Menudo
El día que volé con un astronauta
Nunca lo imaginé: volar en un avión piloteado por un astronauta. En enero de 1990, el astronauta Franklin Chang Díaz, quien en dos oportunidades había sido parte de la tripulación de transbordadores de la NASA, vino al país invitado por la Academia Dominicana de Ciencias. Aparte de sus actividades oficiales pasaría un día en Portillo. Franklyn Polanco, del entonces United States Information Service, de la Embajada Americana, me invitó (por el Listín) a ir con fotógrafo, pero no para entrevistar al astronauta, sino para escribir sobre la actividad.
‘Lo que bien se aprende, nunca se olvida’
Terminando de comer Polanco me hace señas de que le sigamos con disimulo. Va con Chang ‘paseando’ hasta que, de pronto, corren hacia la pista. Nazario y yo los alcanzamos. Montamos con rapidez en un avión Cessna modelo 1963 (modernamente equipado por su dueño, Pepe Bonilla). Chang, entusiasmado, toma el mando del avión, pero aclara. “Volar en el espacio no es lo mismo que volar en la atmósfera”. Además, dice, está acostumbrado a pilotear los T-38, pero éste es un Cessna… ¿Estaré en buenas manos? Tras unos 10 minutos sobrevolando Portillo y Las Terrenas, Chang aterriza y, sonriente, afirma: ‘Lo que bien se aprende, nunca se olvida’. Polanco acota: ‘Es la primera vez que un astronauta es quien conduce un avión con dominicanos a bordo’, Y yo, pienso, ¡soy una de ellos! Lo que no imaginábamos era que en la pista esperaban, con cara de pocos amigos, el anfitrión, doctor Arnaldo Espaillat Cabral y los edecanes militares, un tanto sobresaltados. Es que eran responsables de la seguridad del astronauta y ese vuelo ¡no estaba en el programa!
En un avión ‘sin techo’ con Nuria Piera
En abril de 1995 celebraban en Lakeland, Florida, E.U., “Sun’n Fun”, dentro del programa de la XXI Convención Anual de la Experimental Aviation (EAA). Franklyn Polanco me invitó por el Listín. Llegué con él y otros dos pilotos a bordo de un monomotor (pronto contaré esa historia). En Lakeland estaban, entre otros, Nuria Piera, Ramón Marcelino Then y Richard Polanco. Con ellos monté en un biplano abierto, o sea, sin capote (¡sin techo!). Construido en 1930 tenía algunas piezas ¡de tela! En esa fecha era el único del tipo New Standard D-25 volando en todo el mundo. Su piloto, Joe W. Kittinger, había roto muchos récords en paracaídas y en globo. Al ser descapotable, el viento chocaba de tal forma contra nosotros que ni siquiera podíamos llevar espejuelos. Yo, de afrentosa, echo la cabeza hacia fuera para sentir con más fuerza el aire cuando, de sopetón, el giro de la hélice lanza grasa negra del motor sobre mi cara. ¡Qué susto! Gracias a Nuria pude limpiarla. Aun así, ¡qué experiencia inigualable es volar en un avión sin techo!