¿Quién educa al pueblo?
Somos templo del Espíritu Santo
si leemos la primera carta de San Pablo a los Corintios, del segundo domingo del tiempo ordinario, nos damos cuenta de quiénes somos para el Señor.
Esta carta de San Pablo es una perfecta revelación de que también somos “miembros de Cristo” y agrega: “El que se une al Señor es un espíritu con Él. Huyan pues de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica peca en su propio cuerpo. ¿O es que no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en ustedes porque lo han recibido de Dios. No se poseen en propiedad, porque los han comprado pagando un precio por ustedes. Por tanto, ¡glorifiquen a Dios con su cuerpo!”
Si verdaderamente viviéramos esto, estaríamos contentos de que el Señor nos reconoce como miembros de su cuerpo y de su espíritu, ¡y qué mayor gracia que esto!
No solo es el Señor el que nos llama a ser profetas, apóstoles, sacerdotes o religiosos, sino que nos llama a cada uno desde nuestro nacimiento para serlo.
Él nos quiere a todos, sin excepción, para llevar a cabo su plan de salvación en el mundo.
A veces utiliza a personas o acontecimientos para hacérnoslo ver. Es una vocación ser cristianos. Cada uno de nosotros tenemos una misión que cumplir en este mundo, y si no lo hacemos, se quedará sin hacer. Ser cristiano significa seguir a Jesús porque lo amamos, como cuando Jesús le preguntó a Pedro por tres veces: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Y lo hizo. Jesús a nuestra respuesta nos hace que pasemos de la muerte a la vida, e incluso obtener la “vida eterna” (Jn 5, 24). En otras palabras, Jesús desea que vivamos de una manera mucho mejor de lo que experimentamos en nuestra sociedad consumista actual. ¡No lo defraudemos!
Danos sabiduría para reconocer tu llamado y seguirte buscando, vivir en tu amor y en tu gracia. ¡Amén!