MES DE LA FAMILIA
Hombre y mujer: un amor fecundo
En el contexto del Mes de la Familia y de la caminata Un Paso por mi Familia, a realizarse en este mes, queremos hablar de la naturaleza evolutiva de las especies que se manifiesta en dos aspectos de manera preferente: la adaptabilidad y la permanencia en el tiempo.
Aunque sean procesos diferentes, dado que uno se asocia al comportamiento y el otro a la reproducción, estos están estrechamente ligados gracias a la genética.
La genética permite la transmisión de la herencia al nuevo ser, aportando características tanto fisiológicas como adaptativas que garantizan el desarrollo y existencia prolongada de la especie sustentando el bien último de la reproducción.
En un contexto general, cuando al ser humano se refiere, la fecundidad no solo se reduce a la reproducción en sí, también abarca la dimensión ética y moral de la persona como responsables del futuro de la humanidad mediante la trasmisión de la vida.
Profundizando en la perspectiva reproductiva es necesario reafirmar la transcendencia de la naturaleza del ser humano concebidos como hombre y mujer (“Hombre y mujer los creó”, dice Génesis 1:27) puesto que «según el orden de la creación, el amor conyugal entre un hombre y una mujer, y la transmisión de la vida están ordenados recíprocamente» (Amoris laetitia); siendo esta misma realidad la que permite la procreación.
He aquí que la iglesia nos recuerde que somos cocreadores de vida en compañía de Dios, pues es Dios mismo quien concede esta gracia; por consiguiente, la fecundidad matrimonial no es solo un deber biológico, sino también un don de Dios dado a los hombres para la transcendencia de su amor que se manifiesta en todas sus dimensiones filial, eros y ágape.
Desde el comienzo, el amor se abre a la fecundidad que lo prolonga más allá de su propia existencia, el amor siempre da vida. Hagamos entonces fecundo el amor que viene de Dios, seamos abiertos a la vida existente desde la fecundación y cada una de sus etapas de desarrollo, hasta la ancianidad.
Toda vida tiene valor y defenderla es nuestro deber moral, puesto que gracias a la vida podemos ser testigos cada día del amor que se manifiesta en la sonrisa de un niño, el abrazo de los esposos y la alegría de familia. Digamos sí a la vida y hagamos fecundo el amor.