CULTURA
¿Qué es, en realidad, un museo?
Un museo es, ante todo, un medio de comunicación visual, pero no está dirigido a una audiencia numerosa, sino a cada individuo
El decreto emitido por el presidente Luis Abinader, mediante el cual declara de interés nacional la intervención y establecimiento de nuevos museos, a cargo de la Dirección General de Museos, del Ministerio de Cultura, me llena de esperanza.
Escribí en días pasados sobre el lamentable estado de las piezas del Museo de la Familia en la casa de Tostado; luego me enteré de que, a pesar de que las plantas físicas de los museos de la Plaza de la Cultura fueron rehabilitadas, las colecciones permanecen guardadas. No tengo conocimiento del estado de las mismas, pero mucho me temo que suceda lo mismo que con las de Tostado.
Por mucho tiempo ponderé la idea de escribir un artículo acerca del significado de los museos, conceptos y lenguaje claros, accesibles a cualquier neófito. La ocasión es propicia.
Un museo es ante todo un medio de comunicación visual. No es el único medio, claro está: el cine, la televisión, el internet, los periódicos y revistas también lo son, pero hay una diferencia: el museo no está dirigido a una audiencia numerosa, sino a cada individuo. Aunque comparte características con los medios, difiere profundamente de ellos. Mientras el cine, la televisión y el internet solo pueden trasmitir imágenes reproducidas de un objeto, el museo exhibe el objeto mismo. Esta es la razón por la cual el diseño y la ambientación museológica deben sacar provecho de esa sensación de intimidad e inmediatez, del encuentro directo entre el observador y lo observado.
La definición de la función apropiada del museo ha cambiado a través del tiempo. Los conceptos de Cicerón cuando describió la colección Verres no son la definición de lo que es un museo de hoy en día, que puede estar dedicado a toda clase de objetos producto dela creación del hombre, a su quehacer, a la tierra y al universo del que el planeta es parte.
Antiguamente, el concepto de museo, como lo entendemos en la actualidad, no se conocía ni se concebía. El hombre coleccionaba objetos que le gustaban o le atraían por dos motivos, religioso el uno, siendo el otro su deleite personal. Los tesoros de los santuarios de Delfos, aquel de la Acrópolis de Atenas o del templo de Salomón servían a un propósito religioso. Lo mismo sucedía con los tesoros de los famosos lugares de peregrinaje, durante el medioevo europeo, como es el caso de Santiago de Compostela. Aquellos tesoros encerrados en las necrópolis de Egipto servían al segundo propósito, agradar, deleitar y hacer más llevadera la estadía del difunto en el inframundo.
Las colecciones de obras de arte y los exquisitos objetos de las artes decorativas de los papas y príncipes italianos del Renacimiento también servían al propósito del deleite personal.
El concepto de la obra de arte dedicada al goce espiritual del público, en general, es de origen reciente. Solamente en el botín de guerra de los ejércitos vencedores hay antecedentes. Traían alguna pieza artística que se colocaba a la vista de todos para el deleite general y el recuerdo de la conquista del enemigo, como es el caso de los caballos bizantinos del frente oeste de la legendaria catedral de San Marcos, en Venecia, tomados de Constantinopla por los ejércitos venecianos.
La noción de una exhibición para el público en general es un concepto occidental. Curiosamente, a pesar de la tradición artística milenaria de Chuna, como apunta el pensador francés André Malraux, con no poca sorpresa, la idea nunca surgió allí. La apreciación del arte para las culturas orientales, excepto en su sentido religioso, presupone su propiedad y su contemplación en privado. Esto solo lo podían hacer las clases privilegiadas.
El mecenazgo característico del Renacimiento acarreó el deseo de exhibir el fruto de los genios protegidos. Todo el mundo debía ver aquellas prodigiosas obras que la bondad y la largueza de los grandes señores habían hecho posibles. Así fue como el papa Sixto IV creó el primer Museo como lo entendemos hoy en día, con la colección Capitolina en 1471. Naturalmente, aquello creó conmoción no solo entre la gente de Roma, sino entre los príncipes italianos, quienes no quisieron ser menos que el Papa. Así en 1500 se abrió el museo Cesáreo, el Forneció en 1546 y el Uffizi en 1581.
Europa entera quiso imitar a Italia y así Inglaterra abrió en Oxford, el Museo Ashmolean con especímenes de la botánica, así como objetos procedentes de sus colonias americanas. Francia abrió el Louvre en 1681. En Alemania, Guillermo VIII de Hesse, estableció la Galería Kassel en 1760.
Pero no fue sino hasta el famoso decreto de la Convención Nacional Francesa, declarando los museos propiedad de la Comuna y la apertura del Louvre como museo de la República en 1793, que se dio inicio al gran movimiento creativo museológico del siglo XIX.
