Ciudad Colonial
Ulises Heureaux se vestía de pordiosero para ‘espiar’
Engañó con sus harapos al poeta Fabio Fiallo, junto a quien caminó por la calle Duarte.
Tras hacer una diligencia en Gazcue pido al taxista llevarme hasta la cuesta de la calle Duarte, en la Ciudad Intramuros. Tengo el propósito de recrear mentalmente una historia: el inesperado encuentro nocturno del bien trajeado poeta Fabio Fiallo con un mendigo, que resultó ser el tirano Ulises Heureaux (Lilís).
Desconocedores de cuáles vías están interrumpidas con el remozamiento de la Ciudad Colonial, el taxista toma la calle Palo Hincado y, señalando a una cuadra el Cuartel de Bomberos, me dice que no puede doblar a la derecha. Ha cambiado la dirección del tránsito. Llegamos a la Benito González para avanzar por ella, ya en el Barrio Chino, hasta la Avenida Duarte. Estacionamos en ésta. La acera en mal estado y un va y viene de una máquina, que amontona tierra para la remodelación de una casa, impide que la cámara del celular enfoque adecuadamente la vía pública en descenso. Hago lo que puedo.
La mirada se dirige hacia la calle Mercedes, donde a corta distancia, en la casa número 204, entre las calles Duarte y 19 de marzo, está la que fuera residencia de Lilís. Hoy día en ella funciona la Casa de las Academias. Vuela mi imaginación hasta esos años de finales del siglo XIX cuando Ulises Heureaux, presidente de la República, se transformaba de noche en un mendigo, con harapos y aspecto sucio, para averiguar lo que sobre él pensaban los ciudadanos. Así lo cuenta Kin Sánchez Fernández, en Guía de anécdotas, cuentos, crónicas y leyendas de la ciudad Colonial de Santo Domingo. Le atribuye total veracidad, pues está reproducida en un libro donde uno de los protagonistas, el poeta y político Fabio Fiallo, recopila artículos que publicó en los periódicos.
Relata Kin que una noche en que Fabio Fiallo se marchó de un baile en el barrio de San Miguel, ‘lo abordó un campesino harapiento y sucio’, que le dijo reconocerle como el famoso poeta. Mientras Fiallo caminaba intentando quitárselo de encima, el campesino le pedía que le escribiera algo para su enamorada. A seguidas empezó a cuestionarle sobre ‘su abierta oposición al gobierno, tratando de sonsacarle opiniones políticas’. Así llegaron a la entonces llamada Cuesta del vidrio (cuesta de la Duarte) y, en la esquina de la calle Mercedes, unos oficiales del ejército al verlos se cuadraron militarmente. El campesino respondió marcialmente, pero protestó: ‘Les he dicho que no hagan esto cuando voy de incógnito, ya me descubrieron’.
‘Aquel campesino negro, harapiento y encorvado era el mismísimo Lilís disfrazado. Recobrado su porte marcial y su lenguaje elegante, el dictador se despidió muy cortés y amigable’. (Kin Sánchez).