historias de la vida

Un viaje sin regreso: “Mi hermana se llevó a mi hija y nunca volvió”

Hace 12 años que la única niña que tuvo la protagonista de esta historia se fue a vivir fuera del país con su tía. Ésta le había prometido a la madre que la pondría como hija suya para cuando le salieran sus papeles, poder llevársela y luego hacer gestiones para también “ayudarla” con sus otros tres hijos. Cuando se la llevó apenas tenía ocho años

. La mujer, que es su única hermana, ya tampoco hablaba con los demás. Le habían perdido el rastro y esto se convirtió en un problema familiar que ha acarriado con trastornos de depresión, ansiedad y ataque de pánico en algunos de ellos

. La mujer, que es su única hermana, ya tampoco hablaba con los demás. Le habían perdido el rastro y esto se convirtió en un problema familiar que ha acarreado con trastornos de depresión, ansiedad y ataque de pánico en algunos de ellos.Getty Images/iStockphoto

Una colega entendió que la historia de la protagonista de hoy es digna de ser contada. “¿Te interesaría escribir sobre un caso, muy triste por cierto, pero que merece ser contado?”. La respuesta fue sí y, dos semanas más tarde la persona respondió para decir que estaba dispuesta a tratar el tema “aunque sea para desahogarme y para que la gente sepa que no se puede confiar en nadie. En la confianza es que está el peligro. Mi propia hermana se llevó a mi hija hace 12 años”.

Llegó el día de la cita. Ella, que puso como condición que no se le hicieran fotos ni se revelara su nombre, estaba a la espera del equipo de LISTÍN DIARIO. “Saludos, siéntense”. Ella lo hizo también. Su casa es bonita, muy bien cuidada, y delata que económicamente, su familia no está nada mal. Se le hizo saber este detalle y con una sonrisa respondió: “Ay, querida… Esto ha sido a base de mucho sacrificio, de mucho trabajo, pero sobre todo, de mucha oración”. Es fiel creyente en Dios “y Él es que me mantiene de pie”.

Era difícil encontrar la forma de tocar el tema de su hija. Por más vuelta que se le daba, había algo claro: hablar de esos 12 años que tiene sin ver a la única niña que tuvo. Tiene tres varones. Pedir sabiduría al Señor para saber cómo abordarla, era lo que se imponía porque su mirada perdida y la tristeza que se advertía hasta de lejos, a lo único que invitaba era a darle un fuerte abrazo sanador. Ella ayudó. “Vamos a contar lo que me sucedió, o más bien, nos sucedió, pues por supuesto, para que las cosas se dieran, mi esposo lo autorizó”. Hasta aquí va todo en orden.

“Yo me casé muy jovencita y ya a los 18 años estaba parida de mi primer hijo. Antes de los 20, tuve al segundo. A la niña…”. No terminó de decir porque el llanto llegó sin ser convidado. Esperó calmarse para continuar. “A los 22 años tuve a la niña, la única hembra que tengo o más bien, que tuve”. Hace otra pausa.

Cuando retoma el tema lo hace con más determinación y dispuesta a ser fuerte. “Dos años después tuve a mi hijo más pequeño. El caso es que mi esposo y yo nos vimos muy apretados económicamente. Cuatro hijos, sólo él trabajando y pagando alquiler, comida, leche, pañales, colegio… Y lo peor, el país cayéndose a pedazos con una fuerte crisis. Nos estábamos volviendo locos”. Respira profundo mientras recuerda esos días difíciles.

Un sí que le pesó

Antes de contar esta parte, la dueña de este relato hace gestos que muestran el sufrimiento que tiene desde hace 12 años. “Bueno, recuerdo que un día ella fue a visitarnos, vivíamos en la Zona Oriental. Llevó cosas para los niños y me dijo que ya los papeles estaban avanzados. En ese momento, dizque, se le ocurrió ayudarme”. Se queda pensando por un ratito.

Como desde hace unos años tienen una mejor posición económica, ella y su esposo han abierto un proceso de investigación y ubicación. No ofrece mayores detalles para no entorpecer el trabajo que se hace al respecto.

Como desde hace unos años tienen una mejor posición económica, ella y su esposo han abierto un proceso de investigación y ubicación. No ofrece mayores detalles para no entorpecer el trabajo que se hace al respecto.istock

“El caso es que me dice que si le damos la custodia de la niña, que ya tenía ocho años, podía ponerla como hija suya para que le salieran los papeles y que luego me seguiría ayudando a mí, y así... Le dije que no, y riéndonos las dos, le comenté relajando, ‘pero pon a uno de los varones’. De una vez me contestó, no ombe, es más fácil con la niña. Ella era enferma con mi hija desde que nació”. La hermana se había casado con un extranjero y estaba a la espera de irse. Para entonces no tenía hijos.

