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HISTORIAS DE LA VIDA

Víctor Del Carmen Báez: “En la calle vi droga, vicios, de todo…, pero escogí lo bueno”

Después de deambular por las calles y criarse en un hogar de paso, este joven dominicano se graduó de Administración Deportiva, en Oklahoma.

El mayor milagro que Dios ha hecho en la vida de Víctor es no haber dejado que se perdiera en las calles. CIRILO OLIVARES / LISTÍN DIARIO

Marta QuélizSanto Domingo, RD

Si eres de las personas a las que la adversidad ha amenazado con troncharle sus sueños, la historia de Víctor Del Carmen Báez te puede ser de mucha utilidad. Es huérfano desde muy pequeñito, hijo de un padre con una vida desordenada, sus primeros años los vivió con su abuela, se ganaba la vida hasta botando basura, deambulaba por las calles, creció en un hogar de paso, fue adoptado, y hoy es un profesional de la Administración Deportiva, en Oklahoma.

Eso sí, para llegar hasta donde hoy está, este joven de 28 años tuvo que vencer muchos obstáculos y derramar muchas lágrimas. Cualquiera que lo ve con su camisa amarilla de buena marca, con su ‘look’ moderno, y su fluidez al hablar cree que viene de una familia acomoda y que la calle solo la conoce por andar sobre ella en un vehículo de lujo.

Nada qué ver. “Yo he pasado mucho trabajo. Mi madre murió cuando yo era un niño, era tan pequeño que no la recuerdo. Me llevaron a vivir con mi abuela paterna porque mi papá llevaba una vida que no era la adecuada”. ¿Una vida desordenada por vicios? Se le preguntó. A esto respondió que sí, con unos ojos que delataban su tristeza.

Años después, su papá se lo trajo a vivir a la Capital desde Barahona. Como ustedes comprenderán, con el “expediente” que acompañaba a su papá, no se podía augurar un buen futuro para Víctor.

“Siendo niño tenía que salir a buscar mi comida. Yo hacía de todo, menos lo mal hecho. Yo botaba basura, hacía mandado, de todo, y si me ganaba 100 pesos, era pensando cómo economizarlos para comer por unos días”. Contar esta parte de su historia lo debilita y las lágrimas son el lenguaje que utiliza para expresarlo.

Llega al Hogar Esperanza

Ya más tranquilo, el joven que ha pasado “de todo en la vida”, da fe de que deambulaba por las calles, donde vio lo malo y lo bueno “pero decidí quedarme con la parte buena, con los valores, con las cosas que me sumaban”. De esto se enorgullece y lo manifiesta cuando dice: “Por más trabajo que se pase, nunca debemos darnos por vencidos. Hay que echar para delante y lograr hacer los sueños realidad de la mejor manera”. Aconseja con determinación.

Recuerda que un día de tantos en los que caminaba por las calles, se le acercó alguien de la Fiscalía para conocer su estatus. “Le dije que yo no tenía ni papá ni mamá, y me llevaron a un hogar de paso. Andaban recogiendo niños de la calle. Dios me cuidó, me rescató tal vez de que me violaran, me hicieran cualquier otro tipo de daño o me mataran”. En este momento habla de su gran fe llorando y dando gracias al Señor por lo que ha hecho en su vida.

Al llegar al Hogar Esperanza encuentra en todos los niños que hay allí y en el personal del centro, a una familia. Establece una buena amistad con ellos y hoy día, muchos años después, mantiene la comunicación con gran parte de sus entrañables compañeros.

En ese lugar no encuentra solo un hogar, sino un refugio y su madre adoptiva, doña Olga, una mujer que desde el primer día le mostró cariño y le dio su apoyo. Allí también encuentra un empuje para estudiar y trabajar por sus sueños que, en primer lugar, era ser pelotero.

“Estudiaba y me empeñaba en practicar para convertirme en lanzador. Todos me decían que tenía talento, y recuerdo que un amigo me presentó a Joahn Ramírez y éste me confirmó que sí tenía talento y se me dio la oportunidad de entrar a un programa. Ahí me fui formando hasta que conseguí una beca en Oklahoma, jugué cuatro años en la universidad y, en mayo pasado me gradué en la carrera de Administración Deportiva”.

