HISTORIAS DE LA VIDA
Don Juan vive enfermo, sin bañarse y a merced de la comunidad
Para los vecinos, este hombre, que en mayo cumplirá 75 años, no tiene doliente. Mientras, su hija de 23 años, y la abuela de esta, aseguran que sí se ocupan de él, pero que no tienen las condiciones para ofrecerle la vida que él necesita
Hay historias que, para contarlas bien, es preciso escuchar varias campanas. En el caso de Juan Suárez hubo que hacerlo. Este señor que vive en la comunidad Las Mercedes, de Pedro Brand, está en un franco abandono. Tiene meses que no se baña, cerca de un año con una pierna hinchada, está sordo y se pasa los días en su casucha en medio de la mugre y el hedor.
“Juan, ¿cómo se siente?”. Le preguntaba fuerte una y otra vez Kuqui, un colaborador de LISTÍN DIARIO que dio la voz de alerta respecto a este caso que conmueve y que protagoniza la historia de hoy. No respondía. Su sordera cada día es más aguda, y las posibilidades de detener su progreso están cada vez más lejos.
“Esto es un castigo de Dios”. Es una frase que repetía constantemente don Juan. Sus vecinos lo contradecían. “Eso no es un castigo porque él nunca ha sido un hombre malo. En lo que llevo viviendo aquí, que son más de nueve años, nunca lo vi haciéndole daño a nadie. Él trabajaba mucho, y mire ahora cómo ha quedado”. Eso lo dijo Margarita, una buena samaritana que le pasa comida todos los días.
Durante la visita de reporteros de este diario al lugar, pudo notarse que al menos don Juan come bien. Ella estaba cocinando y el olor a su buena sazón invadía el entorno. ¡Por suerte! Porque después de enfrentar el hedor de la deteriorada vivienda del envejeciente era como lograr un “respiro de vida”. Y si eso fue por unos minutos, no hay siquiera que imaginar cómo él aguanta estar ahí dentro por tanto tiempo. Su círculo vicioso es: se acuesta y se sienta, y viceversa. No más.
Margarita dice que en ese estado cayó hace más de un año, mismo tiempo que lleva con una pierna hinchada, con varios achaques de salud, y en un total abandono. “Nosotros hacemos lo que podemos. Le damos comida, pero no somos médicos. Cuando se ha puesto malo, llamamos al 9-1-1, vienen lo atienden y vuelve a quedarse en esa casa que se está cayendo. Yo he querido bañarlo y no se deja. Tiene meses sin ver agua, ya usted sabe…”. Lo deja en puntos suspensivos, pero su apariencia y mal olor dejan claro lo que ella se reservó.
Falta de higiene
Los cachivaches que guarda encima de una mesita, los galones de agua que conserva en una esquina y los pañales desechables usados que reposan cerca de la puerta del pequeño cuarto son un “caldo de cultivo” para debilitar su salud. Seguro está inmune a esta realidad que lo consume y tiene preocupada a la vecindad.
Su ropa no puede estar más ajada y su apariencia, más descuidada. Por eso es que quienes le dan seguimiento entienden que don Juan debe ser llevado a un centro para adultos mayores donde le dispensen las atenciones que él necesita. “No es una casa, no es cama, no es mueble…, nada de eso. Ese hombre lo que necesita es que le cuiden su salud, que lo mantengan limpio, que se ocupen de él”. Lo dice Margarita con evidente preocupación.
Se le quemó la casa
Donde hoy vive don Juan, el hombre que en mayo de este 2023 cumplirá 75 años, es una casucha sin protección y repleta de comején. Se la levantó la comunidad a base de viejas hojas de zinc y de cartón luego de que su vivienda se incendiara hace ya algunos años.
En ese incendio se le quemó el dinero de su liquidación. Eso coinciden en decir algunos comunitarios. “Él trabajaba en Ayuntamiento del Distrito Nacional durante la gestión de Roberto Salcedo. Ahí duró muchos años”. La especificación la hace Kuqui, quien lo conoce desde sus tiempos de ‘coquero’. “Juan, ¿usted se acuerda cuando vendía coco por las calles?”. No escuchaba nada, y respondía lo que llegaba a su mente.
