La Vida

Fábulas en alta voz

Ver la vida desde la perspectiva de la muerte

Marta Quéliz

Es sorprendente la humildad que puede mostrar un ser humano cuando ve la vida desde la perspectiva de la muerte. Cuando estamos claros en que ésta es lo más seguro que tenemos y en que estamos de paso en la tierra somos más dados a hacer las cosas que le agradan al Señor. No es que todo el día vamos a pensar y a accionar en base a que nos vamos a morir ya. Es simplemente que, cuando estamos conscientes de que nada es para siempre, de esa misma forma somos capaces de compadecenos del prójimo, de ayudarlo en sus necesidades, de extenderle la mano al oprimido, de acompañar al enfermo y de alimentar al hambriento como lo hace Jesús, guardando la distancia. 

Un enfoque real

Hoy, en la plenitud que da la paz, me permití transportarme a una ciudad fabulosa donde la gente se apega a una ley divina que le enseña a ver la vida más allá de lo que se vive. La vanidad queda fuera de este plan de convivencia. Seguir el ejemplo vivo de Cristo resucitado es la consigna que se mantiene con el fervor de la fe en que quien como Jesús, asiste al necesitado, irá a la gloria de su paraíso, como dice Mateo 25:35 5.

Ser instrumento de su paz

En esta ciudad fabulosa viven felices y realizando acciones que propicien la paz. No saben qué tanto durarán aquí en la tierra y prefieren que, en el momento que llegue la inevitable partida, los encuentre alegres y complacidos por haber cumplido con una misión de amor, de servicio y de plenitud. Por haber aceptado ser instrumento del Señor para hacer el bien a los demás. Por haber cumplido los mandamientos al pie de la letra, y sobre todas las cosas, por tener claro que, cuando se ve la vida desde la perspectiva de la muerte, siempre se está ‘sin mochila’ para irse sin carga al llamado del Señor.

Llevarse el mundo por delante

Al regresar a la realidad, me apena ver cómo la vanidad hace que mucha gente quiera llevarse el mundo por delante sin detenerse a reflexionar que, ahora estamos aquí, del minuto siguiente, sólo sabe Dios. Cada día, la ambición de poder aprieta más la tuerca al raciocinio y a la puesta en práctica, sobre todo, de los dos primeros mandamientos: Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo. Si existe un amor fuerte en estos tiempos, es el que se le tiene al lujo, al dinero, al exhibicionismo, en fin, a todo lo que nos aparta de la comprensión de que estamos de paso por aquí y, que en cualquier momento, podemos irnos de esta vida dejando que el mundo siga girando.

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