Esto también lo emociona y las lágrimas vuelven a traicionar su quietud, pero esta vez, de alegría.

“En las calles hay jóvenes que pueden rescatarse”

Con unos ojos que más rojos no pueden estar de tanto llorar por las cosas que ha pasado y las que ha superado, Víctor Del Carmen Báez envía un mensaje al primer mandatario de la nación. “Yo quiero aprovechar esta oportunidad para pedirle al señor presidente Luis Abinader que ponga el corazón en las calles, que preste atención a la cantidad de niños y jóvenes que andan haciendo cosas feas porque no tienen apoyo, porque no tienen que les rescate”. Al decir esto no puede contener las lágrimas porque habla con conocimiento de causa.

A veces las personas hacen cosas indebidas porque no encuentran una mano amiga que las saquen a tiempo del peligro. Este es su discurso y se le dejó saber que en efecto tiene la razón. “Detrás de esos niños, de esos jóvenes... a veces hay un mundo oscuro que no se conoce. Yo mismo te lo puedo asegurar porque mi papá no se ocupó de mí por llevar una vida de vicios, y caí en la calle, pero nunca pasó por mi mente hacer cosas mala, pese a que siendo un niño, vi de todo”. Cada vez que podía recalcaba esta parte.

Para Víctor no es suficiente tener dos o tres hogares de paso para dar albergue a niños de la calle. Es necesario mucho más que eso. “Las autoridades deben crear centros y políticas de desarrollo para que los niños y los jóvenes que necesiten ser acogidos, puedan convertirse en personas de bien para ellos mismos y para la sociedad”.

Se le preguntó sobre qué le enseñaría a sus hijos si algún día los tiene, y su respuesta fueron tres palabras: “Respeto, amor y bondad. Porque en esos valores es que está todo en la vida, de ellos depende el buen comportamiento de cada uno de nosotros. Yo los escogí pese a que lo que veía en las calles era algo muy diferente”. Queda claro que no los aprendió en casa.

Sus logros

Para alcanzar sus sueños dejó a un lado su sufrimiento por ser huérfano y solo conocer de su madre el nombre que llevaba que es Luz Mercedes Báez. El vacío que sentía por el hambre que pasaba trató de llenarlo con la gratitud hacia las personas que le extendieron su mano. Y las frustraciones que le causaba ser hijo de un padre sumido en los vicios las transformó en su fortaleza para no caer en lo mismo.

Fue así que venció sus miedos, sus debilidades y las dificultades que se le presentaban en el camino. “Te puedo decir que cuando llegué a Oklahoma, gracias a la beca deportiva, pasé mucho trabajo con el idioma, pero decidí echar hacia delante y me fajé a aprender ese idioma para hacer mi carrera y poder graduarme. Hoy trabajo en la misma universidad donde estudié y también laboro en un gimnasio”. De esto está orgulloso.

El joven sabe que estos avances son fruto de su esfuerzo y dedicación, pero no oculta que detrás de estos logros hay muchos nombres, en especial los del personal del Hogar de la Esperanza, de la Fundación Banco de la Esperanza.

Entre tantas personas hay una que no podía quedarse en esta historia: “Doña Olga, esa es mi madre adoptiva, se encariñó conmigo cuando llegué al centro y hoy día es la casa donde me quedo cuando vengo al país”. Lo dice agradecido.

Su padre está preso

A pesar su padre Santiago Del Carmen no ha sido su ejemplo para ser el gran hombre que hoy es, Víctor sufre por la suerte que ha corrido su progenitor. “Mi papá está preso, y lo peor es que lo está siendo inocente. Lo acusaron de algo que no hizo”. No dio detalles ni se le indujo a ofrecerlos. Había que respetar su privacidad.

“Yo sé que él no ha sido un santo, pero lo conozco bien, dentro de sus equivocaciones sé que nunca ha mentido, y él me ha dicho que no cometió el hecho por el que se le acusa, y yo le creo. Lamentablemente, en este país no se investiga a fondo, se acusa y se condena o libera a alguien según la conveniencia”. Esto le duele y lo expresa sin dejar de mostrar su confianza en que Dios hará su voluntad.