“No tengo dinero para ir a la universidad ni para darle a mi papá”
Dejado atrás el triste panorama en el que “vive” Juan Suárez, de casi 75 años, la ruta del equipo de LISTÍN DIARIO continúa hacia una comunidad cercana a la que él reside. Solo se tenía el dato de que a su hija Dominga se le podía encontrar en la casa de su abuela Brígida. Kuqui tenía noción de dónde podía ser y, en efecto, acertó.
“Ella es Brígida, la abuela de la hija de Juan”. Se acercó a decir Kuqui acompañado de la señora que, con su tubi y tratando de hablar “fino”, estaba dispuesta a poner a sonar “la otra campana”. “Yo quiero traerlo para acá, ya le tengo su cama y su abanico, solo espero una silla de ruedas para poderlo traer. Un político me dijo que me la facilitará y la estoy esperando”. Su determinación hizo pensar que ya la situación estaba resuelta.
¡Vaya sorpresa! Al caminar unos cuantos pasos estaba la casa de doña Brígida y en ella, la joven de 23 años, la única hija que tuvo don Juan y, al parecer, ya cuando tenía avanzada edad. Al ver la vivienda que, aunque de block y todo, estaba repleta de ‘tereques’, de criaderos de mosquitos y de todo lo que pueda atentar contra la salud, no de un anciano, sino de cualquier ser vivo, quedó sobreentendido que ahí no hay lugar para este hombre que cada día está peor.
“Ella es la hija de él”. Así se apresuró a decir la abuela cuando la muchacha salió a ver quiénes estaban ahí. Distraída, pero sonriente se acerca ante la petición de que se dejara ver. No hay duda de que no cuenta con los recursos físicos ni económicos para cuidar de su padre. “Usted ve, es para ayudarla a ella que me lo quiero traer. Ese hombre solo la tiene a ella, así que, si encontramos un plátano, de eso comeremos los tres”. La señora cree que lo de él solo es comida, y ese no es el problema. En donde vive, la gente se la da. Lo que necesita es cuidado médico, higiene y un ambiente adecuado para poder tener una vida digna como lo piden sus vecinos.
No trabajan, pero Dominga quiere estudiar
Ni la abuela ni la hija tienen ingresos fijos. “Tengo una tarjetica del Gobierno y vendo botellas”. Al tiempo de decir esto se acerca a la pila de “mercancía” que tiene en la parte frontal de su casa y muestra cómo ella y su nieta la preparan en un huacal para vendérsela a un familiar por unos “pesitos”. Así se mantienen las dos y no les alcanza, imagínese teniendo en su casa a una persona como don Juan, que necesita de todo lo que ellas no pueden dar.
La única vez que se le vio entusiasmada a Dominga fue cuando habló de sus estudios. “Quiero entrar a la universidad para estudiar enfermería, pero no tenemos dinero”. Su abuela respaldó lo que dijo, y añadió: “Ella terminó el bachillerato y quiere ir a la universidad, pero dígame usted ¿con qué?”. Se lamenta Brígida, quien como un chiste dice que esa “niña” vive con ella desde que nació.
“Ese fue un acuerdo que hicimos mi hija y yo, que me daría su primera hija, y así fue. De la Maternidad me la traje para acá y a los 20 años fue que un ‘tiguere’ me la sacó de aquí, pero ya está de nuevo conmigo”. Fue desagradable escuchar la parte del “convenio” y se le hizo saber. Ella insistía en que eso fue lo mejor, y que por eso los padres de Dominga no se opusieron. Hoy comenta que don Juan no fue tan buen padre, pero dejó entre líneas que su hija sí, pues cumplió con lo acordado: darle a su bebé recién nacida.
¿Verdad o mentira?
Aunque se escucharon las dos campanas, no se supo quién miente. Los vecinos dicen que está abandonado, y la hija y su abuela aseguran que todos los días cruzan la Autopista Duarte para llevarle comida a don Juan. Lo cierto es que, no importa quién tenga la razón, este señor necesita que las autoridades vayan en su auxilio con carácter de urgencia. Si no lo mata su pierna hinchada, lo llevarán a la tumba el mal olor y el deterioro de la casucha en que vive.