La Vida

Relacionan el consumo de alimentos ultraprocesados con la depresión

Se estima que será la principal causa de enfermedad para el año 2030

Los padres deben crear una disciplina en la alimentación. Esto incluye evitar la comida chatarra, pues esta tiene un efecto tan adictivo en los niños como la cocaína en los adultos.

Un estudio liderado por el CIBER (Centro de Investigación Biomédica en Red) y el Instituto de Investigación Biomédica de Girona Dr. Josep Trueta (IDIBGI) ha vinculado directamente la comida ultraprocesada con la depresión, el volumen de sustancia gris del circuito cerebral mesocorticolímbico y parámetros de inflamación.

Los trastornos depresivos son uno de los trastornos psiquiátricos más comunes en todo el mundo, con una estimación de 300 millones de personas que viven con depresión. Se estima que será la principal causa de enfermedad para el año 2030.

La mayoría de los ultraprocesados tienen una densidad de nutrientes más baja, pero una concentración energética más alta en comparación con los alimentos no procesados. Además, son ricos en ácidos grasos saturados y trans, azúcares añadidos y sal, y son pobres en proteínas, fibra dietética y micronutrientes.

Este tipo de productos suelen contener aditivos para intensificar sus cualidades sensoriales e imitar la apariencia de los alimentos mínimamente procesados, lo que los hace comestibles, sabrosos, altamente atractivos y potencialmente adictivos.

Este estudio tenía como objetivo determinar la relación entre el consumo de ultraprocesados y los síntomas depresivos, así como proporcionar nuevos datos sobre la asociación entre el consumo de estos productos y los volúmenes de materia gris cerebral en 152 personas adultas.

Los invetigadores también buscaron explorar los efectos de interacción con la obesidad, así como evaluar si los biomarcadores inflamatorios median estas asociaciones previas.

Uno de los resultados principales es la asociación entre un mayor consumo de ultraprocesados y una mayor presencia de síntomas depresivos, así como un menor volumen en regiones cerebrales implicadas en procesar la recompensa y monitorizar el conflicto, aspectos esenciales en la toma de decisiones, incluyendo las alimentarias.

También destacó la mediación la cantidad de glóbulos blancos en la asociación entre el consumo de ultraprocesados y los síntomas depresivos.

La asociación entre el consumo de estos productos y los síntomas depresivos fue especialmente notable en el grupo con obesidad (58,6% de los participantes), que partían de una mayor presencia de síntomas depresivos en comparación con el grupo sin obesidad.

En conclusión, la investigación respalda la evidencia previa que vincula el consumo de ultraprocesados al riesgo de padecer un trastorno depresivo, y proporciona nuevos datos que lo asocian con cambios en la estructura de redes cerebrales concretas. Además, muestra que estas asociaciones podrían ser dependientes de la presencia de obesidad y los niveles de inflamación periférica.

Los investigadores reclutaron a 233 personas para formar parte de este estudio transversal. Después de descartar a aquellos con imágenes de resonancia magnética (IRM) defectuosas o faltantes y aquellos que no completaron el cuestionario de frecuencia alimentaria, se obtuvo una muestra final de 152 participantes.

Focalizando en el consumo de ultraprocesados, se recopiló información sobre la dieta durante el último año mediante cuestionarios de frecuencia alimentaria validados. Se utilizó el sistema de clasificación de alimentos NOVA para identificar los alimentos y bebidas ultraprocesados en función de su grado de procesamiento. Finalmente, también se calculó el porcentaje de consumo de ultraprocesados en la dieta global.

Por otro lado, se evaluaron los síntomas depresivos y se realizaron imágenes de resonancia magnética estructural. Finalmente, se midieron varios parámetros metabólicos y biomarcadores inflamatorios, como el recuento de glóbulos blancos, la proteína de unión a lipopolisacárido y la proteína C reactiva.

Para la realización del estudio también han colaborado investigadores de la Agencia de Salud Pública de Barcelona y del Instituto de Investigación de Sant Pau.