REALIDAD Y FANTASÍA
Inundación
Santo Domingo se anegó. La mayor inundación en años ocurrió de repente, cuando en la tardecita comenzó a llover para transformarse en un torrencial aguacero que no cesaba y cuando cesó volvió con más fuerza aún.
Aunque habían anunciado lluvias, nadie estaba preparado para una tormenta de esa magnitud. La ciudad completa se paralizó; el agua, descontrolada, anegó totalmente calles y avenidas, penetró imparable en parqueos subterráneos, en centros comerciales, en negocios y en casas de familia, para no hablar de clínicas y, en fin, toda clase de establecimientos.
Las calles se llenaron de vehículos hundidos o semihundidos en el torrente, los infelices conductores que a esas horas circulaban por calles y avenidas se las vieron negras para salir airosos del maremágnum.
Hubo gente que logró llegar a las once de la noche a su casa, después de lograr sortear el en taponamiento y las aguas procelosas. Los que quedamos en casa tuvimos que achicar agua por donde quiera.
Emma, armada de un trapero y una cubeta, logró sacar el agua que se coló en mi habitación por la puerta de vidrio que la comunica con el patiecito, el cual se anegó, tapándose los desagües. El agua aposada buscó camino, entrando al interior y mojándolo todo.
No fui la única víctima, ni mucho menos; a lo largo y ancho de la capital, la gente sufrió toda clase de inconvenientes. Los sistemas de desagüe en calles y avenidas, desatendidos desde hace décadas, no permiten el despeje del caudal de agua, convirtiendo las calles en un brazo de mar. Por casa, para remate, se fue la luz, lo que no permitió el despeje de los desagües.
Después de sacar el agua y secar medianamente los pisos, nos acostamos cuando cesó de llover, rogando porque no se desatara otro aguacero a media noche. La luz volvió al día siguiente como a las diez de la mañana, mientras Emma y yo volvíamos a poner orden en el caos.
Esta triste experiencia debería servir para que las autoridades se comprometan a revisar todo el sistema de drenaje para que no vuelva a ocurrir un desastre igual.