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HISTORIAS DE LA VIDA

Arelys Morán, la mujer que ha salido a pedir para dar

Cuando en República Dominicana, pocos les daban la importancia y mostraban el respeto que se merecen los adultos mayores, esta mujer, junto a su fenecido esposo, los encontraba en las calles de Gualey y se los llevaba a su casa para alimentarlos.

Arelys Moran siempre se ha identificado con el dolor ajeno. © José Alberto Maldonado / LD

Arelys Moran siempre se ha identificado con el dolor ajeno. © José Alberto Maldonado / LD

Muchos conocen a esta mujer. Es la “madre” de un extenso grupo de envejecientes de escasos recursos. Tal vez Arelys Moran no construyó el inicio de la historia de cada adulto mayor que ha pasado por su mano. “Pero me ha tocado lidiar con la parte más vulnerable de su vida”.

Ciertamente es así. Es al lado de ella que algunos viven sus últimos días, los que trata de extender con ternura, con cuidado, con una alimentación segura y con la medicina y los tratamientos que requieren.

“Yo he sabido salir a pedir para ellos, y no me avergüenzo. Sobre todo, en los inicios, había momentos en que no teníamos cómo alimentar a la cantidad de envejecientes que se iba sumando a los que ya había. No nos quedábamos de brazos cruzados, íbamos a los colmados, acudíamos a la gente que sabíamos podía ayudarnos y buscábamos la manera, pero no los dejábamos pasar hambre ni dolor”. Habla en plural porque en esa labor la acompañaba su esposo Radhamés Curiel, asesinado en junio de 2014.

Arelys llora al recordar este hecho. No lo ha superado. Sin embargo, no ha permitido que su duelo merme su deseo de ayudar a las personas que, según confiesa, le dan razón a su vida. “No te imaginas cómo sufro cuando no le tengo respuesta a uno de ellos en determinados casos, o cuando parten a los brazos del Señor”. Lo dejó ahí porque las lágrimas le impidieron seguir.

Sensibilidad llevada a la práctica

Arelys Moran siempre se ha identificado con el dolor ajeno. “No puedo ver la gente pasando trabajo, con hambre, con dolor, por las calles, en vicio… Todo eso me atormenta y quiero ayudar. Al principio que mi esposo y yo decidimos formalizar el apoyo a los más necesitados, era en una marquesina que los recibíamos y ahí les dábamos comida a todo el que se acercaba. Cada día aumentaba más la cantidad de envejecientes, niños, niñas y personas que deambulaban por las calles”. Cuenta satisfecha de las acciones solidarias que ponían en marcha y que cada día tomaban mejor rumbo.

Viendo cómo el problema que había en el barrio Gualey era más grande de lo que imaginaban, decidieron fundar la Junta de Desarrollo de Gualey (Judegu), la que hoy tiene 25 años amparando al adulto mayor con el respaldo, no solo del Consejo Nacional de la Persona Envejeciente (Conape), sino también con el apoyo de personas que se identifican con este tipo de labor.

Aunque tienen un local donde recibir a las personas de la tercera y cuarta edad, en principio era hasta en la casa de Arelys, o visitándoles en su hogar que hacían la obra. “De hecho, todavía vamos donde algunos que por edad o enfermedad no pueden trasladarse a la fundación. Esa es mi pasión, verlos bien no importa adonde tenga que trasladarme para servirles”. Lo dice y sus ojos brillan de felicidad, pero la nostalgia la invade y el llanto protagoniza el momento. “Hoy mismo murió una de nuestras amadas señoras”. La entrevista fue el martes 10 de este mes.

Asesinato del esposo

Al tocar este tema, no puede evitar que una mezcla de sentimientos la asalte. “A Radhamés lo mató un vecino. Le disparó por la espalda mientras él caminaba por la calle como siempre lo hacía buscando a quién ayudar. Nunca supimos a ciencia cierta el móvil del asesinato, pero a esa persona le molestaba que él fuera como era, un hombre desprendido al que todos querían por ese sector”. Lo dice llorando como el primer día.

