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La sabiduría de los antecesores: un legado invaluable

Honrar a nuestros antecesores es fundamental. La experiencia se construye día a día, a través de la práctica, el ensayo y error, y la observación cuidadosa de aquellos que han recorrido el camino antes que nosotros. La humildad de escuchar y ponderar cada cosa que se señala

Ana Mirtha Vargas

Al salir de la universidad, usualmente, los recién graduados egresan con un mundo de técnicas, teorías, pasantía y prácticas supervisadas; recuerdo uno que de mis queridos profesores me dijo: “ahora si crees que no sabes nada, es lo normal, te toca sentarte y comenzar a adquirir experiencias, y verás cuánto sabes”.

La educación superior, aún la mejor, proporciona una sólida base teórica y también práctica en distintos contextos. Enfrentamos retos disímiles y particulares. Surgen encrucijadas; es en este punto crucial donde la consulta y el aprendizaje continuo se convierten en herramientas indispensables para el desarrollo profesional.

Hay un dicho muy usual que reza: la experiencia no se improvisa. En efecto, hay muchas aristas que tomar en cuenta que sólo se aprenden en el campo de acción. Antes de estar aquí nos debemos a muchos otros que hicieron las bases sobre las cuales hemos construido nuestro saber actual, personas, inclusive iletradas, con una sabiduría de vida extendida que han llegado a ser consejeras a otras que ostentan mucho poder.

Honrar a nuestros antecesores es fundamental. La experiencia se construye día a día, a través de la práctica, el ensayo y error, y la observación cuidadosa de aquellos que han recorrido el camino antes que nosotros. La humildad de escuchar y ponderar cada cosa que se señala.

Las interacciones y desafíos en el entorno laboral contribuyen a un cúmulo de sabiduría que no necesariamente se encuentra reseñado en los libros de textos. La experiencia provee un conjunto de matices y habilidades siempre distintos, pero una persona con experiencia difícilmente cae en errores propios de la inmadurez.

Alguien me comentaba de su miedo a perder su trabajo porque la compañía le estaba dando la oportunidad a jóvenes que venían de prestigiosas universidades ya formados en una nueva era tecnológica. Habían despedido lo que consideraba el 80 por ciento de sus empleados viejos para sustituirlo por los nuevos. Craso error.

Si bien es cierto que los tiempos se transforman y es menester darle paso a las nuevas generaciones que, por cierto, están saliendo muy bien preparadas, los que gustan del estudio e investigación, con una gran sensibilidad social, es desatinado prescindir de las personas que poseen las destrezas que sólo proporcionan los años vividos. Esos maestros son insustituibles.

Cuando uno está en una encrucijada, a veces, los egos no permiten tener la suficiente humildad de acudir a alguien que asesore. Consultar no es un signo de debilidad, sino una estrategia inteligente para aprender de la experiencia de los demás y evitar errores costosos o irreparables.

Pero ¿a quién consultar y por qué? La elección de un mentor o de una fuente de consulta puede determinar el éxito en la aplicación práctica del conocimiento adquirido. Antes de dejarse asesorar por alguien, es importante buscar a personas que no sólo tengan una vasta experiencia en el campo de interés, sino que también sean capaces de comunicarse con empatía y efectividad.

Un buen mentor será capaz de ofrecer no sólo respuestas, sino también perspectivas y consejos que fomenten el pensamiento crítico y una visión global.

Es recomendable buscar a expertos que hayan enfrentado desafíos similares y hayan evolucionado con éxito. Personas de trayectoria que proporcionen referencia de su peritaje.

Además, es beneficioso consultar personas que tengan un estilo de trabajo y valores que se alineen con los propios, asegurando así que las recomendaciones sean relevantes y aplicables.

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