¿Quién educa al pueblo?
El adulterio y la cizaña
Las lecturas de hoy son estupendas para la época que estamos viviendo. El evangelio del viernes 14 es sobre el adulterio y Jesús fue muy fuerte al referirse a este: “Pues, yo les digo: El que mire a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior”.
Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno.
Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio, pues, yo le digo: el que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio".
Muchas veces nuestras acciones hacen que los que nos rodean cometan el mal, con nuestra forma de actuar.
En la primera lectura vemos a Elías que, en la búsqueda de Dios estaba confundido. Y con el amor pasa lo mismo. Muchas veces lo confundimos disfrazado de otros sentimientos y nos creemos que es el amor. El amor no es un capricho, ni un refugio, ni comodidad, ni una huida, ni una compensación. El amor nos abre el mundo del otro, nos hace ser y vivir con mayor autenticidad y ayuda a la pareja a crecer juntos.
Y eso pasa igualmente con la cizaña, que cuando la sembramos es una semillita y al crecer es como un árbol gigante donde hasta los pájaros anidan en sus ramas.
En esta parábola se destaca que la semilla hace el trabajo sola, que quien la planta se acuesta a dormir y de la noche a la mañana, la semilla ha germinado y la planta va creciendo sola, sin que nadie sepa cómo sucede ese crecimiento.
Así mismo sucede con las personas que se hacen terreno fértil, para el crecimiento de la semilla y a veces ni nos damos cuenta. Y es Dios a quien dejamos que penetre en nuestra alma, para que haga germinar la gracia dentro de nosotros.
Sólo Dios puede hacer que nosotros como Iglesia podamos crecer como lo ha hecho con el grano de mostaza y permanecer como lo ha hecho por tantos siglos. No debemos permitir que nadie entre en nosotros como la cizaña y evite nuestro crecimiento en el amor a Dios y a los demás. ¡Amén!