“Ayudar al prójimo es el acto de amor más puro que puede existir”

Arelys tiene dos hijos, pero se siente ser la madre de todo el que busca de su ayuda. Ha sabido inclusive, enfrentarse a familiares que no asumen un comportamiento adecuado para con sus padres, madres o abuelos.

“He discutido, he buscado la manera de defenderlos, porque para nadie es un secreto que hay personas que abusan y no respetan al adulto mayor”. Ese es su sentir.

Una anécdota que cuenta al respecto es que, en una ocasión, una de las señoras que pertenece a la fundación, buscó su ayuda porque tenía una casita alquilada y, por ella ser de edad avanzada, la inquilina quería adueñarse de la vivienda. “Recurrí a las autoridades correspondientes, y no fue necesario sacarla, pues desde que le notificaron que debía acudir a responder por ello, solita se mudó. Ese tipo de cosas pasan mucho, y no estoy dispuesta a quedarme de brazos cruzados cuando me entero”. Con valentía lo sostiene.

Ella sufre por la vulnerabilidad en la que viven muchos envejecientes en distintas partes del país. Si pudiera se hiciera cargo de todos los que encuentra a su paso. Pero sabe que no es posible y, por ello exhorta a los dominicanos a que protejan al adulto mayor, a que le respeten, le agraden, le hagan sentir lo importante que son para la familia y la sociedad.

“En estos tiempos hay muchos países que están concentrando sus políticas en prestar mayor atención a la gente de la tercera y cuarta edad porque son las personas que mantienen viva la historia, la esencia de la vida misma. Son ellos que sus aportes crean las bases para la transformación de las generaciones. No descuidemos a nuestros padres, madres, abuelos, tíos, vecinos… ¡Vamos a unirnos todos por el bien de ellos y el nuestro, porque para allá vamos todos!”. Sentencia.

Otro rol

Pero lo de esta mujer no se limita a la edad avanzada. Ella trabaja también con jóvenes que luego del espaldarazo que le ofrecen ella y su equipo, se convierten buenos estudiantes y en profesionales exitosos que la llenan de orgullo. “Ayudar al prójimo es el acto de amor más puro que puede existir”.

Escucharla y verla hablar de esta parte también es emocionante. “No te puedes imaginar la cantidad de muchachos que hemos sacado hacia delante con alimentación, orientación, charlas, talleres y todo lo que aporte para que salgan del mundo de los vicios, de la vagancia, de las calles… Pero ha valido la pena el esfuerzo, muchos han enderezado su camino”. La satisfacción del deber cumplido desborda en su rostro y hace contraste con la blusa azul que vestía el día de la entrevista.

Tanto se adentra Arelys a ese mundo de situaciones, que admite que en ocasiones ha tenido que buscar la ayuda de algún especialista que le permita hacer frente a su sensibilidad para así continuar trabajando con la entereza que debe hacerlo. Tiene razón. Es mucho trabajo. Lo que comenzó en Gualey se extendió al Ensanche Espaillat, Simón Bolívar y Barrio 27 de Febrero.

Está consciente de que no todo es color de rosa, pero no se deja caer. “Mira, es algo fuerte dedicarse a realizar un trabajo que necesita tanta atención. Hay críticas, hay celos, hay mala fe, hay de todo y con eso también hay que lidiar, pero yo sigo adelante. Lo único que en realidad me importa son esas personas que necesitan una mano amiga para tener una vejez más digna”. Esto habla de su fortaleza y de su deseo de continuar haciendo este trabajo hasta que ella también necesite de este tipo de cuidado.

ACTIVIDADES

Los adultos mayores, más mujer que hombres, que acuden a la fundación, no solo van por un plato de comida o una medicina. También van a sacarle provecho al tiempo realizando trabajo de artesanía, bailando zumba y haciendo otras actividades que ejerciten su mente y su cuerpo.

Arelys Moran: No puedo ver la gente pasando trabajo, con hambre, con dolor, por las calles, en vicio.  José Alberto Maldonado / LD

Junto a su fenecido esposo.

Viendo cómo el problema que había en el barrio Gualey era más grande de lo que imaginaban, decidieron fundar la Junta de Desarrollo de Gualey (Judegu).

Yo he sabido salir a pedir para ellos, y no me avergenzo. Sobre todo, en los inicios, dice Arelys.

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