RELACIONES
La valentía del amor
La palabra amor se ha festinado. Se dice mucho, se hace poco, a juzgar por los resultados que se exhiben en la sociedad.
Es común ver cómo personas pretenden ser quienes no son, perdiendo su autenticidad, para ser aceptadas. Algunas parejas ni siquiera se conocen en realidad, así muchos amigos, como me refirió la comunicadora Marta Quéliz: “Un amigo es ese que llevas a tu casa, es ese que llevas a tu casa y no tienes que recoger un reguero o cambiarte de ropa rápidamente para presentarte. Cuando hay voluntad de armonizar la relación siempre haremos lo posible porque funcione, deponiendo los egos, trascendiendo las luces y sombras; cuando las circunstancias se tornan invivibles, es cuando decides si quedarte y ser mártir o empacar y despolvar tus zapatos, eligiendo ser aprendiz”.
Muchas relaciones se estropean por susceptibilidades, los deslices siempre hacen más ruido que las bondades. Detalles desdeñados por su simpleza y que parecieran insignificantes, como cocinar en pareja, camaradería, tenerle ropa limpia, cama hecha, toallas impecables, recibir con agrado y abrazos genuinos, construyen un vínculo memorable que puede ser destruido en un momento por rudezas producidas en un instante de tensión. La falta de solidaridad y empatía cuando se necesita, cuando la pareja siente desconsideración, o no es valorada y siente que está detrás del último en sus prioridades, a pesar de cualquier justificación. En la certeza de que obras son amores, no buenas razones. Cada uno decide si subir el volumen del amor y la tolerancia o arrastrar los lastres de las expectativas no cumplidas.
Amarse a sí mismo ha sido considerado mandamiento bíblico. “Amar Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Cada uno de nosotros es como un “yo mismo”, lo que implica delicadeza y buen trato. Debemos saber que somos dignos de aceptación de nuestro yo real y no tener que defender un espacio a costa de tu individualidad. Es esencial que seas sin tensión, eres un ser total en capacidad de amar y ser amado.
Me permito compartir el texto Finales de la prolífera escritora y psicóloga argentina Patricia Faur:
“Hay finales que no terminan, hay heridas que no cierran, hay cierres que están abiertos. No podés terminar, decir adiós, chau, basta, se acabó, hasta acá llegué. Tu paciencia infinita, tu tolerancia desmedida, tu ilusión descontrolada, tus miedos apabullantes, tu angustia que quema. Todo eso te impide decir “no quiero más, me corro, me aparto, me voy”.
Y entonces hacés finales “chiclosos”, de goma, ambiguos, para tener la sensación de que todavía hay alguna posibilidad. Y sólo conseguís prolongar la agonía de un mal amor, o de un amor que se terminó o de la ilusión de un amor que nunca fue. Cualquiera sea el caso, hoy jugás sólo a pérdida, te levantás todas las mañanas con la ilusión de que va a ser diferente y no. No es igual, es peor. Porque cada rechazo, cada desplante, cada espera, cada silencio, resignifica todos los anteriores de tu vida y se transforman en una gran montaña de abandonos, desamores y descuidos”.