Fábulas en alta voz

Ser merecedores de la misericordia de Dios

El Señor ama a sus hijos. No tiene distinción. Eso sí, a Él le agrada ver a los que, aun sabiendo que su amor es infinito y que cuentan con Su gracia, actúan imitando su ejemplo de humildad para ser merecedores de Su misericordia. 

A Él le gusta que trabajemos para purificarnos, para aumentar nuestra fe y sobre todo, para acercarnos más a Él a través del amor y la solidaridad hacia el prójimo.

 Sé que muchos de ustedes, al igual que yo, hay momentos en los que nos preguntamos: Le estoy pidiendo esto a Dios, ¿pero, realmente, me lo merezco?, ¿soy tan noble como para que Él se detenga a escucharme a mí, habiendo tantas otras personas implorándole un favor? O ¿qué tanto bien he hecho yo como para que me ponga la atención que ahora necesito? 

En fin, si reflexionamos, nos damos cuenta de que no sólo debemos tener fe en el Todopoderoso, sino que debemos ser mejores seres humanos para que Él se fije más en nosotros y en nuestras necesidades. Es como dice el Padre Nuestro: “Perdónanos como nosotros perdonamos”. En este caso sería: “Ayúdanos como nosotros también ayudamos”.

El don de servicio

Desde mi óptica, servir a los demás es el don más hermoso con el que el Señor puede bendecir a una persona. Es en el que se resumen todas las bondades de una persona. El que es servicial es humilde, es solidario, es dador alegre y ama al prójimo, a veces hasta más que a sí mismo. 

Lo cierto es que, a quien el Altísimo premia con este regalo y éste sabe obedecer, Él lo hace merecedor de su misericordia, porque con su accionar sigue el ejemplo divino. Aunque no todo el mundo tiene este don, es importante que sepamos, que todos podemos practicar la bondad, hacer el bien sin mirar a quien, pues al final, es por nosotros que lo estamos haciendo, porque es para nuestra ‘cuenta’ que van esos puntos positivos que, sin duda alguna, nos harán merecedores de Su misericordia.

Un viaje fabuloso

Para aprender sobre algunas acciones que me ayuden a imitar el ejemplo de amor y desprendimiento del Señor, me fui a una ciudad fabulosa donde la gente se concentra en esos detalles simples, pero significativos, que le agradan a Dios. 

Allí noté que para los munícipes no hay nada más importante que hacer el bien, afianzarse en la oración y confiar plenamente en el favor del Altísimo, que todo lo puede y todo lo hace posible. 

 Observé que, a pesar de que ellos conocen la grandeza del Todopoderoso y Su amor por la humanidad, saben que hay que ganarse su misericordia sin apartarse de sus designios, aceptando las pruebas y en ellas fortalecer la fe.

 Por esta razón es que todas las cosas salen bien en esta ciudad fabulosa en la que cualquiera quisiera vivir. Tan distinta a nuestra triste realidad donde, lejos de trabajarse para ganarse la gloria, lo que hacemos es distanciarnos cada día más de esa gracia divina, que es por la que debemos esforzarnos en conseguir para acercarnos a ser merecedores de la misericordia de Dios. Recordemos que, aunque Él nos ama sin contemplación, nos juzga por nuestras acciones. ¡Reflexionemos!