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HISTORIAS DE LA VIDA

Saraida de Marchena: “Me faltaron lágrimas para llorar la muerte de mis tres hijos”

Recuerda que fue en diciembre del año 2003 que comenzó su calvario. Hace 18 años y medio. El 24 de diciembre le comenzaron unas contracciones, a las que no les tenía este nombre

Saraida De Marchena. CIRILO OLIVARES

Marta QuélizSanto Domingo, RD

Llegó puntual a LISTÍN DIARIO para contar su historia tan bien guardada. Un pantalón amarillo con blusa blanca resaltaba su elegancia, y una vez iniciada la conversación, la sonrisa que le adornaba fue desapareciendo como por arte de magia.

Saraida De Marchena había caído en cuenta que, aunque siempre es grato ver a sus colegas, su presencia en el periódico tenía otro matiz: hablar de la época más triste de su vida, la muerte de sus trillizos. “Fue algo devastador, me faltaron lágrimas para llorar a mis tres hijos”. Parte de esas que no derramó en aquel momento, las dejó caer al hablar de ese hecho que la ha marcado de por vida.

Recuerda que fue en diciembre del año 2003 que comenzó su calvario. Hace 18 años y medio. El 24 de diciembre le comenzaron unas contracciones, a las que no les tenía este nombre. Fue una amiga a la que le contó que sentía unos ‘puyones’ en la barriga, y ésta le aclaró de qué se trataba. “Esas son contracciones”, le comentó. Llamar a su ginecólogo era lo que correspondía y así lo hicieron ella y su esposo, el doctor Luis Alcántara.

Mantener el reposo y llevar el tratamiento indicado era innegociable. Pero, aunque el mandato de su doctor se mantenía al pie de la letra, las contracciones no cedían. “Del 30 para el 31 de diciembre no dormí nada, esperaba una hora prudente para llamar al médico. Aguanté en silencio esos dolores porque tampoco quería despertar a Luis. Yo sola iba llevando la cuenta de las contracciones”. Sus gestos dejaban claro que hablar de esto era como transportarse a ese momento.

CESÁREA INMINENTE Y MUERTE DE LAS NIÑAS

Al parecer, una infección urinaria era lo que estaba causando el problema. Una vez en la Plaza de la Salud, donde el doctor aguardaba por ella, éste le informa que había que hacer una cesárea. Entre colegas las cosas se entienden mejor, y su esposo acepta porque sabía que era lo correcto.

El procedimiento fue exitoso. Ese 31 de diciembre nacieron Sarah Victoria, Yvonne Clarisse y Sebastián Xavier. Cada uno tenía algo más de dos libras. La alegría era inmensa, hasta que el día primero de enero a amanecer el día dos, ya del año 2004, reciben la triste noticia de que Sarah Victoria, quien había sido más afectada por la infección, había fallecido.

“Mi esposo no me lo quería contar. A él fueron a buscarlo como a las 11:00 y en lo que llegaba a la habitación yo no dejé de orar ni un momento porque sabía que algo andaba mal”. En esta ocasión sus lágrimas son contagiosas, pero Saraida no se detiene y continúa contando esta historia tan triste como fortalecedora.

Sacó fuerza para darle también a su esposo, que no solo sufría su propio duelo, sino también verla a ella devastada. Pidió la de alta. La familia la ayudó en los aprestos funerarios para sepultar a su tesoro. Seguían las pruebas y se debilitaban las fuerzas, aunque no así la fe en Dios de una madre aferrada a sus hijos. Se mantenía visitando a sus otros dos bebés.

“Yo oraba, no dejaba de hacerlo. Señor, protégeme a los dos niños que me quedan, por favor te lo ruego”. Seguían saliendo las lágrimas de sus expresivos ojos verdes, los que vieron muy poco a sus retoños. Sin tiempo para reponerse, el día tres muere Yvonne Clarisse. Otro golpe duro que la desvanecía. “De nuevo a otro funeral. Era algo tan difícil, pero siempre con fe en Papá Dios”. Al contar esta parte añade la paz que le dio saber que, dentro de su duelo, unas monjitas del centro médico habían bautizado a sus tres niños al nacer.