A comienzos del siglo el motivo fue el orgullo cívico nacional. La gran exhibición que se montó cuando volvieron a Berlín, en 1815, los tesoros usurpados por los ejércitos napoleónicos condujo a la construcción del Altes Museum.
A finales del siglo, la filantropía fue el gran motivo para la creación de las exhibiciones museológicas. Especialmente en los Estados Unidos, los caballeros de la industria, en su afán de imitar a los mecenas del Renacimiento, donaron una serie de colecciones que originaron muchos de los grandes museos de arte, como es el caso de la donación de Charles Long Frier de Detroit, al Smithsonian Institute, hoy en día la galería de Arte Frier, en Washington. Ahora bien, el concepto de Museo en el siglo XIX no era exactamente el mismo de hoy en día. La concepción ha cambiado como ha cambiado nuestra civilización. En el siglo XIX solo se podían visitar de día. Hoy la iluminación juega un papel estelar en las exhibiciones museológicas, independientemente de la luz solar. De noche se llevan a cabo diversas actividades en el recinto museológico.
Las exhibiciones victorianas eran ostentosamente ricas y se mostraba absolutamente todo a un tiempo. El horror al vacío se manifestaba en todos los montajes, desde la decoración interior de las residencias, hasta las exhibiciones públicas.
El museo victoriano fue la contraparte cultural de esa otra invención pública decimonónica, la tienda por departamentos. Esta ponía en manos de las masas artículos manufacturados industrialmente, que por primera vez estaban al alcance de las masas y en un solo lugar. El museo daba a las clases menos afortunadas la oportunidad de mejorar su nivel intelectual. El museo y la librería pública fueron los instrumentos victorianos de pedagogía pública. Hemos de recordar que la educación decimonónica fue esencialmente literaria.
Después de que André Malraux elaboro su tesis “La psicología del arte”, acerca del impacto de la fotografía en las funciones del museo, este arte del siglo XX entró por la puerta grande en todos los museos del mundo, sirviendo como formidable instrumento auxiliar de las colecciones que albergan los mismos, así como en muchos casos, ampliando el material del montaje de las piezas museográficas.
La fotografía vino a ser para las artes visuales, lo que el gramófono para la música. Por medio de la fotografía los museos han logrado proyectar sus colecciones a sitios no imaginados. Así cuando el visitante penetra en el museo, generalmente conoce las obras de arte que este alberga, por lo menos las más famosas, casi al detalle, por medio de las reproducciones fotográficas en libros de arte, revistas, postales, el internet, etc. Así el encuentro entre la obra de arte y el visitante es aún más impactante. El espectador tiene la sensación de ver, por fin, un amigo apreciado, querido y largamente anhelado.
Hoy en día el museo es un lugar de exhibición de obras de arte, así como de la obra del hombre sobre la tierra, de la naturaleza y del universo. La tecnología moderna se aprovecha para crear toda suerte de efectos que ayudan a dramatizar los montajes y las exhibiciones. El museo moderno se compone de dos partes, los espacios públicos, áreas de exhibiciones, salas de conferencias, salas de estudio, librería, tienda de venta de recuerdos, restaurante o cafetería y jardines. La segunda parte son los espacios privados dedicados a la preservación y mantenimiento, talleres de trabajo, de restauración, laboratorios, zonas de almacenamiento de piezas que no están en exhibición, oficinas, conserjería etc. Esta sección del museo es tan importante como la primera, en ningún museo concebido con criterio moderno se puede prescindir de ella.
En nuestro país, especialmente en Santo Domingo, tenemos diversos museos dedicados diferentes géneros museológicos. Unos muy bien montados y ambientados, otros no tanto, pero todos proyectan al visitante un aspecto interesante de nuestra vida, cultura y la naturaleza que nos rodea. Lamentablemente, hay muchos que carecen de zonas de mantenimiento y conservación, de estudio y difusión, adecuadas al volumen y la categoría de las piezas exhibidas, como es el caso del Alcázar de Colón y la Casa de Tostado.
El museo de hoy es un lugar acogedor, en donde además de gozar de un deleite visual, el visitante se da cita con el arte y la creatividad humanas, puesta a su alcance, con medios que la hacen comprensible. Su goce espiritual es completo pues todos los sentidos se enriquecen al poner énfasis en la sensación auditiva, con música ambiental apropiada. El tacto se recrea con las texturas de los objetos que se colocan expresamente para ser acariciados por los dedos del visitante y aún más… puede reunirse con un amigo para un bocado en el restaurante o cafetería que, por lo general, están instalados dentro del recinto o en los jardines que lo rodean y en los cuales se exhiben aquellas piezas artísticas destinadas a la intemperie.
Un museo es finalmente una de las grandes conquistas del hombre común de nuestros días. Es el arte uno de los más puros goces espirituales, don dado por los dioses a unos cuantos seres humanos para deleite de todos.