PALESTINA
Un pescador en Gaza sobrevive con una embarcación de botellas de plástico
Muath Abu Zeid utilizó cientos de botellas de plástico tiradas en las costas de Rafah, en la Franja de Gaza, y fabricó un pequeño bote de pesca que le permite sustentar a su familia.
Simple pero efectivo. Este palestino de 35 años, padre de cuatro niños, utilizó pegamento para juntar las 700 botellas, viejas redes de pesca y una tabla de madera para dar forma a la pequeña embarcación, capaz de llevar hasta ocho personas, según cuenta.
Desde hace dos semanas, parte al mar durante unas ocho horas por día y logra pescar entre cinco y siete kilos de sardinas, salmonetes y otros peces pequeños que vende a transeúntes una vez que pisa tierra firme, y así logra hacer entre 20 y 40 séqueles (de 5 a 11 dólares o 4 a 9 euros) por día.
Los dos hermanos menores de Muath Abu Zeid --Mohamed, de 23 años y Ashraf, de 20-- lo acompañan en el mar a falta de otro trabajo.
"Soy un pintor artesanal, pero debido a la situación [en Gaza], estoy desempleado", dice Muath, ahora aprendiz de pescador.
"Este bote salvó a mi familia y a mí", cuenta este descendiente de refugiados de un pueblo cerca de Jafa, hoy en día en Israel.
La Franja de Gaza, controlada por el movimiento islamista Hamas, está sometida desde hace más de una década a un severo bloqueo terrestre y marítimo israelí. La tasa de desempleo llega a 45% y un 80% de los dos millones de habitantes reciben algún tipo de ayuda, según cifras del del Banco Mundial de 2017.
La crisis eléctrica del enclave costero significa que las aguas residuales a menudo se bombean directamente al mar, dejando su línea de costa de 40 kilómetros altamente contaminada.
Muchas personas en Gaza dependen de la pesca para ganarse la vida, a pesar de que Israel impone una zona de pesca limitada a nueve millas náuticas en el sur del enclave y a solo seis millas náuticas en el norte, cerca del Estado hebreo.
Muath sacó la idea de su embarcación de YouTube, donde ha visto a aficionados que diseñan botes con botellas de plástico descartadas por turistas en las playas.
"Me gustó la idea y me dije a mí mismo, ¿por qué no preservar el medio ambiente y crear una forma de vida para mí y mi familia? Y eso es lo que sucedió", relata sobre su creación, que le costó unos 150 dólares que le prestó su padre.