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COSAS DE DIOS

Ratas voladoras, según se mire

Alicia Estévez

Alicia Estévez

La lluvia es una bendición del cielo, pero, para las palomas del Parque Mirador Sur, trae una mala noticia. Cuando llueve, muchos caminantes guardan sus zapatillas y las aves pasan hambre porque desaparecen sus proveedores de comida. Ocurrió igual este miércoles, amaneció lloviendo, las visitas al parque mermaron y, a media mañana, ya con sol, se podía ver a algunas palomas, dispersas, picoteando en busca de alimento. Cerca de ellas, sentado frente a la caseta donde venden, entre otras cosas, maíz en bolsas de plástico, había un señor a quien me encuentro a diario en el parque. Uno de los habituales. Luego, llegó una señora que compró dos bolsitas de maíz, se retiró a unos metros de distancia, y lanzó un puñado al aire para llamar a las palomas. Pero ella no esperaba el maremoto que se le vino encima. Fue como si todas las palomas del parque recibieran una señal de alerta, y llegaron por decenas.

Hambrientas

Por lo general, no son tan amigables, sin embargo, se le treparon en los hombros y los brazos. Le picoteaban, también, los pies, a tal grado que la mujer parecía asustada. Todos los que estábamos alrededor suyo nos detuvimos a contemplar el enjambre negro que la envolvió como un remolino. “Están hambrientas”, dijo la señora, y compró otras cuatro fundas más de maíz. Pero, esta vez, la perseguía una estela de palomas y, cuando quiso sacar la primera funda, de una bolsa más grande, una paloma se abalanzó para romperla con su pico. Tanto la atosigaron que no pudo andar y soltó el primer paquete de maíz a unos pasos del banco donde estaba sentado el visitante habitual del parque. Este le pidió que se alejara y le advirtió que las palomas tienen un parásito, según él, terrible. Además, las calificó como “las ratas del aire” acusándolas de no saciarse nunca, aunque les echen cien fundas de maíz.

Un símbolo

Sobre esto último que dijo, como acudo al parque desde que mis hijos estaban pequeños, y ya son adultos, puedo dar testimonio de que, cuando están satisfechas, las palomas desprecian el maíz y lo dejan en el suelo. Me llegó a pasar, en días muy concurridos, que llevaba a los niños para alimentarlas y desperdiciábamos el maíz. Pero el hombre que las criticaba no admitía réplica alguna, ni intenté contradecirlo. Ahora bien, si me hubiesen preguntado antes de escucharlo, yo habría dicho que él ama toda la naturaleza del Parque Mirador y la disfruta porque, de ordinario, lo veo sentado cerca de las palomas. No habría imaginado su rechazo a estas aves que considero hermosas y de un valor muy particular. Son el símbolo de la paz. La misma Biblia señala, en Mateo capítulo 3, que, cuando Jesús fue bautizado por Juan el Bautista, este vio al “ Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma”. Y, en muchas ocasiones, las apariciones de palomas, en momentos y lugares especiales, han sido consideradas una señal.

Criaturas de Dios

En todo caso, si ellas no fueran todo esto que señalo, solo por pertenecer a la creación, y embellecerla con su presencia, basta para que merezcan cuidado. Son criaturas de Dios. Y a Él servimos cuando les damos de comer, como hizo la señora de quien les hablo. Y, por cierto, nunca, en los años que llevo visitando el parque, había visto a las palomas tan desesperadas por comida, necesitan que las alimentemos, aunque aquel señor las considere “ratas voladoras”. Nuestra percepción es tan importante, a la ahora de apreciar el entorno, que dos pares de ojos distintos ven una misma realidad como si fuera diferente. Al final, todo se percibe según se mire. Él ve ratas y yo criaturas hermosas, símbolo del amor de Dios.

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