La opinión de la gente de que era por el bien de la niña, la insistencia de la hermana y la situación económica llevaron a la dueña de esta historia y a su esposo a dar un “sí” que les ha pesado para toda la vida. Desde hace un buen tiempo luchan para dar con el paradero de su hija que hoy día tiene 20 años.

“No pierdo la fe en que llegará el día en que nos reencontremos con nuestra hija”

“Mi corazón me dice que está cerca el encuentro con mi hija, que ya tiene 20 años. Se fue a los ocho y de eso hace 12. Sé que hay gente que me juzgará al leer este reportaje, pero ocurre, recuerden, que siempre confiamos en nuestra familia. Yo no regalé a mi hija, sólo se la confié a alguien que para mí nunca me haría algo así. De hecho, como ya dije, estoy hablando de este tema para que la gente tome consciencia y sepa que cualquiera te puede engañar”. Varias veces durante la entrevista hace énfasis en esta parte.

Recuerda con tristeza aquel día. “Lloré tanto que creía que me iba a morir. Mi esposo y los dos niños más grandes también lloraban. Fue, como decimos los dominicanos, un día de juicio. No olvido que mi mamá y mis dos hermanos fueron al aeropuerto a llevarlas porque mi corazón no daba para eso”. Meses de sufrimiento, nada de apetito y un vacío enorme que invadía su interior se adueñaban de su vida.

“En los primeros dos años, podríamos decir, la comunicación era buena. Ella siempre me llamaba por video y si estábamos donde mami, los domingos, ella también lo hacía y nos ponía a la niña. Llorábamos mucho, pero yo tenía la esperanza de que en dos años, más o menos, yo iba a visitarla y eso…”. Se para, va hacia la cocina y regresa con un poco de papel toalla para limpiar sus lágrimas.

Entre sollozos continúa su relato porque está dispuesta a ayudar a otras personas para que no cometan el error que ella cometió. “Tal vez la gente dice que no debí hacerlo, y es cierto, pero para la niña, ella siempre fue una especie de madre, porque sería injusta si no digo aquí que ella fue la persona que más nos ayudó con los muchachos y con la parte económica. Tenía un buen trabajo y manejaba su dinerito”. Trata de ser justa, pero no la justifica.

Cuando las cosas se complicaron

Cada día eran menos las llamadas. “Yo buscaba la forma de hacerlo y no me comunicaba. Las pocas veces que hablábamos, no me ponía a la niña y decía que era algo rápido, que tenía trabajo. Yo al principio lo creía, pero después no, y mi familia se molestaba conmigo cuando yo me ponía rabiosa”. Da muestra de que aún tiene esa rabia por dentro. Pasaba el tiempo y ya la misma familia le daba la razón. La mujer, que es su única hermana, ya tampoco hablaba con los demás. Le habían perdido el rastro y esto se convirtió en un problema familiar que ha acarreado con trastornos de depresión, ansiedad y ataque de pánico en algunos de ellos, pues tampoco han vuelto a ver a su familiar.

Cada vez es mayor el sufrimiento de todos, en especial de la madre que le confió a su hermana su pequeño tesoro. “Y lo peor de todo esto es que me siento tan culpable, y en efecto lo soy, pues nunca debí permitir algo así, aun sabiendo que era por el porvenir de mi niña”. Su esposo también siente culpa, pero no ha descansado en su lucha por dar con el paradero de su hija.

Desde hace unos años para acá, han progreso económicamente. Su marido consiguió un buen empleo y luego pudo independizarse. Hoy, gracias a Dios, a ellos les va muy bien. Ella trabaja con él. “No pierdo la fe en que llegará el día en que nos reencontremos con nuestra hija”. 

Ellos han abierto un proceso de investigación y ubicación. No ofrece mayores detalles para no entorpecer el trabajo que se hace al respecto. Para concluir la entrevista, se para de la silla, se acomoda el vestido estampado, color amarillo, que llevaba, y con voz suave vuelve a decir: “Miren, no crean ni en su sombra. Mi hermana no sólo se robó a mi niña, ella también destruyó a la familia. Mi madre no sale de una, mi papá murió, sufriendo, murió, y ella ni vino y no sabemos si en realidad se enteró. Lo único que me mantiene viva a parte de la fe, es que sé que dondequiera que esté mi hija, el Señor está con ella”. Se despide agradecida y convencida de que siempre hay luz al final del túnel.

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