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Familia

Las mujeres mandan en la isla griega de Cárpatos

El pueblo de Olympos acoge una de las pocas sociedades matriarcales de Grecia que resiste al turismo y a la uniformización del estilo de vida.

Anna Lentakis, de 67 años, (izquierda) limpia su tierra de malas hierbas en la aldea agrícola de Avlona, cerca de Olympos.

Anna Lentakis, de 67 años, (izquierda) limpia su tierra de malas hierbas en la aldea agrícola de Avlona, cerca de Olympos.Luisa GOULIAMAKI / AFP

En el norte de la isla de Cárpatos, encaramado en la ladera de una montaña, el pueblo de Olympos acoge una de las pocas sociedades matriarcales de Grecia que resiste al turismo y a la uniformización del estilo de vida.

En su taller en una callejuela estrecha de este pueblo de apenas 300 habitantes, Rigopoula Pavlidis trabaja con su máquina de coser.

"Aquí son las mujeres las que mandan", exclama orgullosa. Giannis, su esposo, asiente mientras pinta iconos.

"Mi marido no sabe hacer nada sin mí, ni siquiera su declaración de impuestos", bromea la sexagenaria.

Las mujeres de Olympos desempeñan un papel central en la sociedad que remonta a un antiguo sistema de herencia de la época bizantina.

A pesar de la ocupación otomana a partir de 1538 y la presencia italiana en esta isla del mar Egeo entre 1912 y 1944, Olympos ha mantenido su peculiaridad.

Herencia

Aislada del resto de la isla, esta aldea resistió a los cambios hasta que se construyó una carretera asfaltada en los años 1980.

Ahora, cada verano, miles de turistas ascienden hasta la pintoresca localidad. Pero esta tradición matriarcal sigue bien viva.

"Este sistema de herencia estaba muy avanzado comparado al resto de Grecia. La herencia de la madre iba a la hija mayor", explica Giorgos Tsampanakis, historiador nacido en esta isla, situada entre Creta y Rodas.

Al ser la primogénita, Rigopoula Pavlidis heredó 700 olivos.

"Las familias no tenían suficientes bienes para dividirlos entre todos los niños (...) Y si hubiéramos dejado la herencia a los hombres, la habrían dilapidado", afirma.

Después del matrimonio, los hombres van a vivir a casa de la esposa. El dominio femenino se encuentra también en la transmisión de los nombres.

"La hija mayor tomaba el nombre de la abuela materna, al revés que en el resto de Grecia, donde se transmitía el de la abuela paterna", explica Tsampanakis.

Y "numerosas mujeres se hacen llamar todavía por el apellido de su madre y no por el de su marido", añade.

A partir de los años 1950, la emigración de hombres hacia Estados Unidos y otros países europeos obligó a las mujeres a gestionar ellas solas las explotaciones agrícolas.

En Avlona, una aldea vecina de Olympos, Anna Lentakis recoge con ímpetu a sus 67 años las alcachofas con las que va a preparar una tortilla para su pequeña cantina.

"No teníamos otra opción que trabajar (...) Era nuestro único medio de subsistencia", recuerda.

Hasta hace unos años era propietaria de la taberna "Olympos" en el pueblo homónimo. Pero ahora es su hija mayor, Marina, quien se ha hecho cargo de ella.

"Me gusta decir que el hombre es la cabeza de la familia y la mujer, el cuello. Es ella quien orienta las decisiones tomadas por el hombre", dice Marina.

"Casta social"

Su hija Anna solo tiene 13 años, pero ya sabe que un día tomará el relevo: "Es la herencia de mi abuela y estaré orgullosa de ocuparme de ella".

El sistema, sin embargo, solo beneficia a las primogénitas.

"Las hijas pequeñas deben quedarse en la isla para estar al servicio de las mayores. Se ha creado una especie de casta social", señala Alain Chabloz, miembro de la Sociedad de Geografía de Ginebra que ha estudiado este fenómeno.

Giorgia Fourtina, hija pequeña y soltera, no siente que Olympos sea tan progresista. "Es una pequeña sociedad donde una mujer sola en un café está mal vista", explica.

Las mujeres del pueblo visten normalmente vestidos bordados con delantales floreados, un pañuelo en la cabeza y botas de cuero. Son verdaderos tesoros que suelen formar parte de la dote.

Irini Chatzipapa, de 50 años, es la mujer más joven de Olympos en llevar cotidianamente esta vestimenta.

"Enseñé a bordar a mi hija, pero más allá de las fiestas, no lleva nunca este vestido que no está adaptado a la vida moderna", dice la panadera.

Esto genera inquietud en su madre Sofia, de 70 años, que todavía administra su café.

"Nuestras costumbres se convierten simplemente en un folclore para las fiestas (...) Nuestro mundo está desapareciendo".

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