Folcloreando
Pasar el peine, la tenaza, desrizado y ahora queratina
“Tengo el pelo feo”, “tengo mucho crecimiento”, “no pude ir, porque no tuve tiempo para ir al salón”, “tenía el cabello sucio y por eso me hice un moño”. El cabello es el marco de la cara, y por lo visto es cierto por la demanda que tienen los salones de belleza, principalmente en Navidad.
Recuerdo que a finales de los años 60 y principio de los 70 era muy común en Villa Juana pasarse el peine y la tenaza y, viviendo en la Peña Batlle, en una segunda planta, desde el largo pasillo divisaba todas las cuarterías habitadas por familias humildes, como la de Milagros Medina, experta en pasarme la tenaza. No tengo el pelo crespo, lo tengo algo rizo y por esta razón, adolescente al fin, queriendo tener melena al precio de 50 centavos, me pasaban la tenaza al mediodía para ir a una fiestecita en la noche.
Primero tenía que lavarme el pelo, secármelo bien y comprar en el colmado de Quírico un tubito de vaselina que costaba un centavo, bajar a donde Milagros Medina a ponerme “bella”. Luego me hacía “anchoítas” o un “tubi” mientras me acicalaba y “a bailar se ha dicho”. Eso sí, ustedes no se imaginan ese pelo precioso y sudado de tanto bailar, con olor a pólvora, pero ¿cómo me desprendía de él?
No sé si los chicos que bailaban conmigo percibían el olor, yo no lo soportaba, pero no podía alisarme porque era más costoso, y el proceso era más delicado por ser desrizado casero, cargado de potasa; además éramos cinco mujeres en la casa. El peine se usaba más para el cabello bien crespo, el malo-malo, el cabello “clinque”, ese que mientras va creciendo se va enroscando como los resortes que venían integrados en los lapiceros y era más barato el servicio.