folcloreando
Desahogo mañanero
Nunca escuché a mis padres decirnos que era malo robar, que las cosas deben pedirse, que lo ajeno se respeta.
Uno no sabe cómo es mejor. Algunas veces el ser humano se lamenta, protesta o se queja de una forma tal que hay que pedirle a Dios misericordia por este tipo de persona.
Desde que tengo uso de razón a mí nada me ha llamado la atención de tal forma que cometa “desasurdos”.
Nunca escuché a mis padres decirnos que era malo robar, que las cosas deben pedirse, que lo ajeno se respeta. Nunca escuché nada parecido. Lo que sí observé fue el comportamiento de ellos en su vida diaria, con los vecinos y los trabajadores. Se practica con el ejemplo no con lo que decimos.
De esta forma nos criaron, viviendo en Puerto Plata y luego en Villa Juana. No nos faltaron los libros de textos, alimentación, salud y la compañía constante de nuestros padres.
Entonces, como me criaron así, con vergüenza, con honradez, jamás voy a permitir que los pocos conocimientos que poseo en mi área, como curadora de contenido, crítica, maestra de baile tenga que regalarlo para pasar de simpática.
Ni los recursos que tengo para beneficiarme, que son muchos, los he utilizado, porque tampoco esto no forma parte de mi formación. Y debo repetir que a mí nada me llama la atención, que no sea un vendedor de aguacate, una marchante en Villa Juana o escuchar el sonido del martillo clavando la suela del zapato un día cualquiera menos lunes, porque ese es el día del zapatero.
Prefiero pasar mis últimos años de vida aprendiendo de la sabiduría popular de esos hombres y mujeres que esperan el alba con un cachimbo prendido y ya cuando cae el atardecer abren sus brazos con la satisfacción de haber visto un nuevo día, como dice Facundo Cabral:
“Este es un nuevo día
Para empezar de nuevo
Para buscar al ángel
Que aparece en los sueños
Para cantar para reír
Para volver a ser feliz”