RELATO
Con una sola pierna: “Caminé desde el Palacio de Justicia hasta el Cristo Redentor para despedir a Peña Gómez”
De esta forma, Rafael Martínez le rindió honor a su líder, a quien consideró su amigo y protector. Hoy, que es de la corriente del PRM, no ha encontrado quien le extienda una mano. Con mochila al hombro, vende productos naturales para mantenerse.
¡Qué gratificante es que un colega, también matrícula 90 como tú (él lo entiende), crea en el trabajo que haces! Eso lo dejó entender Ramón Benzán cuando habló de lo importante que sería que a Rafael Martínez se le escribiera una historia. “Es un hombre trabajador, le falta una pierna y vende productos en los alrededores del Palacio de Justicia. Sería bueno que lo ayuden”. Así describió este periodista al dueño del relato de hoy.
Se puso fecha de inmediato para Rafael visitar LISTÍN DIARIO. Con muletas en manos, estaba sentado en la Recepción. “Puede dejar la mochila aquí en lo que se le hace la entrevista”. Se le dijo para que no estuviera cargando tanto peso. Alex, muy cortés, trata de ayudarlo, pero él comenta rápidamente: “Benzán me dijo que la trajera, por eso vine con ella”. Tenía razón. La mochila “es su trabajo”.
Literalmente, el protagonista de este relato anda con el trabajo a cuestas. Una vez se acomodó para ser entrevistado, comenzó a sacar productos de su mochila color violeta y azul. Lo primero que agarró fue unas pastillas de lecitina haciendo una recomendación precisa: “Tenga eso, es bueno también para sacar la gripe”. Lo hizo al darse cuenta de que quien estaba frente a él, no andaba muy bien que se diga.
Y bien, la historia de Rafael Martínez no es tan fácil de contar. Es un hombre que, su trabajo mismo, su discapacidad motora, su condición de salud general y la falta de una casa propia dicen que tiene muchas necesidades, pero “yo no molesto a nadie, no pido”. Hay que entender su postura. Según lo contado, ha pasado décadas dedicado a la política y a ayudar a que muchos candidatos logren sus postulaciones y, cuando suben a su puesto: “si te he visto no me acuerdo”.
El hecho de que no ande lamentándose, este señor, padre de cuatro hijos, a los que tampoco les pide, porque cada quien tiene sus problemas, no quiere decir que necesita de una mano amiga. En plena entrevista recibió una llamada que atendió ante el pedido de que podía cogerla. “Esa llamada es para uno de los tantos problemas que tengo”. Habló abiertamente, pero no deja de ser un tema que, aunque evidenció su situación, es algo privado.
Conoce a “titirimundati”
Los apellidos más encumbrados del país fueron citados por Rafael con mucha naturalidad y, en comentarios que muestran que ha tenido cercanía con la “crema y nata” de la sociedad. A unos les llegó a hacer trabajos de decoración, a otros los atendía cuando trabajaba en una farmacia, no faltaron a los que les vendía ropa y zapatos, y por supuesto, a muchos los conoció cuando incursionó en la política.
“Le voy a decir la verdad, yo no molesto a la gente. Fui un hombre con casa propia y hoy no tengo ninguna, ni tengo nada, pero me queda la satisfacción de que he sido amigo de los amigos en las malas, en esas en las que por lo regular nadie está, yo estoy”. Un ejemplo que puso de sus dotes de solidaridad fue el que tuvo con Ángel Rondón. “Yo lo conozco muy bien, pero ¿cuándo le he demostrado mi amistad? En los momentos difíciles por los que ha atrevesado. Nunca he ido a pedirle”. Se define como un hombre leal.
Tan fiel es a quienes tilda como sus amigos entrañables que, nunca ha podido traicionar la memoria de José Francisco Peña Gómez, quien lo tenía como la persona de confianza. “Para que tenga una idea de lo grande que era ese señor para mí, cuando él murió, yo, en honor a él, caminé, así con una sola pierna, desde el Palacio de Justicia hasta el cementerio Cristo Redentor, donde lo enterraron, para rendirle el tributo que se merecía”. En su rostro se pudo advertir el cariño y respeto que aún en su ausencia física, le tiene a su líder.
Si Peña Gómez viviera, ya Rafael hace mucho que tuviera su prótesis, pues cuando el político enfermó, estaba haciéndole las diligencias para ello. “Ahora, gracias a Dios y a una entidad privada, pronto la tendré, después de 38 años viviendo con una sola pierna”. La perdió en un accidenteen el año 1986.
Conchar en un carro público era su terapia cuando perdió la pierna
Rafael Martínez tenía 37 años cuando perdió una de sus piernas. Fue un trago amargo, pero él sabía que no podía echarse a morir. Una familia que alimentar y una vida que no se detenía. No había dinero para someterse a terapias psicológicas, pero encontró una forma que lo ayudó: hablar con los pasajeros que montaba en su ruta.
