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Realidad y fantasía

Y a la clase media, ¿quién podrá defenderla?

Relegar la clase media al cuarto de los trastes olvidados es un error craso que tarde o temprano se paga, porque esta masa es la que decide el rumbo que tomará el país.

María Cristina de Carías

María Cristina de CaríasArchivo LD

Todos en la población dominicana, excepto los pocos privilegiados, aspiran a establecerse dentro de un estatus apodado “clase media”, dentro del cual pueden tener las comodidades básicas a las que todos aspiramos: una casa o apartamento, un vehículo y un empleo bien remunerado que nos permita adquirir ciertas comodidades, después de haberse quemado las pestañas durante por lo menos cinco años, generalmente estudiando de noche, en tanto que durante el día se desempeña un trabajo que nos permite pagar esos estudios.

Cuando finalmente nos vemos dentro del tan anhelado estatus, resulta que los servicios imprescindibles para el diario vivir se han vuelto inalcanzables. La energía eléctrica es un elemento absolutamente necesario para el desempeño de las labores tanto en el trabajo como en el hogar. De unos meses para acá, la factura se ha cuadruplicado, sin explicación alguna. No valen reclamos ni acudir a las oficinas establecidas para velar que la ciudadanía no sufra abusos de parte de las empresas. Todo es inútil.

Naturalmente, esto se refleja en los precios de los productos que se necesitan para la vida diaria. Ya no vale tener dos empleos y pasarse pocas horas durmiendo. De todas maneras, el dinero no alcanza para sostener un hogar dignamente.

La tal clase media se ha exiliado, seguramente con los miles de dominicanos que han marchado a buscar nuevos horizontes, lejos de su terruño.

Lo paradójico es que es precisamente este estamento de la sociedad el que decide el porvenir de los pueblos. No es la clase privilegiada ni tampoco la depauperada, a la que nuestros gobiernos consienten con amoroso desvelo, proporcionándoles toda clase de bonos para la adquisición de comestibles, gas y otros servicios, incluyendo el de la salud.

Esto es aplaudible y nadie se queja, pero relegar la sufrida clase media al cuarto de los trastes olvidados es un error craso que tarde o temprano se paga, porque esta masa es la que decide el rumbo que tomará el país. Hoy en día, las mentes educadas, conscientes y pensantes se encuentran ante el dilema de la disolución de ese estatus tan difícilmente obtenido, ante una realidad que se torna peor a medida que pasan los días.

Los servicios básicos deben y tienen que ser asequibles para la mayoría de la población, a precios razonables y proporcionados regularmente, no como durante estos sesenta años en los que la gente se ha acostumbrado a la escasez del agua y la luz y a los deficientes servicios de limpieza.

Una sociedad sana es un conglomerado satisfecho con lo que obtiene por los impuestos que paga, salidos de su trabajo laborioso; lo contrario solo puede traer protestas y revueltas.

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