Reza un viejo proverbio: “Si no sabes adónde vas, puedes llegar a cualquier parte”. Si no determinamos una dirección, tomamos el riesgo en que nuestras aspiraciones se queden en un secreto deseo: “Si yo hubiera…”.

Con frecuencia nos gana la pereza, el miedo, o la creencia de que “si está para mí, Dios se encargará de dármelo”. Cedemos el poder al Destino, a la voluntad divina, el Universo se encargará de ponerlo todo en nuestras manos. Reposamos nuestra responsabilidad en alguien más, que sean otros que tomen decisiones y elijan por nosotros nuestro sendero, olvidamos que somos las manos del Absoluto en la tierra. El resultado depende de nuestra elección y disposición por el trabajo tenaz para lograr nuestros objetivos.

Por casi tres décadas he impartido talleres con el fin de ayudar a los participantes a proyectar un año eficiente con miras a desarrollar un propósito, establecer metas y proveer algunas herramientas eficaces para mantener el enfoque en el año y que esas determinaciones propias del año nuevo no queden en meras ilusiones. Cada uno establecía un nombre para su año, según los lineamientos de preferencia, por ejemplo: “Año de la familia”, “Año de mi desarrollo personal”. Considerábamos pertinente abordar estos temas tomando algunas herramientas tomadas de distintos estudios de psicología, metafísicos y espirituales: la observación de las leyes Causa y Efecto, Generación, Polaridad, atracción, entre otras. Nunca faltó la elaboración de la herramienta de visualización creativa, tomada de alguna que otra escuela metafísica, el mapa del tesoro, o tabla del deseo. Además, el estudio del poder del pensamiento, los pensamientos distorsionados y negativos que entorpecen nuestros objetivos, el poder de la palabra hablada, también conocida como afirmaciones o decretos.