A juzgar por la cantidad de trabajo que Rafael Martínez asegura que ha hecho a lo largo de sus 75 años, hay pocas cosas que le ha quedado sin tocar. En el área de la decoración, empapelaba paredes y ponía pisos de vinil. Hasta en LISTÍN DIARIO tuvo la oportunidad de realizar algunas tareas. Era dependiente en una farmacia, vendía ropa, zapatos, conchaba y hacía todo tipo de trabajo que le permitiera, de forma honesta, llevar el sustento a su casa.
Hoy, ya con una avanzada edad, pero con mucha fuerza y energía, el dueño de esta historia lo que hace es vender unos cuantos productos naturales para la salud y la belleza, con cuyas ganancias no se sabe si puede pagar la casa alquilada en la que vive, comprar sus medicinas y alimentarse.
No ofrece muchos detalles sobre su desenvolvimiento económico, pero tal vez a usted le haga sentido saber que, su mercancía cabe en una mochila normal, de esas que llevan los estudiantes a la escuela. A esto se suma el hecho de que las ventas no están muy buenas. “A veces me compran algo, algunos para ayudarme, pero sigo en lo mío, porque lo que usted no me va a ver a mí es pidiendo ni echándome a morir”. Aunque sólo tiene una pierna, ello no ha sido impedimento para que todo el tiempo, Rafael se mantenga haciendo algo.
Precisamente, por esa razón es que Benzán ha querido que se escriba su historia, pues han sido muchas las figuras políticas y de la alta sociedad con las que ha tenido cercanía y, pese a que necesitar una casa propia y un mejor estilo de vida, nadie, ni la gente de su Partido Revolucionario Moderno (PRM), se ha dignado a extenderle la mano.
“A Guido Gómez Mazara lo cargué yo con estas manos. He ayudado a muchos candidatos de mi partido, porque desde que nací soy del blanco, luego pasé al PRM, pero nunca he conseguido nada en la política. Trabajé en la Onsa y fue un amigo que me lo consiguió” Al parecer fue en otro gobierno. Aunque es amante a este partido, se declara un admirador del fallecido doctor Joaquín Balaguer. “Un hombre sabio, y con un cerebro que nadie lo tiene. Nombró a mi mamá en una escuela y un día tuve la oportunidad de decirle eso, y recordó el nombre de ella y la escuela donde la nombró”. Contó la anécdota con asombro.
El accidente
A pesar de que el accidente de Rafael fue el nueve de agosto del año 1986, la pierna la perdió el 24 de septiembre del mismo año. “Conmigo hubo mala práctica cuando tuve el accidente. Me dio un edema pulmonar y me picó gangrena y hubo que sacarme del centro donde estaba. Me llevaron a la Uce y ahí me salvaron la vida, aunque tuvieron que cortarme la pierna”. Lo cuenta con lujo de detalles y no pasa por alto una frase que repitió en varias ocasiones: “Paradoja de la vida, sigo vivo”. Medio se sonríe.
Recuerda que el día que tuvo el accidente era haciéndole una diligemcia a Peña Gómez. “Él me había pedido que fuera a resolverle algo a un amigo suyo, y así lo hice”. El respeto que le profesaba a su líder lo llevaba a cumplir al pie de la letra lo que éste le solicitara, aunque él no le pidió nada.
“Le aseguro que si ese estuviera vivo, mi vida fuera otra. Desde que nos conocimos, hicimos química. Fue doña Milagros Ortiz Bosch quien me lo presentó”. Con ella también guarda nostálgicas vivencias.
Fue un trago amargo perder su pierna, pero él sabía que no podía echarse a morir. Tenía una familia y una vida que no se detenía. No había dinero para someterse a terapias psicológicas, pero encontró un trabajo que lo ayudó: conchar en un carro público y hablar con los pasajeros que montaba en su ruta.
“Pero yo no tenía una ruta establecida, iba donde fuera los pasajeros, y con cuartos o sin cuartos, porque sólo me ha interesado hacer el bien a los demás, precisamente, por eso perdí mi casa. A todo el que no tenía donde vivir, yo le decía: ‘Métete ahí’, hasta que quedé sin nada”. Hoy es Rafael que necesita de alguien bondadoso como él que le ayude al menos, a tener una vivienda propia.
Tenía seis meses cuando sus padres se separaon y conoció a su papá cuando tenía 14 años. “Crecí viendo un padrastro, aunque después, ya yo grande, mis padres se reconciliaron y duraron juntos hasta que murieron”. Lo recuerda con melancolía y mientras lo hace se acomodaba el gorrito verde que llevaba en la cabeza.