“Yo lloraba escondida, me hincaba y de rodillas le imploraba a Dios que no se llevara a mi hijo, que me lo dejara. Que yo no iba aguantar que se fuera también. Señor, déjame a mi niño, por favor, no te lo lleves”. No solo ella llora al dar este testimonio de fe y de dolor. Es desgarrador escucharlo, y saber que, en 11 días perdió a sus tres retoños.

LA DESGARRADORA PARTIDA DE SEBASTIÁN

Luego de haber perdido a sus dos niñas, Sarah Victoria e Yvonne Clarisse, Saraida De Marchena iba todos los días a ver a su pequeño a la Plaza de la Salud. “Yo le cantaba, y así tan chiquitico, lo acariciaba con un dedo para no maltratarlo. Duraba todo el tiempo que me era posible. Me extraía la leche y se la daban con un gotero. Siempre quería estar con él”. Ya tenía varios días de nacido y para ella y para Luis era como un milagro que siguiera con vida, aunque el temor se mantenía al acecho.

Para ese entonces, quedó sin servicio en la casa. Un domingo, estando en la cocina en los quehaceres de la casa, tocaron la puerta y fue su esposo quien abrió. Era un amigo que cargaba con la penosa noticia de que Sebastián Xavier también había fallecido. “Mi esposo no me lo quería decir. Él entendía que yo no me merecía eso. Entró a la cocina y me lo dijo”. Aquí es necesaria la pausa. Más que dolor, ella sentía rabia. Estaba molesta con Dios.

“Señor, dime, dime por favor qué te he hecho. Te pedí que me dejaras a mi hijo y te lo llevaste también. ¿Qué mal he hecho yo? Dímelo”. Se lamentaba enojada. Con su reclamo al Señor, también se estaba muriendo la fe que la había llevado hasta aquí. “Atiné a llamar a un sacerdote amigo. Me dijeron que estaba durmiendo, pero yo estaba desesperada e hice que lo despertaran. Él me atendió y me hizo entrar en razón. Sus palabras fueron como un bálsamo que, en medio de tanto dolor, me dio paz. Le pedí perdón a Dios y fuerzas para seguir de pie”. De nuevo debía afrontar otro funeral. Tres, en solo 11 días. Esto sin dejar de mencionar que hacía sólo cinco meses que había fallecido su padre.

El año 2003 marcó a Saraida. Ella pone en contexto también ese hecho. Con apenas meses de haber quedado embarazada de tres, por fecundación in vitro, su padre, Enrique Marchena, enfermó. Era en Miami que lo atendían y ella no podía trasladarse hasta allá para no poner en riesgo a sus criaturas.

Estaba consciente de que le ocultaban el delicado estado en que se encontraba su papá, hasta que un día se enteró de la realidad. Tomó un vuelo y fue a verlo antes de que partiera a los brazos del Señor. Lo encontró con vida, y pudo despedirse. “Fue un golpe fuerte, mucha tristeza, pero sabía que tenía que ser fuerte por los hijos que traía en mi vientre”. Su relato delata que, aunque han pasado casi 19 años, mantiene vivo el recuerdo de su papá.

UNA LUZ EN EL CAMINO

Como ella misma cuenta y lo da como testimonio: “El poder de la fe, el apoyo de la familia y de tus amigos es lo que te ayuda a seguir hacia delante”. Ella contó con ese respaldo y, dos años más tarde, decide de nuevo ser bendecida con otro embarazo. Se pone en tratamiento y optimista, confía en que lo lograría. “Aunque en la primera ocasión pedí cuatro embriones, y se prendieron los tres de mis trillizos, en esta oportunidad, solo solicité dos y, aunque los médicos me decían que podían ser más para una mayor posibilidad, me mantuve firme en que solo quería dos. Dios estaba al control de la situación”. En esta ocasión sus ojos brillan de alegría porque su fe la premió.

“Quedé embaraza de Laura, mi hija que ya tiene 15 años. No te puedo explicar cómo el Señor me ha premiado con ella, que vale por tres. Es cariñosa, amable, inteligente, noble… No hay mayor bendición que esta que Dios me regaló”. Esa gracia divina la ha completado con los dos hijos de su esposo Luis Alcántara. “Jamie y Luis José son dos hijos más que la vida me regaló, y que siempre han estado ahí para mí y yo para ellos”, concluye no sin antes reiterar que, el poder de la fe es el que mantiene de pie a una madre que haya experimentado la partida de un hijo, más en su caso, que fueron tres.