficial del ejército imperial.

Su abuelo paterno, el archiduque Enrique Fernando, fue enviado en 1914 al frente ruso y más tarde, a Italia. Pintor confirmado, dejó varios lienzos en los que se reproducían escenas de la época de cerca de Lutsk, en la actual Ucrania.

"Pintó lavanderas, un barco militar en un río, un cementerio judío pero ninguna escena de batalla", atestigua Habsburgo-Lorena, de 77 años, que conoció al anciano, fallecido en los años 1960.

Es probable que este aristócrata artista, apasionado de la fotografía, pintara sus cuadros a partir de las numerosas instantáneas que tomó en el frente y en la retaguardia.

Tras la guerra, la República Austriaca proclamada en 1918 echó del trono a los Habsburgo e incautó la mayor parte de sus propiedades. Enrique Fernando perdió oficialmente su título de archiduque y se retiró a su residencia de Salzburgo.

Su nieto, Ulrich, nacido en 1941, descubrió rápidamente la importancia de su apellido: "En la escuela primaria, decían que mi familia era responsable de la Primera Guerra" Mundial, recuerda. Y a él, que no le entusiasmaba particularmente la historia, los profesores le daban la reprimenda: "Así que usted debería saberlo todo".

Sobrino en tercer grado de Otón de Habsburgo, hijo de Carlos I, último emperador de Austria, Ulrich Habsburgo defiende desde hace varios años el restablecimiento de los títulos nobiliarios abolidos hace cien años.

Comprometido con la República, este exconsejero municipal ecologista también reivindica sus orígenes. "No tengo derecho a llamarme Ulrich 'de' Habsburgo, ni 'duque' ni mucho menos 'Alteza Imperial'", explica.

"Es injusto, es una parte de la historia, no podemos borrarla de un plumazo".

5. Una casa para cinco países

KOSON, Ucrania - Istvan Petnehazy nunca abandonó la localidad de Koson, en la que nació, pero su casa ha cambiado cinco veces de país desde la Primera Guerra Mundial, una ilustración de las transformaciones territoriales y políticas generadas por el conflicto.

Este afable anciano de 86 años se expresa en húngaro, la lengua hablada por sus familiares desde hace generaciones. Pero su localidad de Koson se sitúa en la actualidad en Ucrania, colindando con la frontera con Hungría.

Cuando su padre nació, la comuna era parte del vasto imperio austrohúngaro, que se expandía de Europa central a los Balcanes. Pero para cuando nació Istvan, en 1932, el pueblo había pasado a formar parte de Checoslovaquia, un nuevo Estado nacido de la división del imperio de los Habsburgo tras 1918.

Los húngaros ocuparon brevemente la región de Koson, de mayoría lingüística húngara, entre 1938 y 1944. La Unión Soviética recuperó la zona después de 1945 y tras la caída de la URSS en 1991, quedó como parte de Ucrania.

En medio de este torbellino histórico, Istvan Petnehazy conserva fotos amarillentas en las que se ven a los hermanos de su abuela, aun adolescentes y enviados al frente con el uniforme austrohúngaro.

Uno de ellos murió los últimos días de la Gran Guerra, otro fue apresado en Italia. En otra de las fotos se ve al propio Istvan con uniforme de recluta del ejército soviético en la década de 1950.

"La vida continuó mal que bien", a medida que cambiaban las banderas, explica Petnehazy, quien se dedica a vendimiar sus uvas. "La gente siguió yendo y viniendo en los viñedos que atraviesan la frontera".

6. El periplo de un voluntario de la Legión de Oriente

NICOSIA, Chipre - Unas fotos sepias y una carta guardada en una pequeña caja sirven a Elizabeth Sonia Touloumdjian para mantener vivo el recuerdo del viaje de su padre por varios continentes en uno de los episodios menos conocidos de la Primera Guerra Mundial.

Elizabeth muestra las instantáneas de un hombre joven de cabellera castaña vestido con un uniforme militar y recuerda cómo contaba su padre, Sarkis Najarian, "orgulloso", su paso por la Legión de Oriente.

Esta unidad, creada por Francia en 1916 en el seno de la Legión Extranjera, estaba formada en gran parte por voluntarios armenios. Los franceses les dijeron a los voluntarios que serían enviados a una zona de combate, hoy situada en Turquía y que los armenios esperaban incluir en su futuro Estado.

Sarkis se unió a dicha unidad, que llegó a tener 5.000 voluntarios, con la esperanza de rencontrarse con su familia. Antes del estallido de la Gran Guerra, había emigrado a Boston, en Estados Unidos, perdiendo el contacto con su padre y hermanos.

"Decidió ir con la esperanza de encontrar a su hermana", explica Elizabeth, de 91 años, en su casa de Nicosia.

Las fotos muestran a Sarkis posando con sus compañeros de armas en los entrenamientos en Chipre y Egipto.

Tras el armisticio, Sarkis fue enviado con su unidad, que en 1919 se rebautizó Legión Armenia, al sur de Turquía, una zona entonces ocupada por Francia, de la que se retiró debido a la creciente resistencia de los nacionalista turcos.

Sarkis comenzó una nueva vida en Beirut, donde fundó una familia. Terminó encontrando a una hermana que había huido a la actual Siria, y más tarde a un hermano.

En sus últimos años de vida e instalado de nuevo en Chipre, redactó una carta de cuatro páginas relatando su experiencia con la Legión de Oriente.

Desde la muerte de su padre en 1985, a los 89 años, Elizabeth conserva esta misiva en su casa de Nicosia.

Al unirse a la Legión de Oriente, "no perdió su juventud", estima Elizabeth. "Luchó desde los 16 años por su vida y su familia".