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Rechazo a la cultura light: promoviendo una cultura de la excelencia

Ana Mirtha Vargas

Ana Mirtha Vargas

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Ana Mirtha VargasEspecial para Listín Diario
​Santo Domingo

La humanidad ha experimentado una transformación profunda y, con ella, una alteración en los valores y éticas que antaño regían nuestras sociedades.

“El mundo cambió” frase que no cesamos de escuchar en voces con un dejo de nostalgia. Recientemente, hemos sido testigos de cómo el principio de "pagar justos por pecadores" se ha arraigado profundamente, especialmente en algunos galenos que se sienten afectados por lo que se ve venir.

Lamentablemente, los más lastimados son los íntegros, que posiblemente sean mayoría, pero al igual que el cuerpo, cuando no hace ruido es porque está en óptimas condiciones. La desidia y negligencia de algunos profesionales de la salud, que los hay, han sido muchas veces sepultadas sin mayores consecuencias, algún día tenía que administrarse justicia.

Ningún sector de servicio se escapa al mal servicio y el hedonismo que parecen prevalecer sobre la excelencia y el compromiso. La cultura light y la tendencia a realizar el mínimo esfuerzo. Percibimos que crece una sociedad que anhela los beneficios, pero no el trabajo. Generando un servicio mediocre o malo. Se evidencia una desviación de principios éticos que deberían ser inquebrantables en cualquier campo, especialmente en aquellos que impactan directamente el bienestar humano.

Esta realidad no solo erosiona la confianza en los individuos y las instituciones, sino que también socava los cimientos sobre los cuales se construyen sociedades saludables y prósperas. Urge revertir esta tendencia y recuperar los valores de integridad, compromiso y excelencia. Todos hemos observado empleados que se ocultan a chatear, llegamos a lugares donde te miran con desdén y hasta con mala cara, como si lo estuvieran obligando a hacerte el favor de servir, olvidando que sus ingresos se derivan del consumo del usuario.

Esa desconexión entre los valores fundamentales de la sociedad y la realidad actual ha llevado a que iniciemos una búsqueda desesperada de profesionales que encarnen las virtudes de antaño; esos que llamaban pacientes y no clientes. Seres más empáticos, cuyo ejercicio se fundamente en la calidad y dedicación y no únicamente en lo que se pueden ganar.

Nuestras acciones impactan a unos y otros, hacen un efecto dominó. Usuarios satisfechos regularmente traen nuevos. La mejor carta de presentación nuestro quehacer diario. Cuando no hacemos lo que nos toca, por insignificante que parezca, afectan a los demás y a nosotros mismos, pues todo regresa.

Se requiere una reflexión profunda y un compromiso renovado por parte de todos los sectores de la sociedad para revalorizar el trabajo ético y dedicado, promover una cultura de responsabilidad y servicio, y, sobre todo, redescubrir el significado de la excelencia no sólo como un objetivo profesional, sino como un pilar fundamental de la convivencia social. Así podremos esperar reconstruir nuestra integridad colectiva, sobre cimientos más sólidos y duraderos que aquellos que hemos permitido que se derrumben. La tarea es de todos y para todos, escuchar de nuestros desaciertos sin querer justificarlos, sino con el reconocimiento de que el cambio deseado está en nuestras manos dispuestas trabajar y vivir con un propósito que trascienda el mero tener, para enraizarse nuevamente en el ser.

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