FÁBULAS EN ALTA VOZ

Qué pena que un niño pague el exceso de los adultos

Marta Quéliz

Marta Quéliz

Tal vez ninguno de nosotros estuvo ahí para opinar sobre lo que en realidad pasó en el hecho que le arrebató la vida a un inocente en Santiago. Independientemente del motivo, creo que como población debemos prestar atención al descalabro social al que nos estamos enrumbando. La soberbia y la prepotencia le están tumbando el pulso a la autoridad, y consecuentemente, esto está atentando contra el derecho que tiene cada ciudadano a ser tratado como la gente, no como animales. Estamos viviendo en un mundo en el que ni civiles ni oficiales les temen a las consecuencias de sus actos. Los primeros no les tienen miedo a las armas y los segundos no lo piensan dos veces para usarlas. De esto no puede salir nada bueno. Lo penoso es que de sus excesos las víctimas sean niños.

¿Hasta la cuánta es?

Cada vez que sucede un hecho lamentable y que pudo evitarse, comenzamos a teorizar y a decir que debemos ser más humildes, más respetuosos el uno del otro. Pero no, al parecer cada caso es una especie de estímulo para engrandecermos más y creernos todopoderosos. Jugamos al que sea más “valiente”. Uno lo hace porque está armado y el otro lo enfrenta porque no le tiene miedo a nada ni a nadie. Mientras esto suceda con gente que se busca su problema, creo que las cosas duelen menos, pero cuando la víctima es una persona inocente, y más un niño comenzando a vivir, esto llora ante la presencia de Dios. Y yo me pregunto: ¿Y hasta la cuánta es?

Fabulosamente protegidos

La muerte de Donaly Joel Martínez debe llevarnos a todos a una real reflexión, porque de seguro, aunque esté libre de culpa, el padre de este preadolescente no debe sentirse mal solo por el duelo que está atravesando, sino también por lo que pudo evitarse para no llegar a los extremos de tener que llorar hoy, la muerte de su amado hijo. La tristeza que me ha provocado este hecho, me transportó a una ciudad fabulosa donde nadie pone en peligro la integrdad física y emocional de un niño y mucho menos su vida. Estos son los reyes del lugar. Donde hay un inocente no hay alcohol, no hay música a todo volumen, no malas palabras, no hay peleas, no hay irrespeto, no hay agresión…

Patrón multiplicado

En aquel lugar fabuloso, los niños y las niñas son protegidos por toda la comunidad. No hay que ser su familia para salvaguardar su bienestar, y las autoridades vigilan que su entorno siempre esté diáfano y seguro. Por eso, cuando algo no anda bien, el llamado de atención se hace con cordura, y si las cosas siguen igual, las medidas se toman siempre cuidando a los menores y castigando a los mayores como corresponda. Allí tienen claro que ningún niño debe pagar por los excesos de los adultos. Con esta acción cuidan a los menores y garantizan que no se repitan un patrón equivocado. Ojalá copiemos estas normas de convivencia en este país que, en su realidad, está vuelto una selva.

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