fábulas en alta voz
Del dicho al hecho…
Me sorprende ver cómo hay personas que se llenan la boca diciendo que son tal o cual cosa. Que critican a quienes tienen un comportamiento distinto, y que creen que no es correcto. Se definen como la perfección andante. Con clase, con buena imagen, con sobrados conocimientos de etiqueta y protocolo y, por si fuera poco, con estudios por ‘pipá’ que les permiten codearse con la crema y nata de la alta sociedad. Sin embargo, cuando vemos sus acciones notamos que del dicho al hecho hay mucho trecho.
Viajando lejos
Me fui a una ciudad fabulosa para observar cómo funciona allí la coherencia entre lo que se dice y se hace. Para mi sorpresa, no hay una diferencia. Todo fluye. Hay un compromiso con la palabra y los hechos. No hay quien se atreva a faltar a esto, que ya es una especie de norma de convivencia. Fundamentan su accionar en el respeto hacia los demás porque en este lugar fabuloso nadie es más ni nadie es menos. Todos son iguales y apegados fielmente a llevar lo que se profesa a lo que se concreta.
Responsabilidad y coherencia
Cuando uno de los habitantes de esta ciudad fabulosa te dice que a equis hora se juntará contigo, guárdate listo. Si te hablan de ayudarte en algo, cuenta con eso; si te prometen un dulce, puedes saborearlo desde ese momento. No hay forma de que le quiten peso a la palabra. En este lugar todavía ésta tiene mucho poder y no hay ningún trecho entre ella y los hechos. Lo que se dice se hace. La responsabilidad y coherencia dominan las buenas acciones. Hay que cumplir sí o sí con lo asumido. Si haces alarde de que eres una persona con clase y educación debes comportarte como tal. De lo contrario pagas un precio caro ante la sociedad por faltarle a lo que exhibes. Aquí todo obra en orden divino y no hay un estatus social que te lleve a sentirte más o menos que los demás.
Regresando con lo aprendido
Cuando llegó el momento de volver a la realidad, me dio mucho pesar porque sabía que vendría a lidiar aquí con personas que no conocen lo que es la coherencia. Con gente que te habla de clase y, hasta cuando te está convenciendo de que la tiene, la pierde con su arrogancia y soberbia. Fue un gran reto llegar a mi país donde hace siglos se perdió el respeto a la palabra. Sí, esa que, en los tiempos de nuestros padres y abuelos, tenía más valor que todo el oro del mundo. Ahora vivimos en una sociedad donde la mayoría hace caso omiso a lo que es decir y hacer. Con los conocimientos que traje pretendo al menos yo, tratar de que mis hechos sean una copia fiel de lo que hablo porque aunque usted no lo crea, siempre, pero siempre, el respeto estará en la coherencia.